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Victoria en la fotofinish del holandés Jakobsen sobre el irlandés Bennett

El campeón holandés se impone en el sprint de El Puig en la fotofinish la víspera de la meta en Javalambre, una montaña que llega a los 2.000 metros

Carlos Arribas
Fotofinish de la victoria de Jakobsen sobre Bennett.
Fotofinish de la victoria de Jakobsen sobre Bennett.Tissot

El mediodía nublado, antes de arrancar hacia El Puig, el pelotón se reúne en Cullera, donde una niña da volteretas feliz en una playa desierta y un guardia civil a moto se queja de la dureza de la carrera, de las carreteras sinuosas entre olivos milenarios y naranjos incontables de Valencia que le machacan la espalda, y como es picoleto no se permite ni pensar en abandonar. En el autobús del Jumbo, aparcado junto a la arena, Kruijswijk observa su rodilla hinchada y recuerda cómo se la golpeó cuando la carretera de la contrarreloj de Torrevieja se convirtió súbita en un charco, y dice que no puede más. Apenas comenzada la etapa, el tercer clasificado del Tour abandona, y deja más solo a su líder Roglic, que el miércoles deberá aclarar su figura, quién soy, a dónde voy, de dónde vengo, con todos los favoritos, en la ascensión al pico del Buitre (1958 metros) en la montaña roja de Javalambre, donde dos telescopios disfrutan de la mínima contaminación lumínica del sur de Teruel.

Apoyado en un coche, Paolo Tiralongo se alegra más hablando del pasado, de cómo llevó a Contador a la victoria de Fuente Dé y de la Vuelta del 14, que del futuro que le espera a Aru, al que entrena.

El futuro es Sergio Higuita, y su sonrisa y sus labios se afilan pensando en la montaña que le espera como afila su puñal simbólico cuando la goza esprintando desde la espalda de todos, y a todos deja clavados, como espera hacer de nuevo en la cima con tipos tan duros como Superman, cuyo renacimiento todos auguran. “Habrá fuegos artificiales colombianos”, prevé el líder Roche, que cree que ya se despedirá de su camiseta roja.

En El Puig, al final de la etapa esperada —no descargó la tormenta apocalíptica que todos temían, solo unas gotas que, dice Valverde, vinieron bien para refrescarse—, junto a un monasterio de frailes mercedarios que parece castillo, palacio e iglesia, todo a la vez, cuatro días antes de cumplir los 23 un holandés recién llegado al mundo de los chicos veloces, el chavalote de 80 kilos Fabio Jakobsen, explosivo y fortísimo, esprinta con los ojos cerrados y le gana por un milímetro al irlandés jovial Sam Bennett, sprinter a la fuerza: nació en Flandes, la tierra que inventó el sprint, donde su padre jugaba al fútbol en el Wervik, y a los cuatro años se instaló en su Irlanda, justo en Carrick on Suir, el pueblo de Sean Kelly, el más grande de los ciclistas irlandeses.

Para que gane su Jakobsen, que viste el maillot de campeón de Holanda, el Deceuninck experimenta la praxis del doble lanzador. A cinco kilómetros de la meta, el bestial francés Rémi Cavagna —el mismo rodador de su generación que el día anterior tiró como un bruto de un grupo descolgado en el que no iba ningún compañero, y Edward Theuns, el sprinter del Trek, le engañaba y le jaleaba a su espalda, go, go!, y por poco gana la etapa— ataca por sorpresa y extermina a los Bora que deberían lanzar a Bennett, atrasados en un grupo fraccionado por el viento que llega del mar fresco. El segundo lanzamiento, menos espontáneo, menos intuitivo y loco, se lo preparan los dos mejores especialistas del mundo, Stybar y Richeze. En los últimos metros, Jakobsen solo debe lanzar la bici más lejos con los riñones para resistir la llegada aturdida de Bennett.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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