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¿Quién tiene derecho a contar el Holocausto? Una obra de ficción reactiva el debate en España

Descendientes de supervivientes e historiadores enfrentan sus visiones tras la publicación de una novela de Fermina Cañaveras sobre la prostitución en el campo de Ravensbrück

Presas del campo de Ravensbrück, en una fotografía tomada entre 1943 y 1944.
Presas del campo de Ravensbrück, en una fotografía tomada entre 1943 y 1944.ullstein bild Dtl. (ullstein bild via Getty Images)
Amalia Bulnes

La publicación de la novela El barracón de las mujeres (Espasa), primer trabajo de ficción de la historiadora Fermina Cañaveras, que narra “el horror de las presas del campo de concentración de Ravensbrück obligadas a prostituirse”, ha provocado una encendida reacción de las asociaciones de familiares de víctimas del único campo nazi para mujeres. Tras su salida a las librerías, su promoción atrajo un gran número de entrevistas en las que su autora defendía el contexto de este campo como “un proyecto levantado en la Alemania nazi exclusivamente para atentar contra los derechos de la mujer: violaciones, abortos forzados y esterilización eran los tres pilares sobre los que se levantó este campo por donde pasaron hasta 130.000 mujeres entre 1942 y 1945″, según declaró a EL PAÍS el pasado 14 de febrero. Doscientas de ellas fueron españolas. A través del relato de una superviviente, Isadora Ramírez, de cuya da fe la autora, la novela narra en clave de ficción el calvario de las mujeres convertidas en esclavas sexuales en Ravensbrück.

Sin embargo, pocos días después, EL PAÍS recibió una carta firmada por cinco descendientes de las españolas deportadas a este campo nazi en la que mostraban su disconformidad con el relato de Cañaveras. A pesar de ser una obra de ficción, calificaban la novela de “atentado a la dignidad de estas mujeres” y aseguraban que se trataba de un texto plagado de “errores históricos”.

“Nunca hubo burdel en Ravensbrück, ni barracón de locas, ni cámara de gas hasta principios del año 1945. Los burdeles estaban en los campos de hombres. Unas 200 mujeres de Ravensbrück, entre ellas exprostitutas a quienes se les prometía la liberación, fueron enviadas a campos de hombres: Sachsenhausen, Neuengamme, Dachau, Mauthausen, Buchenwald, Flossenbürg, Mittelbau-Dora. Nos parecería adecuado, por respeto a la verdad debida a sus lectores, que EL PAÍS se informara con historiadores/as y desmintiera este artículo”, finalizaba la carta firmada por diferentes representantes del Amical de Ravensbrück como Margarita Català, hija de Neus Català y presidenta de esta asociación memorialista; Carme Rei-Granger, descendiente de Conxita Grangé y vicepresidenta del Amical de Ravensbrück; François Jené Cánovas, descendiente de Braulia Cánovas y secretario del Amical de Ravensbrück; Pablo Iglesias Núñez, descendiente de Mercedes Núñez Targa; y Marie France Cabeza Marnet, descendiente de Ángela Cabeza.

“No se trata solo de una novela histórica —insistía este martes Margarita Catalá durante una conversación telefónica—, porque se presenta como algo histórico”. El debate sobre si la ficción es un vehículo adecuado para contar el Holocausto nació prácticamente con el final de la II Guerra Mundial y no se ha detenido nunca. “Es un debate que existe desde hace mucho tiempo y al que en España estamos llegando ahora”, asegura el historiador Gutmaro Gómez Bravo, catedrático de la Universidad Complutense y autor de Deportados y olvidados: Los españoles en los campos de concentración nazis. La cuestión de fondo es quién tiene derecho a contar el Holocausto y cómo debe contarse un relato aún vivo en la memoria de una minoría de supervivientes y en sus descendientes.

