_
_
_
_
_
RELATOS DE UN AMATEUR
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Un corazón que grita, más que bombea

Martin Bengtsson estaba encaminado hacia el éxito futbolístico hasta que se rompió por dentro e intentó quitarse la vida

Martin Bengtsson
Martin Bengtsson en el Festival de Cine de Roma en 2020.Getty

Conocí a Martin Bengtsson el pasado marzo en Berlín, donde ambos éramos invitados del festival de cine y fútbol 11mm. Vestía de riguroso negro, lucía una larga melena de tonos castaños y llevaba bajo el brazo uno de los volúmenes de la saga ‘Mi lucha’ de Karl Ove Knausgård. Quien nos introdujo me lo presentó como el autor del libro en el que estaba basada la película ‘Tigrar’, dirigida por Ronnie Sandahl, que abría el festival berlinés esa misma tarde. Solo después, cuando pude ver el filme, supe que su libro era de corte autobiográfico y que la historia ahí narrada era la suya propia.

Les cuento: Martin Bengtsson debutó en la primera división sueca con su club, el Örebro SK, pocos días después de cumplir los diecisiete años. Mediocentro ofensivo de calidad, era capitán de la selección Sub17 y reconocido por la prensa como uno de los jugadores con más potencial del mundo. En el verano de 2003 fue fichado por el Inter de Milán, donde ingresó en el equipo primavera. Todo parecía ir encaminado hacia el éxito deportivo. Sin embargo, allí se rompió por dentro hasta el punto de que unos meses más tarde intentó acabar con su vida cortándose las venas.

Martin habla con la serenidad de quien se ha asomado al abismo y ha sobrevivido. Dice: “los clubes tienen médicos especializados en cada pequeño hueso del cuerpo, pero ninguno para el alma”. Y cuenta que su depresión comenzó a gestarse durante una leve lesión, cuando estuvo unas semanas alejado del campo, donde residía su identidad. Hasta ese momento, toda su vida había estado orientada a ser un mejor jugador. De niño, aparte de las prácticas con su equipo, se entrenaba durante tres horas al día haciendo flexiones, abdominales y controles con una pequeña pelota. De pronto, sin el juego, se sintió desnudo ante un espejo que le interpelaba a responder la pregunta inevitable, esa que a todos nos persigue en un momento u otro de nuestra existencia: ¿quién soy? No disponía de ninguna herramienta para afrontarla y sí de todo el tiempo del mundo para sentirse acosado por ella. Dentro de él comenzó una batalla entre el niño que había luchado durante años para llegar a donde estaba y el adulto prematuro que se preguntaba si realmente quería estar en ese lugar.

Se compró una guitarra y comenzó a componer y a escribir, en cuadernos que le acompañaban en la soledad de su habitación en la residencia del Inter. Una tarde, cuando regresó de una convocatoria con la selección sueca, se encontró con que alguien del club había tirado todos sus escritos a la basura. Habían dejado la guitarra, eso sí. Toleraban las melodías, pero no las letras. Consideraban inapropiado que un jugador escribiera, que pensara sobre su condición, que dudara. Para muchos de los clubes de fútbol, que aplican un criterio darwinista de selección en sus categorías inferiores según el cual el jugador que se rompe en el camino es que no es lo suficientemente fuerte, un jugador que piensa su condición es una anormalidad, cuando no un peligro.

Tras aquella dolorosa depresión, Martin dejó el fútbol. Escribió su historia como parte de la terapia. La publicó. Vendió muchos libros. Formó una banda y durante un tiempo se dedicó a la música. Hoy compagina la escritura con la dirección teatral y solo juega al fútbol para relajarse, cuando la página en blanco le estresa. Su camino es curioso y particular, pero habla de todos nosotros, que hemos de redefinirnos tantas veces en nuestra vida y, por supuesto, afrontar el fantasma de la tristeza más profunda.

La escritora Almudena Sánchez narró la depresión en un triste y a la vez precioso libro titulado ‘Fármaco’. Hay un momento en el que mira dentro de sí y nos describe a sus lectores un “corazón que grita, más que bombea”. Es una buena metáfora de lo que le sucedió a Martin. Por suerte, ahora su corazón habla, no grita. Y bombea, sí, en la dirección adecuada: las letras.

Puedes seguir a EL PAÍS Deportes en Facebook y Twitter, o apuntarte aquí para recibir nuestra newsletter semanal.

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites
_

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_