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El jurado del Goncourt, dividido pero no polarizado, premia la imaginación novelesca de Jean-Baptiste Andréa

‘Veiller sur elle’, relato histórico sobre un escultor, una aristócrata, una estatua y el trasfondo de la Italia fascista, se impone a obras de metaficción, el realismo contemporáneo y el testimonio autobiográfico

Jean-Baptiste Andrea Premio Goncourt
El escritor Jean-Baptiste Andrea llega al restaurante Drouant, este martes, después de ser anunciado como el ganador del premio Goncourt.GONZALO FUENTES (REUTERS)
Marc Bassets

Como el año pasado, fueron necesarias 14 votaciones y finalmente el voto de calidad del presidente, Didier Decoin, para que la Academia Goncourt decidiese el nombre del ganador del premio más prestigioso de las letras francesas. Pero, al contrario que el año pasado, la novela ganadora, Veiller sur elle (Cuidar de ella), del cineasta Jean-Baptiste Andréa (Saint-Germain-en-Laye, 52 años), gustaba a los diez miembros del jurado y no hubo ni desaires ni protestas, pese a las distintas preferencias. Las aguas han vuelto a calmarse en el Goncourt.

Nada más anunciarse el resultado, y en el reservado del restaurante Drouant donde el jurado acababa de deliberar, uno de sus miembros, el escritor franco-marroquí Tahar Ben Jelloun, describía así la novela ganadora: “Es una bella historia, con personajes muy sorprendentes, un enano que va a Turín para aprender a ser escultor y que se enamora de una mujer inaccesible. Y sucede durante el fascismo. Es una bella historia de amor y al mismo tiempo de amor al arte y de la expresión artística más absoluta, la escultura”.

Ben Jelloun declaró a EL PAÍS: “No hemos querido dar el premio a un documento o una autoficción, sino más bien a una verdadera novela que congrega adhesiones y que sin duda gustará porque uno queda atrapado en seguida”.

Jean-Baptiste Andrea en una sesión de fotos en París en septiembre de 2017.
Jean-Baptiste Andrea en una sesión de fotos en París en septiembre de 2017. JOEL SAGET (AFP)

Veiller sur elle, que en España publicará la editorial AdN en primavera de 2024, se impuso a Sarah, Susanne et l’écrivain (Sarah, Susanne y el escritor), un virtuoso ejercicio de metaficción de Éric Reinhardt. Las otras dos finalistas eran Humus, de Gaspard Koenig, una novela realista con un trasfondo científico sobre el papel de las lombrices y gusanos para el futuro de la humanidad. La cuarta en liza era Triste Tigre, de Neige Sinno, relato en primera persona de alto voltaje literario y ensayístico sobre los abusos sexuales que siendo niña sufrió a manos de su padrastro.

El libro de Neige Sinno ha sido sin duda el libro de la rentrée, pero chocaba con dos obstáculos para llevarse el Goncourt. El primero es que no era una “obra de imaginación”, como prescribía el testamento de Edmond de Goncourt al instaurar el premio a principios del siglo XX. Debido a esta cláusula, en años recientes han quedado excluidos libros de indudable valor literario como los de Emmanuel Carrère o El colgajo, de Philippe Lançon.

En la Academia Goncourt, estos últimos días, se perfilaba un nuevo consenso: quizá había llegado el momento de ignorar la cláusula. O aceptar que en la no ficción también puede haber imaginación. Sinno podría haber ganado, pero el lunes apareció otro obstáculo. Ese día Triste Tigre ganó el Fémina, otro gran premio de la rentrée. Y el jurado del Goncourt es reticente a repetir. Por el deseo de distinguirse. Y porque los premios del otoño —todos ellos concedidos a libros publicados el mismo año— disparan las ventas en las librerías. Por eso, dos premios distintos a un mismo autor puede ser una mala jugada para los libreros: solo se promociona un libro y no dos.

También son premios para el autor, auque la remumeración suele ser anecdótica. El ganador del Goncourt recibe un cheque de 10 euros, pero automáticamente se convierte en superventas y se traduce a decenas de lenguas.

“Fuese cual fuese de los cuatro, yo hubiese estado contento”, decía, sentado en la mesa de Drouant donde se reúne el jurado, el escritor Pierre Assouline. “Yo tenía una preferencia, pero cada libro tiene una calidad que el otro no tiene”. Todo estaba a punto en la mesa para que se sentase el vencedor, quien había acudido a toda prisa al más literario de los restaurantes parisinos tras saber que era él el elegido.

“Las cualidades de Andrea”, observó Assouline, “son lo imaginario y lo novelesco. Son cualidades más raras de lo que se cree. Porque muchos libros y novelas hoy se inspiran de cosas reales, de la vida de alguien, de un suceso. Aquí es puramente imaginario. No vale la pena buscar claves, no hay claves. Es puramente novelesco.”

“Es lo que dice Pierre”, asentía a su lado otro académico Goncourt, el pensador Pascal Bruckner. “Es lo novelesco en estado puro, a la antigua, es una novela de evasión que probablemente encontrará muchos lectores”. Ambos coinciden en que puede comaprarse al galardonado este año con Pierre Lemaître, Goncourt en 2013 y autor de trepidantes frescos históricos, “buena literatura popular, en el mejor sentido del término”, según Assouline.

Ambiente de concordia

El ambiente era de concordia en Drouant, al contrario que el año pasado. Entonces, académicos como Ben Jelloun expresaron su disconformidad con la decisión, también gracias al doble voto del presidente Decoin, para Vivir deprisa, de Brigitte Giraud, en vez de El mago del Kremlin, de Giuliano da Empoli.

Un año después, el voto de calidad del presidente era motivo de bromas. Se le comparaba al polémico uso, por parte de Emmanuel Macron, del artículo 49.3 de la Constitución para adoptar la reforma de las pensiones. Este artículo permite esquivar el bloqueo en la Asamblea Nacional por la vía del decreto. Varios miembros del jurado repitieron el chascarrillo: Ya llevamos dos 49.3 en el Goncourt”.

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Sobre la firma

Marc Bassets
Es corresponsal de EL PAÍS en París y antes lo fue en Washington. Se incorporó a este diario en 2014 después de haber trabajado para 'La Vanguardia' en Bruselas, Berlín, Nueva York y Washington. Es autor del libro 'Otoño americano' (editorial Elba, 2017).
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