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Arnaud Jerald, campeón del mundo de apnea: “En la profundidad del océano te sientes solo”

El buceador francés atiende a EL PAÍS tras batir su propio récord en las aguas abiertas de Bahamas: 120 metros de inmersión vertical sin asistencia respiratoria

Arnaud Jerald apnea
Arnaud Jerald después de la inmersión con la que batió el 11 de agosto su propio récord del mundo en Bahamas.Daan Verhoeven
Daniel Arribas

En la Costa Azul, aguas cálidas y cristalinas del Mediterráneo, donde luce el sol 300 días al año, Arnaud Jerald (Marsella, Francia; 26 años) se enamoró del buceo con siete años, en una escapada con su padre, Frédéric, aficionado a la pesca submarina. Tímido e introvertido en el colegio, Jerald encontró en las profundidades del mar una vía de escape a la vida en la superficie. Con 16 realizó su primer curso de apnea. Hoy, diez años después, es campeón del mundo y plusmarquista de la modalidad bi fin (dos aletas, en lugar de una), una disciplina en la que el buceador sigue una cuerda vertical y, sin botella de oxígeno, tan solo cuenta con la ayuda de una pequeña bombilla, fundamental para ver en la profundidad del océano. “Ahí abajo solo hay oscuridad”, dice por videollamada tras batir su propio récord (120 metros; 3m37s) en las aguas abiertas de Long Island (Bahamas).

Pregunta. ¿Por qué eligió esta modalidad?

Respuesta. Cuando empecé, era una práctica muy reducida en el buceo, casi todo el mundo hacía mono fin —una sola aleta más grande y potente para ambos pies— pero siempre he visto el bi fin como la versión más pura. Solo utilizas las piernas, cuando se agotan, se acabó. Es un deporte muy físico, pero también mental.

P. ¿Cómo llega uno a 120 metros de profundidad?

R. La verdad es que nunca imaginé que fuera posible. Cuando te enfrentas a una inmersión así, lo primero que tienes que hacer es desconectar las cifras de tu cabeza. Físicamente, llegar un metro más abajo no cambia mucho, pero la influencia de la parte mental es enorme a esos niveles de estrés. Estás haciendo algo que nadie más ha hecho nunca. Piense que a lo largo de la historia, ha habido más humanos en el espacio que buceando a esas profundidades.

P. ¿Qué pasa por su cabeza antes de la inmersión?

R. Trato de desconectar de la superficie. Me gusta escuchar música para relajarme. Suelo escuchar la misma canción varias veces. En Bahamas, por ejemplo, repetí una y otra vez Everything in its right place, de Radiohead. Esa libertad es lo que más me gusta del free diving (buceo libre); no necesitas hacer una gran inmersión ni ser un experto para olvidarte de lo que hay arriba, solo necesitas una máscara y sumergirte en el agua. En ese momento todo lo demás desaparece.

P. Ahí comienza el descenso.

R. Sí, después de chequearlo todo —mis oídos, mi pulso, mi mente—, empiezo a agitar las piernas con mucha fuerza. Luego, a partir de los 40 metros tengo menos flotabilidad, la gravedad te empuja hacia abajo, así que reduzco la intensidad. Empieza la caída libre. El objetivo es alcanzar el tope de la cuerda lo más rápido posible para evitar los episodios de narcosis. Cuando lo sufres, tu conciencia se altera, todo se apaga. Tu cuerpo deja de responder, y a esas profundidades necesitas tenerlo todo bajo control. Tu vida depende de ello.

P. ¿Usted lo ha vivido?

R. Creo que soy el único buceador de la historia de este deporte que todavía no ha perdido la conciencia debajo del agua. Es algo realmente difícil, creo que tiene más valor que cualquier marca. Quiero cuidarme y respetar mi cuerpo.

P. Cuando abre los ojos a 120 metros de profundidad, ¿qué ve?

R. La expresión más cruda de la oscuridad. Veo noche cerrada, todo negro. Desconectas del tiempo, no sabes qué hora es, ni cuánto tiempo llevas. En esos momentos, trato de concentrarme en lo que siento más que en lo que veo. A esa profundidad no puedes tener miedo. No es una opción.

