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Rebobine, por favor: la generación del videoclub reivindica su pasado

Los amantes del formato físico defienden su valía frente al pensamiento único de las grandes compañías de ‘streaming’ como Netflix, que recientemente suspendió su servicio de alquiler después de 25 años

ET
El videoclub más antiguo de España, Video Instant, abierto en Barcelona hace 43 años, el pasado 1 de marzo.massimiliano minocri
Elsa Fernández-Santos

Entre lo poco salvable de la floja y apocalíptica película de Netflix Dejar el mundo atrás, de la que todo el mundo hablaba hace no tanto y casi nadie se acuerda ya, está uno de sus planos finales, en el que una adolescente descubre en un búnker de lujo una librería con cintas de DVD entre las que está, junto a decenas de películas, Friends, su serie favorita. En un mundo sumido en el caos y el colapso por un sabotaje tecnológico, una muchacha recupera la esperanza gracias al descubrimiento del viejo formato físico.

No deja de ser paradójico que sea precisamente Netflix la plataforma tras ese guiño a los DVD el mismo año en que se despidió, tras un cuarto de siglo, su servicio postal de alquiler. Fue en primavera cuando el gigante del streaming anunció que a partir de otoño se desmantelaba su operación DVD.com. Los motivos: ante el cada vez “más menguado negocio” no podían “garantizar la calidad del servicio”. Para la despedida, Netflix lanzó desde una pantalla gigante situada en pleno Sunset Boulevard todo tipo de eslóganes: “El DVD siempre estará en nuestro ADN” o “No te des por vencido. Nuestro sueño empezó con unos DVD”.

La batería de propaganda no sirvió para frenar el caudal de artículos que en los últimos meses han lamentado el cierre de este servicio postal online. Y no solo por cuestiones románticas o de pura formación cinéfila. Para muchos estadounidenses que viven en lugares remotos con mala cobertura digital, el servicio de DVD.com seguía siendo la única forma de acceder al cine o las series que les interesaban. Lo cierto es que para muchos la noticia fue una sorpresa, comparándola con el inesperado obituario de una vieja gloria de Hollywood a la que todos daban por muerta. Este servicio, que desde 1998 repartió más de 5.200 millones de cintas a cuatro millones de usuarios fijos y cuyos fondos no se limitaban al catálogo de Netflix, nunca fue más allá de las fronteras estadounidenses.

Uno de los carteles de Netflix en Sunset Boulevard.
Uno de los carteles de Netflix en Sunset Boulevard.Netflix

Según datos de la propia compañía, la última película que entró en un sobre fue Valor de ley, el wéstern de 2010 de los hermanos Coen con Jeff Bridges de protagonista. En su último año, la más alquilada fue Top Gun: Maverick, excepto en Washington DC, donde lo fue Tár, quién sabe si por la familiaridad que tienen con el poder en esa ciudad; después de todo, el filme cuenta la historia de una abusiva directora de orquesta. Cate Blanchett, con 44,2 millones de discos, era la actriz “más alquilada”, dos millones por encima de la siguiente, Meryl Streep; y Clint Eastwood, el director más reclamado, con Gran Torino como su película más solicitada. El segundo y tercer puestos eran para Steven Spielberg y Martin Scorsese, respectivamente, y la película de los años veinte más popular entre los usuarios, Metrópolis, de Fritz Lang.

La columnista Melinda Delkic lamentó en The New York Times algo que a menudo se olvida entre la mareante oferta del streaming: sencillamente, hay miles de películas que ya será muy complicado encontrar. Ella se refería a una en concreto, Crossroads (2002), rodada a mayor gloria de Britney Spears. Si le ocurre a un título así, qué no sucederá si viajamos en el tiempo. El problema, además, no afecta solo a las cintas, sino también a unos equipos de lectura cada vez más obsoletos que acaban por dejar de funcionar.

