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ALIENACIÓN INDEBIDA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Emery no es Lisa Simpson

El extécnico del Villarreal se ha sentido reclamado a la mesa de los grandes técnicos que hoy dan forma a una Premier League muy alejada de la tozudez táctica de antaño

Emery
Unai Emery durante su último partido al frente del Villarreal, el pasado domingo ante el Almería.Aitor Alcalde Colomer (Getty Images)
Rafa Cabeleira

Unai Emery se va a la Premier League, las Américas del fútbol moderno, dejando al Villarreal con cierta sensación de desamparo pese a recibir la compensación acordada previamente en su contrato: otro caso de noviazgo poco valorado hasta que se rompe, la vida misma abriéndose paso una vez más. Es posible que, con una cláusula de rescisión mayor, los gerifaltes del Aston Villa hubiesen posado su mirada en otros lares más económicos, menos restrictivos. O que el club amarillo quedase plenamente satisfecho con el precio del adiós, incluso que lo celebrase por todo lo alto, pues no están los tiempos para estancarse en los brazos del amor romántico. El pacto, sin embargo, era cristalino sobre dicho punto y Emery no ha hecho más que sopesar la oferta recibida, aceptarla y ajustarse a los términos previamente redactados por ambas partes negro sobre blanco: gracias por todo y fin de poema.

Quienes hoy hablan de traición parecen obviar que ese término no figura en la nueva reforma laboral. Ni siquiera en las antiguas, más propicias a ciertas relaciones de vasallaje entre obrero y patrón. Su código ético se parecería, no tanto al de cualquier trabajador con ciertas aspiraciones, sino al de Lisa Simpson, acaso la mejor entrenadora que podría tener el club de nuestros amores para evitarnos este tipo de disgustos y pataletas morales. A mí, sin ir más lejos, me echó mi abuela del negocio familiar bajo una premisa inapelable: “O te vas tú o nos vamos todos al carajo”. ¿Quién puede discutir sus razones? ¿No tendría yo más derecho que nadie a hablar de traición?

Solo bajo unos parámetros de pureza sacramental —y amor incondicional a unos colores que ni siquiera son los tuyos en origen— podríamos contemplar renuncias como que (me lo invento), en su día, Pablo Laso hubiese dicho no al banquillo de los New York Knicks por seguir en el del Real Madrid. O Ronald Koeman al de los Denver Broncos, por el mero placer de seguir torturando a los socios del Barça. También lo de Emery, que cambia un proyecto deportivo techado con cerámica por una oportunidad única en la mejor liga de fútbol del mundo, amén de una espectacular mejora contractual.

Puede que los villanos no estén en su mejor momento, pero solo un necio despreciaría el reto por una mera cuestión de tiempos presentes. Más allá de los estímulos históricos, de sentarse en el banquillo de un estadio que entronca con la mitología del fútbol cada semana, de contar con un potencial económico muy superior al del Villarreal y de poder seguir puliendo su inglés, hablado y escrito, Emery se ha sentido reclamado a la mesa de los grandes técnicos que hoy dan forma a una Premier League muy alejada de la tozudez táctica de antaño.

El gran espectáculo de masas que ahora es el campeonato doméstico inglés se ha construido, principalmente, desde los banquillos, pues no hay un técnico de renombre en la última década que no probase suerte en el patio trasero de Sir Alex Ferguson, Brian Clough o Kevin Keegan. La excepción podrían representarla algunos tercos alemanes como Joachim Löw, Hansi Flick o Julian Nagelsmann aunque, por una mera cuestión de edad, los dos últimos no parecen descartados para sumarse algún día a la experiencia.

Irse de los lugares antes de que te echen seguirá siendo una de las máximas humanas por excelencia, una práctica que no se han cansado de recomendar los grandes hombres y mujeres de la política, la empresa, la ciencia o la cultura desde que el mundo es mundo. A Emery, quién sabe, lo podrían estar poniendo en la picota, dentro de unas pocas semanas, los mismos que hoy claman venganza por su supuesta traición, y nadie se llevaría las manos a la cabeza. ¿Cómo poner en valor los derechos individuales frente a los colectivos en un país, España, donde a la mitad de la población parece sobrarle la otra mitad de los españoles? En fin…

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