P. ¿Y qué siente?

R. Soledad. Te sientes muy solo, es algo que me gusta. Cuantos más metros desciendes, más rápido funciona tu cabeza, es algo difícil de explicar. No sé por qué sucede, pero es automático. Tu cerebro se vuelve ultrasensible y reproduce recuerdos a una velocidad vertiginosa: imágenes, canciones, películas, personas. Una detrás de otra, sin parar. Ahí, todos tus esfuerzos han de centrarse en seguir la cuerda y olvidar todo lo ajeno, porque cualquier mínimo detalle, por nimio que sea, puede descentrarte de tu objetivo. Y a esa profundidad, créame, es lo último que deseas.

P. La influencia de la mente.

R. Ahí abajo, un recuerdo que no sea bueno, incluso sin ser malo, se convierte en peligrosísimo. Tu cerebro es ultrasensible. Puedes sentir miedo, ira, hambre u otras emociones a unos niveles insospechados en la superficie. Es como si en dos minutos tu cabeza atravesara dos días de emociones.

P. Ponga un ejemplo.

R. La última vez que me ocurrió fue con la película Interstellar, de Cristopher Nolan. La había visto unos días antes y en plena sumersión la recordé; tuve una sensación de vacío extremo, como si perdiera la conciencia del espacio, algo muy similar a lo que se vive en la película. Fue horrible. Desconecté de la realidad, me perdí. Fueron solo unos segundos, pero me costó horrores controlarlo. Ahí abajo todo se magnifica.

P. Por eso es fundamental trabajar la mente.

R. Exacto. En nuestro deporte, el 80 o 90% del trabajo es mental. Todo está en nuestra cabeza. El entrenamiento físico también es muy importante, claro. Gracias a haber empezado tan joven, mis pulmones tienen una capacidad de siete litros, cuando los de una persona promedio rondan los cinco. Al final, no solo entreno en el agua, también en la montaña, en la bicicleta; tengo sesiones de fisioterapia constantes para mejorar mi flexibilidad. Se necesita mucha disciplina, porque aumentar tu nivel en la élite es muy difícil.

Arnaud Jerald y la cámara que le sigue durante la inmersión del pasado 11 de agosto en Bahamas.
Arnaud Jerald y la cámara que le sigue durante la inmersión del pasado 11 de agosto en Bahamas.Daan Verhoeven

P. ¿En quién se fija?

R. En Rafa Nadal. Para mí siempre ha sido una inspiración por su estabilidad mental. Es alguien que está en la cima y no se cansa, continúa. A esos niveles, muchos se preguntan por qué seguir. Él lo disfruta, es su vida. Parece simple, pero no lo es. Es un ejemplo.

P. ¿Qué es lo más difícil de su deporte?

R. Decir que no. En la apnea, negarte a bucear cuando atraviesas un buen momento es muy difícil, y a veces tienes que sobreponerte. Por ejemplo, hay días en los que me encuentro bien, con todo a favor, pero falta un miembro del equipo, por lo que sea. Yo prefiero no hacer inmersión. Es difícil y el conflicto existe en tu cabeza, pero conviene convencer a tu ego de que lo mejor es no salir. El riesgo es altísimo.

P. Ha dicho que empezó a respirar gracias a la apnea.

R. Con 16 años, cuando empecé a practicarlo, me sentía atrapado. No tenía muchos amigos, nunca he tenido esa habilidad social. Me daba miedo vivir mi vida, afrontar el día a día, no ser aceptado. Rompí esa burbuja gracias al free diving. Fue ahí cuando comencé a respirar, a tener confianza en mí mismo, a ver metas. Vi por primera vez todo con mis ojos y no a través de los ojos de los demás, dejó de importarme lo que pensaran de mí. Es duro recordarlo, pero me alivia. Gracias a la apnea, vivo la vida que siempre he querido.

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Sobre la firma

Daniel Arribas
Es periodista en EL PAÍS desde 2021. Ha publicado reportajes en la sección de Madrid y en las páginas de fin de semana. Ahora es redactor de Deportes, donde cubre competiciones de baloncesto, tenis, ciclismo y otras disciplinas. Antes trabajó en El Mundo y Ogilvy.

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