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CAFÉ PEREC
Columna
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Por un humanismo transformador

Comencemos a fabricar bibliotecas portátiles y otras formas abreviadas, ligeras y móviles del saber

La biblioteca Vasconcelos, en Ciudad de México.
La biblioteca Vasconcelos, en Ciudad de México.R.M. Nunes (Alamy / CORDON PRESS
Enrique Vila-Matas

Decía Voltaire que jamás 20 mamotretos podrían hacer la revolución, pero a los pequeños libros portátiles sí había que temerlos. Es una cita que incluye Xavier Nueno en El arte del saber ligero (Siruela), ensayo que indaga sobre las raíces profundas de la literatura portátil en la cultura europea, contiene una digresión sobre la literatura del no en el mundo antiguo y plantea un debate con las nuevas tecnologías digitales explorando, por ejemplo, el análisis masivo de datos y las formas de decisión y gobierno que están surgiendo a su sombra.

Sería bueno que este libro diera la vuelta al mundo. Sus imaginativas propuestas son las de alguien que prefiere fiarse de la línea recta, en la esperanza de que esta siga hasta el infinito. Dado que el libro revisa la esperpéntica abundancia de datos que manejamos, lleva de justo subtítulo Una breve historia del exceso de información. Habla de una proliferación de datos que viene de lejos. Ya Platón veía en “la escritura” una “palabra huérfana” incapaz de socorrerse a sí misma, pero que paradójicamente se movía por todas las instancias sociales hasta transformarlas de raíz.

De transformaciones en el arte del saber habla este libro, que recomienda no dejarnos llevar por el afán de aumentar nuestra biblioteca, sino por lo contrario: de aligerarla. Porque viene su autor a proponernos que de algún modo volvamos a empezar, que en lo posible hagamos tabla rasa de todo aquello que podamos dejar atrás, lo que no deja de recordarme a la vieja aspiración subterránea de las vanguardias históricas de los años veinte.

Pero ¿qué debería hacer uno para recortar sus saberes? Pongamos un límite, sugiere Xavier Nueno, y comencemos a fabricar bibliotecas portátiles y otras formas abreviadas, ligeras y móviles del saber, con el objetivo de sacar el conocimiento de los anaqueles polvorientos y practicar un “verdadero humanismo transformador” que podría adaptarse bien a esta consigna de Chris Marker: “Si las imágenes del presente no cambian, cambiemos las imágenes del pasado”.

Pero ¿con qué criterio recortamos nuestro exceso de información? Cada uno debe optar por la vía ligera de equipaje que sienta más apropiada para él. De nada sirve llenar los anaqueles siguiendo consejos ajenos, porque eso conduce a un saber impersonal. Es posible que lo mejor consista en crearse uno mismo un tipo de selección muy particular. Un canon brevísimo y muy personal reunido, por ejemplo, en un cuarto oscuro de casa. Después de todo, a la gran literatura le sientan bien las sombras. Sin la oscuridad —decía Blanchot— no existiría la obra de arte. Habría de bastarnos con unos cuantos pocos libros (libros-amuletos) que sintiéramos “muy nuestros” y a los que pudiéramos regresar una y otra vez sin agotar nunca su sentido. Como si la ligereza de equipaje pudiera facilitarnos transformar las imágenes del pasado que tanto nos condicionan hoy fatídicamente.

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