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Beatrice Rana, pianista: “Muchas mujeres compositoras han sido tachadas, se las ha escondido”

La intérprete italiana, uno de los mayores talentos mundiales, regresa a Madrid y a Barcelona y reivindica la importancia de jugársela en cada actuación: “Ha llegado la hora de experimentar”

Beatrice Rana, en una imagen promocional cedida por la Fundación Scherzo.
Beatrice Rana, en una imagen promocional cedida por la Fundación Scherzo.Simon Fowler
Jesús Ruiz Mantilla

A Beatrice Rana (Copertino, Italia, 30 años) le gusta que los detalles se conviertan en retos. Quiso tener uno con el público español la primera vez que tocó en Madrid dentro del ciclo Grandes intérpretes de la Fundación Scherzo: ejecutar la suite Iberia, de Isaac Albéniz, una de las obras más diabólicas de la literatura pianística universal. Tenía entonces 26 años y de aquel primer encuentro ya muchos intuyeron que se trataba de lo que la italiana es hoy: una de las grandes pianistas de su generación a nivel mundial.

Fue su manera de anunciar: aquí estoy. No se recuerdan muchas figuras consagradas en el panorama internacional que se atrevan a tanto. “Me encanta la Iberia, pensé que podría ser mi homenaje al público español. Esta música conlleva color, ritmo, folclor, posee una energía irresistible. Yo estaba muy nerviosa aquel día y tenía además en la mente el referente de Alicia de Larrocha”.

Pero lo bordó. Y ahora el público la espera ya con la sensación de gran cita cuando aparezca el lunes, en el Palau de la Música Catalana de Barcelona, y el martes en el Auditorio Nacional, dentro del mismo ciclo, en sus dos apariciones españolas. Aunque no con Albéniz esta vez, sino con un programa en el que mezclará a Debussy con su compatriota Castelnuovo-Tedesco y a Scriabin con Liszt.

La naturalidad y el nada enfático, pero riguroso atrevimiento de Beatrice Rana, sin duda, tiene que ver con su infancia. A los cuatro años ya tocaba el piano en una casa de músicos. “Mis padres lo interpretaban, crecí con ello como algo cotidiano. No solo para mí, sino para todo el que me rodeaba. Mi padre trabajaba en un teatro de ópera y me llevaba a los ensayos. Mi madre daba clases en casa”, afirma. De hecho, con algunos años más, entró en el domicilio de una amiga y le sorprendió no encontrar un piano. Ahí se dio cuenta de que lo que ella consideraba normal, no lo era tanto, aunque provenga del país en el que Bartolomeo Cristofori, justo al terminar el siglo XVII —alrededor de 1698— revolucionara el mundo de la música cuando inventó en Florencia un artefacto que buscaba la utopía del sonido al reunir cuerda, percusión y aire dentro de su mecanismo en un único instrumento.

Beatrice Rana, en una imagen promocional cedida por la Fundación Scherzo.
Beatrice Rana, en una imagen promocional cedida por la Fundación Scherzo.

Italia es no solo la música en sí, sino el lugar donde se inventaron sus herramientas cruciales y sus formas. También, según Rana, una escuela propia de piano. “Existe, desde luego”. ¿Y cómo se caracteriza? “Es científica, con una aproximación específica al arte del piano, que conlleva una especial percepción del sonido, una arquitectura propia y una fascinación por la melodía. Venimos también del mundo de la ópera, bebemos de eso y se nota. Contamos con un instinto especial para ello, cuidamos nuestra inclinación natural a la cualidad del canto”.

Se formó en el conservatorio Nino Rota de Monopoli y después en Hannover, donde se trasladó a los 18 años. Un contraste importante en su vida, que enriqueció su talento hasta llevarla a ganar el concurso de Montreal en 2011 y conseguir la medalla de plata en el Van Cliburn, de Texas, dos años después. Pese a haber superado la experiencia, Rana siente que debe diferenciarse en escena y que no la confundan con una pianista ganadora de concursos: “Con ese tipo de intérprete que da perfectamente todas las notas y muy rápido. Quiero que el público me perciba a mí, que me valoren a mí y no a mis premios, o a una máquina de triunfar en competiciones que se han convertido en una especie de juegos olímpicos”.

Es algo que destila en su discografía. La grabación con la que Beatrice Rana logró un foco especial por su exquisitez fue la de las Variaciones Goldberg, de Bach, en 2017. Una obra muy explorada, que en sus manos, sin embargo, sonaba distinta. “La siento muy anclada en mi interior. Me transmite muchas cosas íntimas y quise darles naturalidad, transparencia. Cuando hablamos de Bach, nos referimos a él, a menudo, como a algo inalcanzable, difícil de interpretar, inabordable. Quería demostrar que no era así y acercarlo. Dar dignidad y sencillez a esa belleza. Ir directa al corazón, sin artificios”.

Su búsqueda es sutil, su estilo de una profundidad y una ausencia de pretensiones asombrosa. Persigue crecer acompañando a los grandes para superarse. “Es lo que busco en mi carrera. Colaborar con los mejores y no llenar mi agenda de conciertos porque sí. Ni muchos, ni pocos, los justos. Una de las claves para marcar la diferencia en el presente está en la calidad con la que elaboras tu calendario. Necesito tiempo para profundizar en soledad con la música. Si tocas mucho en público agotas la energía que nos exigen los conciertos. Nunca acepto nada que no me apetezca abordar, solo lo que de verdad quiero tocar”, asegura.

Lograr llenar las salas representa para ella un reto generacional importante. “Ha llegado la hora de experimentar”, afirma. “No sabemos dónde vamos, se avecinan muchos cambios en nuestro mundo. Las pantallas, las redes, la falta de atención, nos resulta un reto a quienes debemos mantener la concentración de alguien durante dos horas. Debemos explorar alternativas a lo que existe”.

Quizás tampoco plegarse, como intentan algunos, a hacer playlists sin ton ni son. “Eso no va conmigo, pero les puede valer a otros. Todos debemos intentar recetas nuevas para probar. Los más jóvenes, sobre todo”. Ella ha intentado las suyas en el festival de música de cámara que dirige en Lecce, por ejemplo. “No dimos el programa a la entrada. Lo tocamos, no dijimos lo que íbamos a hacer y después lo entregamos. Les gustó la experiencia. A mí también. Todos se encontraban al mismo nivel, no podían imponer su criterio ni los entendidos porque elegimos piezas poco convencionales. Rompimos la dinámica de cuándo aplaudir. Buscábamos que escucharan sin ningún prejuicio, el mayor enemigo que tiene el mundo de la música en nuestros días”. No solo entre el público: “Los prejuicios empiezan con los promotores, que presionan para abordar piezas concretas del gusto del público. Hay que aprovechar en esta época que mucha gente desconoce lo que es el primer concierto de Chaikovski para tocar más el segundo y elevarlo al mismo nivel. Darle la oportunidad de reivindicarse”.

Como también ocurre con el repertorio de mujeres compositoras olvidadas. Rana ha sido fundamental a la hora de volver a dar la categoría que merece a Clara Schumann como compositora. Ha interpretado y grabado su concierto para piano y orquesta. “Muchas mujeres han sido tachadas, se las ha escondido y se ha perdido mucha inspiración y repertorio. El ejemplo de Schumann resulta evidente. A los 21 años decidió dejar de componer después de casarse. Es muy importante recuperar lo que hizo, así como tocar piezas de compositoras actuales. Aunque solo sea para animar a quienes intentan crear para que tengan referentes”, apunta.

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Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.

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