La explotación de las mujeres

La autora de la novela, la editorial que la ha publicado (Espasa, grupo Planeta), historiadores independientes y otras fuentes bibliográficas internacionales han sido consultados para la elaboración de este reportaje, que procura arrojar luz sobre un tema tabú desde el final de la II Guerra Mundial: la existencia de burdeles en los campos de concentración, donde los nazis usaban a prisioneras como esclavas sexuales. El silencio sobre este asunto es notable: en las 1.100 páginas del libro KL: Historia de los campos de concentración nazis, considerado una obra fundamental para conocer el sistema concentracionario nazi, Nikolaus Wachsmann apenas lo cita. La Enciclopedia del Holocausto, que depende del Museo del Holocausto de Estados Unidos, expone: “En 1942, las SS comenzaron a abrir burdeles en algunos de los campos de concentración. Las autoridades de los campos trataron de explotar a las mujeres obligadas a trabajar en estos burdeles para recompensar a los prisioneros varones por cumplir o superar las cuotas de producción. La mayoría de las mujeres obligadas a trabajar en los burdeles eran prisioneras del campo de Ravensbrück. Se estima que su número es de al menos 100. Las autoridades del campo obligaron a algunas prisioneras a trabajar en el burdel, mientras que otras se ofrecieron como voluntarias después de que las autoridades del campo les prometieran un trato preferencial o la liberación después de seis meses. Ninguna de las mujeres fue liberada anticipadamente”.

A este respecto, Gutmaro Gómez Bravo asegura que “todas las mujeres en el sistema concentracionario alemán entran dentro del llamado sonderbau, que son prostíbulos dentro de los campos de concentración”. Y añade: “Aquí lo que hay que matizar para ser rigurosos es que desde Ravensbrück las trasladan a Mauthausen y a Auschwitz, fueron trasladadas allí, no hay ninguna duda”.

Por su parte, Diego Martínez López, doctor en Historia Contemporánea por la Universidad Complutense de Madrid y profesor en la Universidad Francisco de Vitoria, explica: “Fueron prostituidas entre 200 y 210 mujeres, de las que tenemos localizados un total de 172 nombres. Todas ellas procedían de Ravensbrück, eso es una verdad histórica contrastada”, asegura. Cierto es también, insiste Martínez, que los burdeles estaban en otros campos y no en Ravensbrück, tal y como indica la carta del Amical: “No tiene sentido que lo hubiera: pero partían de allí, que era el campo femenino”, explica el experto. La autora de El barracón de las mujeres, Fermina Cañaveras, también historiadora y profesora de la UNED, cree que “no está mal llamarlo el mayor burdel del Tercer Reich, porque era donde las elegían y las movían, en un sistema perfectamente organizado de trata de mujeres”, explica.

Igualmente, Martínez López —al hilo de lo que denuncian las descendientes de las supervivientes— asegura que “no está verificado ningún nombre español entre las explotadas sexualmente, aunque los relatos recogidos por algunas supervivientes españolas al final de la guerra apuntan a que pudo haber una o dos. A mí no me cuadra esta idea. El grueso de las españolas llegó en 1944, cuando Ravensbrück es ya más bien un campo de tránsito y usan a las presas para explotarlas en las fábricas de armamento. Tendría que investigar el caso concreto de Isadora Ramírez, ahí me surgen problemas, pero a fin de cuentas es una novela y ahí cabe todo. Es la defensa de su autora”, manifiesta el historiador.

Fermina Cañaveras
La escritora Fermina Cañaveras.Hugo G. Pecellín

Es aquí donde pone el foco la editorial Espasa, que insiste en que El barracón de las mujeres es un relato de ficción, con un “único hecho histórico” reivindicado sobre el que se podría, a su juicio, cuestionar su veracidad: la existencia de Isadora Ramírez García, la española protagonista del relato de Fermina Cañaveras, una joven republicana exiliada en Francia y enrolada en la Resistencia que es apresada y enviada a Ravensbrück, donde entra en contacto con el horror de la esclavitud sexual en la Alemania nazi. “Isadora está construida con retales de muchas otras mujeres de las que he podido recabar testimonios, y así lo explico al final de la novela, que, insisto, es un relato de ficción. Sigue faltando mucha documentación y por eso no escribí un ensayo”, explica a EL PAÍS su autora. Aun así, Cañaveras defiende la existencia de su protagonista, cuya historia conoce a través de sus conversaciones con Carmen Patón, una militante del Partido Comunista con la que entró en contacto mientras investigaba cómo se organizó la Resistencia en la clandestinidad durante la Guerra Civil en un piso de la calle Atocha de Madrid.

