El Nobel de Literatura no es para tanto: los olvidos del premio y los premiados olvidados
Lejos de conformar un canon literario, el premio de la Academia Sueca, que se entrega mañana, no asegura la posteridad, obvia a grandes autores y se ve influido por la coyuntura política y literaria de cada época
Ser Premio Nobel de Literatura es algo muy importante. Aunque, pensándolo mejor, quizás no sea para tanto. Existen varias colecciones de ganadores del Nobel — que añadirá este jueves un nuevo nombre — en editoriales como Orbis o Plaza y Janés (algunas, con sus serias tapas granate o añil, y su tipografía dorada, decoran las salas de estar de gente que nunca lee): si usted consulta sus autores, encontrará, en efecto, a grandes nombres de la literatura, como Albert Camus, Gabriel García Márquez, William Faulkner, Samuel Beckett o Yasunari Kawabata: el Olimpo de los dioses de las letras.
Pero también, por ahí mezclados, surgen algunos nombres que tal vez no le suenen de nada, incluso si es usted un lector muy leído. Por ejemplo, Sully Prudhomme (el pionero, en 1901), Verner von Heidenstam (1916), Frans Eemil Sillanpää (1939) o Johannes Vilhelm Jensen (1944). También Giosuè Carducci (1906), Henrik Pontoppidan (1917) o Carl Spitteler (1919). Etcétera. Qué autores tan raros, cuántas consonantes.
Son escritores que tendrán su parroquia, sus lectores irredentos, y probablemente tengan más fama en sus países de origen, pero de los que no puede decirse que estén en el imaginario universal de los lectores, al menos tal y como pensamos que se merece un premio Nobel. Algunos ni siquiera tienen traducción al castellano; en otros casos, aunque traducidos, las últimas ediciones de sus obras sucedieron hace décadas. El premio Nobel es, probablemente, el máximo galardón mundial en cuanto a literatura se refiere, pero, cómo son las cosas, ni con eso está garantizada la posteridad. Que sepan los aspirantes a escritores de éxito que, incluso alcanzando el máximo éxito imaginable, de manos de la Academia sueca, sus esfuerzos por alcanzar la posteridad, como queremos alcanzar tercamente los seres humanos (al fin y al cabo, el miedo a la muerte), pueden resultar en balde.
Las diferentes fases del Nobel
Una de las explicaciones al fenómeno de los premiados olvidados es que el Nobel ha ido cambiando a través del tiempo. Como explica Juan Bravo, catedrático de Filología Francesa y Literatura Comparada en la Universidad de Castilla-La Mancha, en su obra Breve historia de los premios Nobel de Literatura (Nowtilus), su primera etapa, que se prolonga hasta pocos años después de la Primera Guerra Mundial, fue muy “regional”: “Son momentos en los que la Academia Sueca se deja llevar por criterios, digamos, diplomáticos, y basta observar los veinte primeros nombres galardonados para ver su escaso relieve, con excepciones como Kipling (1907), Tagore (1913) y, acaso, Selma Lagerlöf (1909)”, explica el autor.
Además, con cierta lógica, cuanto más atrás miramos en la lista de premiados, más frecuente es encontrar nombres que no suelen sonar en los cenáculos literarios actuales: el tiempo cruel ha ido ejerciendo su labor de criba y posando la fina capa de polvo del olvido. “En cada época nos interesan cosas diferentes, y libros que en otro tiempo podían ser superventas, ahora, directamente, se nos caen de las manos”, dice Cristina Oñoro, profesora de Literatura de la Universidad Complutense de Madrid.
A partir de 1920 se produce un paulatino aperturismo y, más adelante, tras la Segunda Guerra Mundial, se da la que Bravo denomina “consolidación del Nobel”, hasta 1964, año en que Sartre lo rechaza. Sigue la “consolidación definitiva”, hasta 1989, y luego, el periodo de “universalización”, a partir de 1990, cuando gana Octavio Paz. “Lo cual no quiere decir que no haya habido momentos de involución como el que vivimos”, opina Bravo.
