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Steven Wilson, el hechicero del rock progresivo: “A Spotify se suben 125.000 canciones cada día. Es absurdo”

El londinense, renovador del sinfonismo en el pop con Porcupine Tree y responsable de mejorar el sonido del catálogo de King Crimson, publica nuevo disco mientras ejerce de antítesis a los actuales tiempos urgentes

Steve Wilson en una imagen promocional de 2023 proporcionada por la discográfica Virgin.
Steve Wilson en una imagen promocional de 2023 proporcionada por la discográfica Virgin.Hajo Mueller

Cuenta el cantante, compositor y productor inglés Steven Wilson, de 55 años, que la otra mañana iba con una de sus dos hijastras por un cementerio de Londres jugando a eso de buscar entre las lápidas a alguien que murió el mismo día de tu cumpleaños. Casualmente, encontraron una que coincidía con la fecha de una de las niñas (5 de octubre de 2011) y que resultó ser la tumba de Bert Jansch, genial guitarrista y fundador de la banda Pentangle. Acto seguido, fueron a la tienda de discos del barrio, cerca de Hampstead, y compraron un vinilo del grupo en cuestión que ahora la niña, de 12 años, escucha sin parar, combinando sus ratos en TikTok con contemplativos pasajes folk rock de los años 60 sonando en el tocadiscos del salón de su casa.

Se trata de una anécdota que a Wilson le hace feliz, “porque mi forma de educarlas es que tengan una alternativa a la corriente actual donde todo sucede en pantallas y en apenas unos segundos”, dice. No con amargura, pero sí con cierta melancolía, Wilson contempla un mundo, el de la cultura analógica que, quizás se tambalea o quizás no, pero que es visto por muchos jóvenes como un simple entorno de fetichistas. “A menudo me pregunto cómo hacer canciones cuando hay una generación que solo tiene una ventana de atención que dura 20 o 30 segundos. He hecho un videoclip increíble para mi nuevo sencillo, What Life Brings, de cuatro minutos, pero sé que solo un 5% de los que le den al play lo verán hasta el final. Lo mismo con las canciones… Se te rompe el corazón”, afirma este candidato en cinco ocasiones a los Premios Grammy. “Ahora todo se centra en las voces: si tu tema tiene una introducción instrumental o un solo, es imposible que te pinchen en la radio”, añade.

Con camiseta gris y rostro despejado, Wilson se muestra contento de poder hablar de música. Sea del género que sea, incluso, si son las 10 de la mañana y anoche llegó en el último vuelto desde la capital británica, aterrizando en Madrid ya de madrugada. En 45 minutos de conversación se mencionarán a Robert Wyatt, Billie Eilish, Chic, The Cure, James Holden, Kate Bush o Sleaford Mods, por supuesto, Pentangle, sin olvidar, claro, King Crimson, Prince y Pink Floyd, padre, hijo y espíritu santo de su carrera musical. Por otro lado, y por qué no decirlo, muchos lectores no sabrán a estas alturas quién demonios es Steven Wilson, pero no tienen por qué sentirse mal por ello: Wilson pasará a la historia de la música como uno de los mayores fans de la historia de la música y no como una superestrella del rock.

Autor de más de medio centenar de discos en diferentes proyectos —el noise atmosférico de Communion, la psicodelia de rock progresivo de Porcupine Tree o el trip-hop de No-Man, por mencionar los tres más importantes—, a este inglés de ojos claros y pequeños, pelo lacio, gafas de metal y exquisito acento del sur de Inglaterra, fácilmente puedes imaginarlo componiendo canciones con una guitarra a los 10 años y teniendo amigos tan nerd como él comprando vinilos y fanzines. Un proceso que culminó a finales de los 80 cuando se convirtió en uno de los principales abanderados modernos del rock progresivo, estilo iniciado por grupos como Genesis, King Crimson y Yes. Con Porcupine Tree, banda que fundó en 1987, fue defendiendo, casi como el acólito de una religión en peligro de extinción, densas canciones con ricos y sofisticados arreglos.

A medida que Porcupine Tree alcanzaba más popularidad, Wilson empezó a experimentar con otros géneros, hasta llegar a lo que él mismo ha definido como “conceptual rock”: música ecléctica donde cabe desde el pop electrónico, a la improvisación jazz, guitarras ochenteras y, siempre sobrevolando, la melancolía de Pink Floyd. Dentro de esta etiqueta se enmarca The Harmony Codex, diez canciones en donde ha dejado de lado las guitarras (durante esta entrevista, reconocerá haberse aburrido “un poco” de ellas), para abrazar los teclados y sintetizadores analógicos, y donde vuelve a incidir en una narrativa que ya es constante en sus letras: la fugacidad de la vida y la alienación como la verdadera pandemia que nos asola.

