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Ibsen Martínez: “La sociedad venezolana no tiene sentido trágico”

El escritor venezolano publica ‘Oil Story’, un relato policial inmediatamente posterior a la llegada de Hugo Chávez al poder

Ibsen Martínez, escritor Venezolano, en Bogotá el 19 de septiembre de 2023.
Ibsen Martínez, escritor Venezolano, en Bogotá el 19 de septiembre de 2023.Camila Acosta Alzate

Laureado libretista de teatro y televisión, respetado por el público culto y el del espectáculo, el penetrante ensayista Ibsen Martínez fue el intelectual público por excelencia, el articulista que todo el mundo acudía a leer en la prensa escrita cada domingo en la Venezuela entre 1995 y 2005. Ahora es columnista de EL PAÍS y lleva unos años viviendo en Bogotá, observando el devenir latinoamericano y venezolano para darle continuidad a una ya amplia obra en la narrativa, el ensayo y el teatro. Martínez es el autor de Por estas calles, un crítico soup opera de enorme éxito comercial que, desde 1992 hasta 1994, caracterizó con mordacidad los modales de aquella sociedad en crisis en los tiempos de gloria de la televisión comercial. Récord en sintonía televisiva, para muchos fue responsable de alentar un estado de indignación algo desproporcionado sobre el comportamiento de la democracia y su rastro interpretativo, ahora fermento del chavismo. Con Oil Story (Tusquest, Andanzas, 2023) Martínez presenta un apasionante relato policial enmarcado en aquella Venezuela del año inmediatamente anterior a la llegada de Hugo Chávez al poder.

Pregunta. Ha fotografiado un momento decisivo de la historia reciente del país. ¿Qué quiere expresar?

Respuesta. La pequeña historia del libro tiene menos heroicidad. Pensé siempre que el denominado bloqueo del escritor era una superchería snob, con la cual algunos intelectuales justificaban su baja productividad. Pero no, existe, es una dolencia complicada de entender para quien no tenga esto como un oficio. Coincidió, además, con mi mudanza a Bogotá, cosa que anhelaba: alejarme de la locura venezolana y mudarme una ciudad de habla hispana que tuviese una gran biblioteca pública.

P. ¿Cómo llegó este relato?

R. En 2010 escribí una obra teatral, Petroleros Suicidas, sobre el activismo político petrolero antichavista, el papel de la gerencia de PDVSA en el intento de la oposición por derrocar a Hugo Chávez en 2002. Algunos de ellos se lo tomaron a mal. Le metí mucho a esa pieza en lo que atañe a “urdir el argumento”. Me olvidé de ella y me vine a Colombia. Me desesperaba estar lleno de ideas y de temas con anécdotas, y tener ese bloqueo. Pero una vez, tuve un encuentro en Cartagena con Juan Forn, gran amistad literaria que influyó mucho en mi obra. Él se dio cuenta que ese tema había que resolverlo, que era necesario escribir ese libro que tenía adentro. Me propuse, en serio, terminar de conseguirle sujeto a la historia. Buscar una palanca para contar una novela con un pretexto que me supiera muy bien. Y ahí estaba Petroleros Suicidas. Decidí escribirlo como un policial.

P. ¿No es usted muy duro en sus líneas con la gerencia de aquel entonces de Petróleos de Venezuela?

R. Tuve algunas reacciones luego de escribir el texto, amigos consultados a los que no les ha gustado. En retrospectiva, advierto que esa clase dirigente, en esa crisis, la de la huelga petrolera del año 2002, –concebido para forzar la renuncia de Hugo Chávez a la Presidencia en aquel entones-, se comportó como un estamento feudal. Unos supergerentes con ideas zombis sobre la política –el concepto es de Moisés Naim; una idea que camina muerta–. Esto de que, al parar la industria, el hombre se cae. A un caudillo del siglo XIX como Hugo Chávez lo vieron como un militarcito controlable. No creo que me exceda, sinceramente. Lo pensé muy bien. Medí y releí cada palabra.

P. Tiene usted como autor una clara vocación por el tema petrolero como nudo conceptual.

R. Desde adolescente descubrí muy rápido que lo más nutritivo sobre lo que de verdad ocurría en el mundo petrolero, incluso venezolano, era en idioma inglés, fuentes ajenas al simplismo de ciertos sociólogos nacionales con sesgo marxista. En los años 90, lo que cambió mi vida fue leer el libro de Terry Lyn Karl, El Origen de los Petroestados, que ella escribió teniendo a Venezuela como base de operaciones. La paradoja de la abundancia. Siempre pensé que ahí había una buena historia. Mi padre hizo carrera como administrativo, fue un eterno adjunto de gente en la actividad petrolera del oriente del país. En ese ámbito, me incitó mucho a leer de estos temas, que siempre me han resultado muy naturales. Necesitaba el señuelo, la coartada, para retratar aquella Venezuela de finales de los 90.

P. ¿Por qué criticar a la meritocracia de la vieja PDVSA? ¿No la echamos en falta? ¿No expresa el chavismo, culturalmente, con la destrucción final de la empresa, el fin de la meritocracia?

R. Como concepto, la del funcionario público en general, sí. La meritocracia arrogante de aquella PDVSA previa a la llegada de Chávez al poder, si a mí me apurasen, y tuviera que señalar que causó esta debacle donde estamos hoy, diría que el Paro Petrolero de 2002, el pésimo manejo de esa huelga que involucró a esa gerencia y consolidó al chavismo en el poder.

P. La novela plantea una valoración negativa de la cotidianidad nacional de aquel entonces. Para muchas personas, la caída de la democracia en Venezuela tiene que ver con ese sesgo hipercrítico.

R. Yo discrepo. Sigo creyendo que, como nación, tenemos un problema grave: Venezuela no tiene sentido trágico. El venezolano se describe a sí mismo como un eufórico, un compulsivo de la alegría. En la caída de la democracia venezolana pesa, sobre todo, la desaprensión de la clase política de entonces frente a lo que venía. Aquella era una clase dirigente sabrosona en un país sabrosón.

P. Se ha ido extendiendo entre muchos venezolanos una actitud negacionista con el país frente a su crisis, un rechazo a pertenecer a su ámbito. ¿Cómo lleva usted el fracaso de Venezuela?

R. A la distancia he vuelto a leer mucho sobre mi país, cosas ya leídas y cosas nuevas. Para mi sorpresa, aquí en Colombia descubrí, por ejemplo, a Teresa de la Parra, gran narradora venezolana. Sus reflexiones me abrieron los ojos en muchos temas, su forma de asumir el exilio. En su correspondencia aprecias una inteligencia femenina muy penetrante del tipo de país en el que le tocó nacer. Un país al que ama y odia, como quizás sea mi caso. Yo no puedo ser sino venezolano.

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