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En la carrera de los fenómenos, Remco Evenepoel es el más fenomenal de todos

El prodigio belga, de 22 años, se impone en Wollongong con más de 2 minutos de ventaja después de quedarse solo a 25 kilómetros de la meta

Carlos Arribas
Remco Evenepoel celebra su victoria al cruzar la línea de meta.
Remco Evenepoel celebra su victoria al cruzar la línea de meta.WILLIAM WEST (AFP)

A 70 kilómetros de la llegada, Wollongong soleado, tarde primaveral en Australia, Remco Evenepoel, casco rojo de la Vuelta, y zapatillas rojas también, piernas de pólvora, salta. Se cuela en un a escapada de 25 provocada por los franceses. Comienza su show, el recital de un fenómeno prodigioso que a los 22 años va, imparable, camino del arcoíris, y lo alcanza. A 50 kilómetros, su grupo ya tiene más de dos minutos de ventaja sobre el gran pelotón de los demás fenómenos, que esperan. Se despiertan a 42 kilómetros, en el repecho del Monte Pleasant, el monte placentero, el monte del placer, lo más duro. Es un breve sueño que les deja a un minuto del grupo de Evenepoel, que se rearma y rearma a los suyos, a dos compañeros belgas, Serry y Dewulf, que le trabajan. A 34 kilómetros, segundo gran ataque de Remco, el belga de Aalst, a dos vueltas del final. Solo le aguanta el kazako Lutsenko, que se agarra, que se pega a su rueda, que se suelta a 25, vuelta y media, Monte Placentero again. Pierde un metro, tres, 10. Remco ya está solo.

Es el show de Remco, del ciclista precoz, otro Mozart de los pedales, que hace dos semanas ganaba la Vuelta a España, que hace cinco meses ganaba la Lieja, un monumento. Las carreras de los grandes. Remco, como los más grandes, escribe su leyenda pedaleando solo, lo muy pocas veces visto en un Mundial. Acaricia los pedales mientras el mundo, a un mundo de distancia, a más de un minuto, sufre. Acaricia los pedales, y su marcha hacia la gloria permite que el alma del aficionado divague, que piense en Jacques Anquetil, otro niño prodigio, la perfección del rodador, el estilo; que hable de Hinault, otro depredador que desprecia a los que no se atreven, que ataca de lejos, solo del daño que puede hacer un ciclista solo y obstinado, y convierte el circuito del Mundial del 80, en Sallanches, en una referencia; que piense en Eddy Merckx, escalador, rodador, contrarrelojista, todo. Gana el Mundial a los 22 años, como Merckx, como LeMond, como Armstrong. El primer belga que lo hace desde Philippe Gilbert en 2012. “Será difícil que vuelva a tener un año tan bueno en el futuro”, dice. “Un monumento, una grande, un Mundial… Todo”. Es la apoteosis de un predestinado que, en apenas cuatro años de carrera ha pasado por todas las etapas de una vida. Dejó el fútbol, y era capitán de la selección juvenil belga, a los 16 años. A los 18 ya fue campeón mundial júnior. Siempre corriendo igual. Siempre huyendo del pelotón, que le aterra. Siempre en fuga. Solo. A los 19 ganó su primera clásica de San Sebastián. A los 20 sufrió una caída pavorosa, el 15 de agosto de 2020, en el Giro de Lombardía. Se destrozó la cadera. Se dudó de su posibilidad de volver a ser el mejor, de cumplir con su destino, su 2021, su retirada del Giro, sus ataques de egocentrismo con poco detrás, hicieron temer que se perdería para siempre. Pero su determinación se demostró más fuerte que el temor de los demás.

Cruza la meta y, en un gesto de futbolista que marca un gol en un estadio que está en contra de él, manda callar a todos los que han criticado su soberbia. Se señala. Señala el suelo por el que se desliza. Aquí he demostrado que soy un campeón, viene a decir.

Detrás, el resto solo piensa en quedar segundo. Llega el pelotón, lo que queda, los despojos, a 2m 21s. Al sprint gana para ser segundo el francés Christophe Laporte por delante del australiano Michael Matthews.

En el Mundial no hay pinganillo. No hay directores gritando referencias, tácticas, tiempos, en la oreja de los ciclistas, que deben pensar por sí solos, e interpretar todos los movimientos. Absorto en su propia lucha, el grupo de media docena de ciclistas que persigue la segunda plaza se duerme en sus devaneos, arrancadas, frenadas, en sus miedos. Y el pelotón de los mejores, con Van Aert, con Pogacar, sin Alaphilippe ni Girmay, derrotados por la velocidad, más de 42 de media en una carrera de más de seis horas y por el incansable ritmo frenético de ataques y contraataques, y la desolación de estar lejos, les alcanza. Hay sprint.

El primer español, Iván García Cortina, llega undécimo, en el mismo grupo. Van Aert, que, dice, no sabe cuánta gente ha llegado antes, no esprinta con ganas. Termina cuarto. Y lo lamenta. O al menos eso dice el gran favorito, derrotado una vez más en su permanente pugna con Evenepoel por conquistar el corazón de todos los belgas. “Si sé que están las medallas en juego, voy más fuerte”, dice y se felicita, como el ganador, por el gran trabajo de equipo de su Bélgica. “Y qué bonito habría sido subir al podio con Remco…”

No está Mathieu van der Poel, el fenómeno neerlandés, que se ha retirado poco después de comenzar la carrera después de haber pasado una moche estrambótica, entre su hotel y la comisaría de policía. Se acostó a las nueve, explican en la selección, pero en el pasillo había mucho ruido, adolescentes chillando, niños jugando, y a las 22.40 dos chicas jóvenes empezaron a golpear en su puerta. Van der Poel, explicó a la televisión belga que Christoph Roodhooft, el director de su equipo comercial, el Alpecin, no quiso hacer caso pero a la tercera vez que golpearon, se levantó, abrió la puerta y empujó a las jóvenes. Una de ellas resultó herida. El ciclista fue conducido a declarar al cuartel policial y no pudo regresar al hotel hasta las cuatro de la mañana. La carrera empezaba lejos y a las 9.15. Salió y se retiró rápido, y deberá seguir en Australia, pues le retiraron el pasaporte hasta que no declare en un tribunal el martes.

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Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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