Otra imagen promocional reciente del músico inglés.
Otra imagen promocional reciente del músico inglés. Hajo Mueller

“Hubo un tiempo, desde finales de los años 60 y hasta los años 80, que la música contaba una historia y llevaba al oyente de viaje. Ahora todo es inmediato, con un sonido brillante y pop. Cuando yo era pequeño, existía la música alternativa. Y alternativa quería decir Pixies, The Cure, Nirvana… Ahora, lo alternativo es lo que hago yo, porque proporciona una alternativa a lo que se ha convertido en algo masivo”, dice. Y continúa: “Hay más gente haciendo música que en ningún otro momento de la historia y casi todo el mundo quiere compartirla, porque es parte de la esencia humana. A Spotify se suben 125.000 canciones cada día. Es absurdo. Con este panorama, la gente de mi edad tiende a ir hacia lo ya conocido y de ahí la proliferación de las reediciones de lujo de álbumes clásicos con maquetas, directos y remixes”.

Wilson tiene un podcast sobre música junto a Tim Bowness titulado The Album Years que tiene un 4.8 de nota (sobre 5) en Apple Podcast y elogiosos comentarios de los oyentes… todos de avatares masculinos, reforzando aquella frase mítica de que, si vas a un concierto de King Crimson, no hay cola en el baño de las tías. “A ver. Eso está basado en la experiencia real y hay mucho de verdad. Con Porcupine Tree hicimos una gira el año pasado [no pasó por España] y 20-25 % de la audiencia eran mujeres. Y eso es bastante raro para una banda de progresivo”, dice.

Desde 2008, cuando inició su carrera en solitario, ha ido entregando discos diferentes dentro de este concepto de rock ecléctivo y puliendo el sonido del catálogo de bandas míticas como Jethro Tull, Roxy Music, Tears For Fears o Yes. Fue el responsable, por ejemplo, de mejorar el sonido de la discografía de King Crimson, una labor que llevó a cabo mano a mano en el estudio junto a Robert Fripp. Como resultado de aquellas sesiones se han ido lanzando reediciones de los míticos discos de la banda británica: la última, en 2019, King Crimson: In The Court Of The Crimson King (50th Anniversary Edition).

Wilson nunca ha alcanzado el nivel de popularidad de otros músicos de su generación; de hecho, el periódico británico The Guardian calificó a Wilson como “la megaestrella musical británica con menos estrellas”. Un contexto desde el que leemos el verso “cuando conviertes la mierda en oro y no se aprecia”, del tema Actual Brutal Facts del nuevo disco. “Entiendo que te haya hecho pensar que la letra es autobiográfica. No me considero tan bueno para hacer oro. Pero sí es verdad que, a menudo, pienso que, si hubiera nacido diez años antes, hubiera encontrado más fácilmente el camino del reconocimiento”, comparte.

Para el nuevo disco, por fin, ha podido construir un estudio a su medida en la casa que compró en Londres hace cinco años junto a su esposa, quien suele aparecer en las fotos que postea el músico en su Instagram. Wilson es un tipo que lleva una vida sana y que vive por y para la música. “Es la primera vez que construyo un estudio con el sistema de audio envolvente del que soy experto. Al menos en eso, sí soy el número uno [risas]. También he llenado el espacio de sintetizadores analógicos en lugar de guitarras. Con ellos, he vuelto a esa sensación de acercarme a la música como un outsider, como un idiota… Para mí eso es ser un músico experimental: cuando no sabes qué estás haciendo y a la vez sabes ver cuándo has alcanzado algo que tiene potencial”, opina, mencionando a Robert Wyatt, Brian Eno y Rogers Waters como modelos en este sentido.

Tras enterarse de que quien esto firma ha escuchado su nuevo disco con el sonido comprimido de un teléfono, no se molesta y sonríe. “No me sienta mal; lo que importa es que lo hayas escuchado. Disfruto pensando que, aún así, seguirá sonando bien, porque también me encargo de ello. A la vez, proporciono la alternativa para que, si tienes un sistema alta fidelidad, suene glorioso”, dice con los ojos iluminados, como un verdadero hechicero del sonido.

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