Louise Bourgeois en Viena: las telas de la ‘mujer araña’
El museo Belvedere exhibe por primera vez en Europa una gran retrospectiva dedicada a la obra pictórica de la escultora francoestadounidense, una de las principales exposiciones del otoño en Europa
Louise Bourgeois (París, 1911-Nueva York 2010) es una de las artistas que definieron la escultura en el siglo XX. Conocida por sus monumentales bronces de arañas, que se han instalado a las puertas de templos como la Tate Modern de Londres, el Hermitage de San Petersburgo, el Guggenheim de Bilbao y ahora el Belvedere de Viena, el origen de su imaginación visual se encuentra en el espacio mínimo del lienzo. La artista volcó por primera vez en sus pinturas al óleo las formas esenciales y los demonios personales que exploraría a lo largo de siete décadas, y el Belvedere las ha reunido para exponerlas por primera vez en Europa en la retrospectiva Antagonismo persistente.
Nacida en París en la Navidad de 1911, con 26 años se casó con el afamado crítico de arte Robert Goldwater y se mudaron a Nueva York, donde comenzó a pintar y a expresar a través del arte sus ansiedades para exorcizarlas. “Pese a su proximidad con los surrealistas en los años treinta en París y con los expresionistas abstractos en los años cuarenta en Nueva York, su obra permaneció predominantemente figurativa y poco convencional”, dice la comisaria Sabine Fellner. Entonces dejó de pintar.
Nadie la conoció mejor que Jerry Gorovoy, su confidente y asistente personal durante tres décadas, que lidió con los proverbiales ataques de ira de la pequeña artista francoestadounidense (“mis emociones son inadecuadas para mi tamaño”, gritaba Bourgeois). Durante la presentación, caminaba discreto por las salas barrocas del Belvedere. Preside la Easton Foundation en Nueva York, que gestiona el legado de la creadora. ¿Por qué abandonó la pintura Bourgeois? “Abandonó el óleo sobre lienzo pero nunca dejó de dibujar y hacer grabados, no renunció a las dos dimensiones. Escogió la escultura porque era un trabajo más físico”, responde Gorovoy.
“Y para dominar el espacio”, añade Fellner junto a Cell (The Last Climb), de 2008, una instalación del tamaño de una habitación que en el Belvedere se presenta entre escenas mitológicas y frescos del siglo XVIII en el monumental Salón de Mármol, la única sala de palacio que abarca dos pisos. Las celdas, junto a las arañas (instaladas, en su caso, en los jardines), son los dos grandes emblemas de la obra escultural de Bourgeois, la primera mujer, en 1982, a la que el Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA) dedicó una retrospectiva.
Los lienzos de Bourgeois, creados entre 1938 y 1949, se exhiben en diálogo con una selección de esculturas, instalaciones, dibujos y grabados de una fecunda carrera artística que abraza el siglo XX. Si las celdas pueden leerse como un autorretrato, el motivo de la araña (que representó por primera vez en un pequeño dibujo en 1947) es una oda a su madre y un guiño a su propio proceso creativo. Esos insectos construyen su mundo a partir de su propio cuerpo, así crean sus telas. Bourgeois asumía que su arte era una respuesta física de sus emociones y ansiedades.
La mayoría de las pinturas apenas se han mostrado en público. Algunas son clásicas, como The Runaway Girl o la serie Femme Maison, que se convertiría en un icono para la segunda ola del movimiento feminista. La exposición se encara con las eternas ambigüedades de Bourgeois. La más ruidosa, su rechazo frontal al sintagma nominal artista feminista, que consideraba una etiqueta castrante. En una de las paredes del Belvedere, junto al cuadro Roof Song (1947), se lee casi como un bramido una de sus citas: “No existe una estética feminista. ¡Absolutamente no! Hay un contenido psicológico. Pero no por ser mujer trabajo como lo hago. Es por las experiencias por las que he pasado”. En una de esas experiencias, el 11 de diciembre de 1970, protestó contra la inauguración de Exposición anual: Escultura americana contemporánea en el museo Whitney de Nueva York por la baja presencia de mujeres artistas (aunque ella estaba incluida). Dos años después lo repetiría en el MoMA. Una cosa eran las etiquetas y otra, las acciones. “Bourgeois reaccionó en su obra a las relaciones de poder entre hombres y mujeres y reflejó el papel social de la mujer en las estructuras patriarcales dominantes en ese momento”, dice la comisaria Sabine Fellner.
En otra sala, un enorme pene de yeso y látex cuelga de un alambre. Bourgeois tituló provocativamente la escultura Fillette (niña, en francés). “El falo es objeto de mi ternura. Se trata de vulnerabilidad y protección”, dijo la artista en 1968. Todavía seguía con la sonrisa maliciosa en 1982 cuando Robert Mapplethorpe la fotografió con Fillette aferrada bajo el brazo. Bourgeois tenía 71 años y estaba en la plenitud de su carrera. Mira a la cámara con el rostro cincelado por las arrugas y un brillo luminoso en los ojos. Fue ella y no Mapplethorpe quien decidió que posara con la escultura carnosa de un falo de 60 centímetros para un retrato encargado por el MoMA para la retrospectiva que la consagró en la escena internacional del arte, y que el museo neoyorquino censuró. En el catálogo encuadró la imagen de tal forma que Fillette no se muestra. “El brillo en los ojos se debe a lo que cargo conmigo. Pero lo cortaron. Lo cortaron porque el museo era muy mojigato”, le dijo a la historiadora del arte Mignon Nixon.
Ya en el siglo XXI rompió otro techo de cristal, uno que hoy se ha vuelto a sellar. El Hermitage de San Petersburgo le brindó en 2001 la primera exposición dedicada a un artista estadounidense vivo. Poco después exhibió The Reticent Child en la casa-museo de Sigmund Freud en Viena. Bourgeois comenzó a someterse a psicoanálisis en 1951 y mantuvo las sesiones durante años. En opinión de Johanna Hofer, también comisaria de la exposición, temas como la lujuria, el deseo, la sexualidad y la agresión, implícitos en Femme Maison, ganaron su fuerza explosiva cuando la artista se tumbó en el diván.
No existe una estética feminista. No por ser mujer trabajo como lo hago. Es por las experiencias por las que he pasado”.Louise Bourgeois
Bourgeois afirmaba que el dolor era su negocio. “Dar significado y forma a la frustración y el sufrimiento”, subrayaba. La opción de catalogar a Bourgeois como paradigma de artista atormentada, que exprime sus traumas y conflictos interiores en la creación de sus obras, puede resultar un cliché. Preguntado por ello, Gorovoy responde con otro: “Bourgeois decía que la gente feliz no tiene historias”. El principal descodificador del simbolismo de la artista añade: “Hacía arte de sus problemas. Si hubiera sido feliz, creo que no habría sido artista”. Vivió 98 años.
Antagonismo persistente se expone en el museo Belvedere de Viena hasta el 28 de enero de 2024.
Babelia
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