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Blogs / Cultura
El toro, por los cuernos
Por Antonio Lorca
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¿Qué hay de nuevo este año en la fiesta de los toros? Lo que diga el empresariado, que es el mandamás

La desnaturalizada tauromaquia necesita encontrar el método para que pueda pervivir en el tiempo, y vuelvan el toro-toro, la rivalidad y la emoción

Alguacilillos en la plaza de La Maestranza.
Alguacilillos en la plaza de La Maestranza.Arjona Pagés
Antonio Lorca

¿Qué hay de nuevo este año de 2024 en la fiesta de los toros? Nada, que se sepa; bueno, nada hasta que hablen los empresarios y presenten sus programas. Porque ellos son los que mandan.

Seguro que los pocos aficionados que aún quedan no se sienten presos de una expectación ilusionante ante el rosario de sorpresas que les esperan. Ya se conocen las combinaciones de las próximas Fallas y no solo no encierran novedades, sino que afloran alguna que otra decepción.

Pero es lo que hay. El 1 de febrero se presenta la Feria de San Isidro, poco después se conocerá el contenido de la Feria de Abril, y se puede aseverar sin margen de error alguno que no habrá maravillas inesperadas.

Se perfila un año más, como el pasado y como tantos otros, sin atisbo de innovación, sin ninguna gesta, sin una combinación que deje con la boca abierta. Este es el signo de estos tiempos, y así seguirá siendo, dure lo que dure la tauromaquia.

Pero que nadie se turbe: esta es la normalidad.

La fiesta de los toros es, quizá, el único negocio artístico que no ha evolucionado al vertiginoso ritmo que ha impuesto la sociedad

Los empresarios son los más conspicuos representantes de un sector que por distintas razones no es de este tiempo; más allá del colorido, del ambiente, de la emoción y la belleza, —conceptos eternos—, del desencanto y el aburrimiento —sempiternos—, la fiesta de los toros quedó anclada y paralizada hace ya muchos años. Es, quizá, el único negocio artístico que no ha evolucionado al vertiginoso ritmo que ha impuesto la sociedad. Ha llegado hasta aquí gracias al empeño de la afición, capaz de superar el anacronismo del espectáculo para seguir disfrutando del misterioso encuentro entre un ser humano y un toro.

Pero esa tabla salvadora se ha ido empequeñeciendo a causa de una degeneración desilusionante —el aficionado está a punto de ser considerado una reliquia—, y la fiesta de los toros de los años 20 del siglo XXI descansa única y exclusivamente en las manos de los empresarios.

Ellos, los pocos grandes y los muchos pequeños, son los que mantienen el espectáculo, deciden su programación y eligen, premian, castigan o vetan a los toros y toreros en función de la marcha del negocio y de sus compromisos con otros miembros del sector.

Los empresarios arriesgan su dinero y procuran obtener un legítimo beneficio. No forma parte de su preocupación la integridad, la pureza y la promoción del arte del toreo. Esa no es, en teoría, su misión, aunque sería deseable que a todos ellos les preocupara la salvaguarda de la esencia de la fiesta, condición indispensable para su permanencia.

Toros de la ganadería de Fuente Ymbro, en la dehesa gaditana.
Toros de la ganadería de Fuente Ymbro, en la dehesa gaditana.Toromedia

He aquí la razón -el mando omnímodo de los empresarios y su apego a la rentabilidad antes que a la verdadera naturaleza del espectáculo- de que la tauromaquia se haya desnaturalizado, de modo que se organizan ferias de diseño sobre la base de tres o cuatro figuras conocidas con toros comerciales para satisfacer solo al público, que es el que puede permitir, llegado el caso, que exista rentabilidad económica.

Pero la culpa de esta situación no es de los empresarios; al menos, no en exclusiva. Es el desamparo político y social de la fiesta de los toros el que propicia la situación actual. Un patrimonio cultural, como lo es el cine, el teatro, la música o los toros, debiera estar protegido por las administraciones públicas, defendido y promovido al margen de la iniciativa privada. Y si no está la administración en primera línea, sí amparada por un organismo que vele por su mantenimiento, su prestigio y su esencia.

Se trata, en suma, de buscar el método adecuado para que la tauromaquia pueda pervivir en el tiempo a pesar de las amenazas permanentes; se trata de que sea posible que vuelva el toro-toro que destrone al aborregado artista de tantas tardes de desaliento; se trata de que se anuncien gestas de toreros valientes, que exista rivalidad auténtica, de que haya un liderazgo y que la emoción deje de ser un sentimiento cada vez más alejado de las plazas de toros. Y esta responsabilidad, a la vista está, no puede residir en las manos de los empresarios.

Porque, ¿son aficionados los empresarios taurinos actuales? Quizá, no, pero tampoco tienen necesidad de serlo. Sus antecesores de los años gloriosos de la fiesta de los toros podían permitirse, incluso, el lujo de ser románticos porque el negocio era seguro y rentable. Hoy, no. De ahí, que ante el desamparo oficial deban actuar con la mirada dirigida a la taquilla.

Un patrimonio cultural, como es la tauromaquia, debe estar protegido por las administraciones públicas, defendido y promovido al margen de la iniciativa privada

Por cierto, sí hay algo nuevo en este año de 2024 en la fiesta de los toros.

Hay un nuevo ministro de Cultura, que no es amigo de la tauromaquia. En su primera entrevista con un medio de comunicación prometió diálogo con el sector, y en la segunda ha dicho que “las tradiciones evolucionan y creo que hay una mayoría de la sociedad española que no comparte la tortura animal; qué medidas tomaremos, pues lo tenemos que ver y estudiar; queremos ser cautos y escuchar”.

Téngase en cuenta, no obstante, que las competencias taurinas pertenecen a las comunidades autónomas, pero el Ministerio cultural y el de Juventud e Infancia pueden intervenir, y de qué modo, en los toros. De momento, no hay novedad, pero queda un año por delante para las sorpresas.

Ojalá la nueva temporada ofrezca alguna noticia para la esperanza, algún motivo para que muchos aficionados desencantados vuelvan al redil.

Hay toros en el campo, quién dice que no, y toreros dispuestos a jugarse la vida; lo que no abundan son políticos que cumplan la ley, ni cabezas amuebladas y valientes decididas a cambiar el signo de los tiempos para que la tauromaquia vuelva a sus orígenes: pureza, ortodoxia y respeto a la integridad del toro.

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Sobre la firma

Antonio Lorca
Es colaborador taurino de EL PAÍS desde 1992. Nació en Sevilla y estudió Ciencias de la Información en Madrid. Ha trabajado en 'El Correo de Andalucía' y en la Confederación de Empresarios de Andalucía (CEA). Ha publicado dos libros sobre los diestros Pepe Luis Vargas y Pepe Luis Vázquez.
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