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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La ruleta rusa

Nadie manipuló la recámara. Ni De Gea lo remedió. España no tuvo la digna salida del suicidio

De Gea, durante el partido.
De Gea, durante el partido.PETER POWELL (EFE)

Como una pelota que flotara por estadios siderales, la Tierra es redonda y rueda a patadas alrededor del sol. Lo sabemos. Pero vivimos como si fuera plana y nos movemos como si estuviera quieta. Somos unos redomados hipócritas. Así mismo, unos dicen que hay un solo Dios para todos. Pero tienen por lo menos dos: el suyo y el de los demás. Excluyendo a los que no tienen ninguno, en este Mundial todos tienen su dios personal. Son muchos los dioses de los jugadores. Tantos y variados como los colores de las camisetas y su precio en el mercado.

Jardiel Poncela decía que Dios era del Real Madrid. No tengo dudas al respecto. Pero el dios menor que me provoca mayor desconcierto y reflexión es el de los futbolistas. Se persignan al salir del túnel, se arrodillan y dan gracias al cielo cuando marcan un gol. O besan el terreno de juego donde han estado escupiendo. Lo más sorprendente es que, aunque militen en religiones diferentes y equipos enfrentados, todos reclamen el favor de los designios divinos. Incluso, llegado el caso, con trampas.

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—En este Mundial no hay intervenciones divinas, ni más Dios que el VAR—, advierte el incrédulo Martín Girard—. Pero hay equipos que juegan a la ruleta rusa y otros a la ruleta tonta. Véase, por ejemplo, el caso de Alemania, Argentina y… España. Tras la derrota alemana ante México, fue suficiente un gol a la selección sueca en el último segundo del descuento para despertar la exaltación germanófila. También suscitó un curioso titular: “¡Alemania es el Real Madrid!”. Pero los coreanos, ya eliminados, no se dejaron intimidar ni necesitaron convocar a sus dioses para dar al traste con la resurrección germana con goles de propina, por si acaso, en los ya proverbiales minutos 95 y 97. ¿Y qué decir del etílico aliento de Maradona, exhalado desde la grada, que propulsó a bocanadas la pírrica victoria de Argentina sobre la selección nigeriana? Sospecho que la secreta intención de la mano beoda de ese susodicho dios era, en esta ocasión, prolongar la agonía de su antagónico sucesor: el atribulado Messi.

—Dejémonos de suspicacias— intercedí—. En el tambor del revólver de esta ruleta rusa todavía hay una bala. Estoy viendo el segundo tiempo de la prórroga de España y no descartaría que, siendo los rusos nuestros rivales y anfitriones, hayan podido manipular la recámara.

—No necesitarán hacerlo. Moriremos antes de esa insidiosa enfermedad que nos hace seguir vivos después de muertos: el aburrimiento. Hasta el día de hoy, no había visto jugar al parchís ante un muro de cemento. Sólo confío ya en que nuestra mejor técnica individual se imponga en la tanda de penaltis, si De Gea no lo remedia…

Nadie manipuló la recámara. Ni De Gea lo remedió. España no tuvo, ni tan siquiera, la siempre digna salida del suicidio. Alguien había olvidado poner las balas en el tambor del revolver.

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