El DVD sustituyó al VHS en 1996 y empezó su caída en 2008. La gran recesión y la irrupción del Blu-ray provocaron la tormenta perfecta. En los últimos años han florecido plataformas ciudadanas como Free Blockbuster para la distribución e intercambio de VHS, DVD y Blu-ray y además se ha vuelto a cierta nostalgia sobre los videoclubs en los que se nutrieron tantos espectadores, incluido uno de los mayores amantes del séptimo arte de la historia, François Truffaut, que cuando emergió el nuevo formato a principios de los ochenta se sumó a la tribu de los integrados con la siguiente frase: “Dado que soy cinéfilo, soy un amante del vídeo”. Ese acceso súbitamente universal también provocó cambios en el lenguaje artístico de las películas y en toda una generación de creadores marcados por esa nueva forma de consumo, con Quentin Tarantino a la cabeza.

Otra imagen de Instant Video, en Barcelona, el 1 de marzo.
Otra imagen de Instant Video, en Barcelona, el 1 de marzo. massimiliano minocri

La película El videoclub de Kim, disponible en Filmin, es un buen ejemplo de hasta dónde llegó la influencia del soporte. Se trata de un documental algo atolondrado sobre la mejor tienda de videos de Nueva York, un lugar que albergaba más de 55.000 cintas, entre ellas una importante colección de películas inencontrables y underground. La rocambolesca historia de esta colección incluye a la mafia siciliana, al polémico Vittorio Sgarbi —crítico de arte y hasta hace poco secretario de Cultura del Gobierno italiano— y a un grupo de fanáticos de aquel videoclub que lo aprendieron todo en sus estanterías.

Aurora Depares es la dueña del videoclub más antiguo de España, Video Instant, abierto en Barcelona hace 43 años. Con un fondo de 47.000 películas, el negocio se recicló en 2018. En pleno boom de las plataformas y ante el cierre en cadena de empresas similares, se amplió la oferta con un espacio con cafetería y una sala privada de cine. Hoy sobreviven con 250 clientes que pagan una tarifa plana de 9,95 euros y los coleccionistas y estudiosos que acuden a su gigantesco fondo. “Mis padres compraban todo lo que se editaba en España y por eso tenemos un archivo tan importante”, explica Depares. “Tenemos todo lo que quieras, además de 7.000 cintas de VHS con películas que no existen ni en DVD ni en Blu-ray. Nuestra misión es custodiar y preservar este legado”. “Yo he nacido en el videoclub y no tengo plataformas”, añade, “o voy al cine o veo las películas en DVD. El videoclub te obliga a socializar, te enfrentas a la estantería y a una conversación mucho más activa y enriquecedora que el sofá y el scroll”.

En este sentido, el crítico de The New Yorker Richard Brody apuntaba que hasta las plataformas más rigurosas y cinéfilas, como Criterion Channel o la propia Filmin, retiran las películas de su catálogo después de cierto tiempo. Para Brody mantener el formato físico no es un acto de nostalgia, sino de rebeldía. En otras palabras, la colección propia como respuesta a la mirada impuesta desde las grandes compañías de streaming: “Lejos de ser nostálgico y conservador, el mantenimiento de una reserva de soportes físicos en casa es un acto progresivo de rebeldía entre las entidades corporativas y los espectadores individuales”.

Quizá estamos ante un renacer del soporte como el protagonizado por el vinilo o seguramente solo ante el último hurra de un formato que también ha evocado el propio cine, como en la maravillosa Rebobine, por favor (2008). En aquella comedia de Michel Gondry, el rapero Mos Def y Jack Black reivindicaban el cine como un acto de amor y memoria colectiva a los mandos de un videoclub listo para el desguace.

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Sobre la firma

Elsa Fernández-Santos
Crítica de cine en EL PAÍS y columnista en ICON y SModa. Durante 25 años fue periodista cultural, especializada en cine, en este periódico. Colaboradora del Archivo Lafuente, para el que ha comisariado exposiciones, y del programa de La2 'Historia de Nuestro Cine'. Escribió un libro-entrevista con Manolo Blahnik y el relato ilustrado ‘La bombilla’
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