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Vendrame se impone en la fiesta de los secundarios del Giro de Italia

Los Ineos del líder, Egan Bernal, permiten el triunfo de una fuga el día que la carrera recorría los caminos de la memoria en Toscana

Carlos Arribas
Giro de Italia
Egan Bernal y sus Ineos tiran del pelotón entre la multitud a la salida de Florencia.DARIO BELINGHERI (AFP)

En Colombia algunos trabajan para que su ciclismo, el deporte del pueblo, forme parte del Patrimonio Cultural Inmaterial de la UNESCO. Toscana, las carreteras de la memoria por las que pasó ayer el Giro espléndido, también tendría razones para serlo. Por la ruta alternativa entre la Piazza del Campo de Siena, donde las bicis de carbono y titanio, espaciales, atómicas, sustituyen a los caballos de sus palios, y el pueblo de Bagno di Romagna, donde el carnicero que cocina piadinas dice que es obligatorio consumir jamón toscoromañolo, y no ceja en su empeño hasta conseguir clavárselo al consumidor, un tramo de asfalto, 38 kilómetros, lleva a los seguidores del Giro de Italia del Arezzo de la Vida es bella, a Sansepolcro, y la memoria lleva a los españoles a la contrarreloj entre las dos grandes bellezas toscanas que ganó Miguel Indurain de rosa en 1992. Y por donde fue la etapa, etapa larga de fuga eterna, por donde el Giro continúa su tarea de desgaste de voluntades y huesos, y fuerzas, se hablaba de Gino Bartali, de Alfredo Martini, y habló Vincenzo Nibali. Y los actores secundarios organizaron su fiesta.

La ganó Andrea Vendrame, un italiano con alma francesa, que nunca había ganado nada en el Giro y lloró en la meta, emocionado, un sueño. Más de 200 kilómetros, casi seis horas, 4.000 metros de desnivel positivo, puro carrusel de subidas y bajadas por las colinas toscanas más agrestes. Egan Bernal, de rosa siempre, en cabeza del pelotón siempre, tras su Puccio, tras su Ganna, tras su Moscon, su Castroviejo o su Narváez, la describe, sin más, como jornada de alto consumo de energía en la que no tenía sentido hacer nada, seguir adelante con su táctica exterminadora. “Gastar energías en días como este no tiene sentido. Venimos con el cansancio de Montalcino, vivimos en la espera del Zoncolan, el sábado”, dice el colombiano al que todos temen. “Si tienes los medios para hacer algo, esperas al Zoncolan”.

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Vincenzo Nibali no espera. Nibali, con su muñeca rota el 14 de abril, ataca donde más le gusta, donde pocos osan seguirle, en el último descenso. Es el paso del Carnaio (de la Carnicería), cuyo solo nombre da escalofríos, y cuatro gotas de lluvia han empapado. Se lanza sin mirar atrás el siciliano y Egan, desde la cabeza del pelotón, una luz rosa, le bendice. “Todos somos libres de arriesgarnos donde queramos”, explica luego el colombiano. “Nibali se ha arriesgado y ha ganado 7s. Yo no he querido”.

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Italia se inflama con el gesto de su ídolo que proclama no que esté vivo (marcha a 4m 4s de Egan en la general), sino que está guerrero, que ha recuperado las ganas, que es el combatiente, el indomable, como lo fue, más que ninguno, Gino Bartali, nacido hace 107 años en Ponte a Ema, en las afueras de Florencia, y por allí pasa la etapa. Y por las carreteras de la etapa se entrenaba el toscano de hierro que, durante la guerra, en 1943, se alargaba hasta Asís, a casi 200 kilómetros, donde una imprenta clandestina producía documentos falsos para los judíos perseguidos, y con ellos llenaba el tubo de su bicicleta para llevárselos al obispo de Florencia, que se encargaba de hacérselos llegar a los necesitados. Se recuerda a Gino Bartali, y se recuerda cómo su victoria en el Tour del 48 sirvió para unir en su veneración a un país dividido, al borde de la guerra civil tras el atentado contra el líder comunista Palmiro Togliatti, y se recuerda a Alfredo Martini, ciclista, comunista, seleccionador nacional de la mejor Italia ciclista, nacido hace 100 años en Sesto Florentino (kilómetro 75 de la etapa interminable), y Egan les dice a los periodistas italianos que le piden que se posicione, que hable, sobre el conflicto colombiano, que él solo habla ya con la bicicleta, como haría Bartali, que solo busca dar alegría y esperanza a la gente de Colombia, y Nibali, que cumple con su deber de memoria hacia los que han hecho en Italia del ciclismo el deporte del pueblo, los homenajea a su manera. Y la afición, que conoce el valor de los gestos, que admira el altruismo de la fantasía, aplaude al siciliano herido que se deja ver en el Giro de Egan, patrimonio inmaterial en Colombia, claro, y también en Italia.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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