Patón murió hace dos años, pero su hija Isabel Garrido Patón, nacida en 1946 y residente actualmente en Alicante, ha atendido al teléfono a EL PAÍS. Asegura recordar a aquella mujer. “Me acuerdo de ella, era muy menuda. A veces se hacía llamar Isadora, otras veces se cambiaba el nombre y la llamábamos Isa, algo que a mí me llamaba mucho la atención de niña. Tendría unos seis o siete años”, narra esta descendiente. “Mi madre me contó que había estado en Ravensbrück, que tenía una situación personal muy complicada. Yo nunca se lo vi, pero mi madre aseguraba también que llevaba un tatuaje en el pecho. Cierto es que siempre iba tapada hasta el cuello, aunque fuera verano”, insiste. Isabel Garrido se refiere a una foto que ha aportado Cañaveras y que añade dramatismo al relato: la de una mujer con una inscripción en el tórax en la que se lee Feld-hure (puta de campo en alemán) y que también es cuestionada por su autenticidad. “Después de tanto tiempo, no entiendo esta persecución a una novela”, insiste la hija de la militante comunista Carmen Patón cuando está a punto de colgar el teléfono: “¿Por qué tiene más credibilidad el Amical de Ravensbrück que mi madre?”.

¿A quién le corresponde entonces contar el Holocausto? “Es un debate construido sobre la culpa, la atribución o la responsabilidad, y no sobre los hechos históricos”, explica Gutmaro Gómez Bravo. Sobre la publicación de El barracón de las mujeres, Gómez Bravo cree que su autora ha realizado un ejercicio “tan libre” que se pregunta: “¿contra qué o quién atenta esto?”.

Denunciar y recordar

Por el contrario, en su último correo electrónico, Margarita Catalá aporta un texto firmado conjuntamente por Insa Eschebach y Pascale Bos que quieren enviar a los medios como respuesta a la publicación de la novela. En él, Eschebach (que es investigadora en el Instituto de Estudios Religiosos de la Universidad Libre de Berlín y fue directora del Memorial de Ravensbrück) y Bos (profesora asociada de Estudios Germánicos y Holandeses de la Universidad de Texas en Austin, Estados Unidos) no solo niegan la trata de mujeres (“sobre las supuestas violaciones de prisioneras en Ravensbrück no hay constancia ninguna”), sino que, según explican, “la sexualización retrospectiva de las prisioneras se evidencia, entre otras cosas, en la extensa literatura de memorias escrita por prisioneras supervivientes”. “Hoy en día, son los hijos y nietos de las supervivientes quienes luchan contra la instrumentalización fantasmagórica del campo de concentración de mujeres de Ravensbrück”, escriben.

Al final de este texto mencionan las palabras de la presidenta del Comité Internacional de Ravensbrück, Ambra Laurenzi: “Soy hija y nieta de mujeres que fueron deportadas a Ravensbrück y no puedo evitar pensar en lo que mi madre y otras deportadas siempre me han contado sobre su regreso tras el final de la guerra, cuando su esperanza era encontrar un hogar y alivio, pero en cambio se toparon con burlas y reproches porque, según la opinión común, todas habían sido vendidas a los nazis. En consecuencia, su trágica experiencia de deportación fue considerada en la mayoría de los casos como una culpa, encerrándolas en un silencio que duró más de 50 años.”

Este silencio, que Diego Martínez Lópe comparte, se ha convertido en un tabú, como explicaba en 2009 en una conversación con la agencia Reuters el alemán Robert Sommer, autor de Das KZ Bordell (El burdel del campo de concentración), el primer relato completo sobre la prostitución en los campos de concentración: “En la memoria colectiva y en la historia escrita de la II Guerra Mundial, los burdeles de los campos fueron durante mucho tiempo un tabú. Los supervivientes no querían hablar de eso: era un tema difícil de manejar”. Casi todas las mujeres obligadas a trabajar en estos prostíbulos han muerto, y las que quedan son reacias a hablar. Sin embargo, “es importante que a estas mujeres se les devuelva parte de su dignidad”, explica a Reuters Sommer, un punto sobre el que insiste Cañaveras: “La intención última de la novela ha sido denunciar, recordar y dignificar”.

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