En el citado periodo de “universalización” es cuando empiezan a aparecer nombres de otras latitudes, esos autores que son desconocidos, no porque no hayan pasado el filtro del tiempo o porque fueran premiados debidos a la coyuntura política o literaria de su época, sino porque, sencillamente, están lejos. Los premios al nigeriano Wole Soyinka (1986), a los chinos Gao Xingjian (2000) y Mo Yan (2012) o al tanzano Abdulrazak Gurnah (2021) dejan perpleja a la comunidad literaria después del anuncio anual desde Estocolmo (y causan verdaderos quebraderos de cabezas a los periodistas culturales). El 80% de los premiados del siglo XX habían sido personas nacidas en Europa, Canadá o Estados Unidos, mientras que África, Asia y el resto de América se habían repartido el otro 20% (todavía hoy, nadie nacido en Oceanía ha ganado un Nobel de Literatura). Pero las cosas empezaron a cambiar.
De pronto, los premios Nobel traían nuevos nombres y ampliaban los horizontes literarios de las sociedades occidentales que, mediante estos premios, se hacían conscientes de su etnocentrismo. Y no solo eso, en las últimas décadas los premios a mujeres se fueron normalizando cuando antes eran una curiosidad cada mucho tiempo: hasta 1990, un 93% de los galardonados fueron hombres; durante el siglo pasado el perfil del ganador del premio era un hombre blanco, europeo y bastante mayor. Los europeos y los estadounidenses siguen dominantes, pero su peso ha bajado del 80 al 66% en 15 años. Pero nadie asegura que dentro de unas décadas estos nombres más diversos vuelvan a caer en cierto olvido literario, como cayeron tantos de sus predecesores. “Yo creo que en el futuro algunos de los nobeles que se están dando ahora mismo serán desconocidos en el futuro. Nadie lee a Soyinka, ni a Louise Glück, ni a Szymborska, excepto en algunos clubs de lectura”, dice Javier Aparicio Maydeu, catedrático de Literatura Española y Literatura Comparada de la Universidad Pompeu Fabra.
Surge la discusión en torno al fin de los galardones suecos. “Yo creo que deberían servir para consagrar definitivamente la trayectoria de un autor que ya ha demostrado sobradamente su valía, como fue en el caso de Mario Vargas Llosa”, opina Aparicio Maydeu. “Los premios que se dan ahora, tratando de descubrir nuevos talentos, creo que no responden a los presupuestos iniciales de Alfred Nobel”, añade el catedrático. Desde otros puntos de vista, la aparición de nombre periféricos y desconocidos aporta riqueza. “La literatura es un vehículo de circulación de voces, de culturas, y me parece positivo que el Nobel pueda servir para ampliar nuestros horizontes”, apunta Oñoro.
Controversias de los Nobel españoles
El caso de los Nobel españoles representa en buena medida el fenómeno general: pese a que está en buena estima el Nobel de Juan Ramón Jiménez (1956), que Vicente Aleixandre (1977) se justifique como representante de la Generación del 27 y que la sombra de Camilo José Cela (1989) sea aún alargada, hay nombres como José Echegaray (1904) o Jacinto Benavente (1922) que no se entienden desde la actualidad, igual que no se entiende que sus coetáneos Galdós o Valle-Inclán no fueran nunca bendecidos con el galardón nórdico.
En general, algunos autores premiados han sido olvidados por los lectores, pero otros han sido olvidados por el premio. Son los otros olvidados: los que nunca han ganado el Nobel aunque, para muchos, lo merecían o lo merecen. Entre ellos algunos vivos como Haruki Murakami (que este año se lleva el Princesa de Asturias) y António Lobo Antunes. Y otros ilustres fallecidos, como James Joyce, Vladímir Nabokov, Philip Roth o Javier Marías, cuyos lectores lloran su muerte desde hace poco más de un año. Sin Nobel. “Marías tenía todos los méritos para ser Nobel: una obra sólida, traducida a muchos idiomas y que, además, era fácil de encontrar en ediciones de bolsillo en otros países. Tú vas al extranjero y puedes encontrar libros de Marías en muchas librerías”, dice Aparicio Maydeu.
Aunque, como vemos, puede que los fallecidos consigan pasar a la posteridad a pesar de no haber sido bendecidos por los jurados del norte. De modo que la lista del Nobel no conforma el canon, ni mucho menos: “En modo alguno”, afirma Bravo, “un ejemplo basta: el canon de la novela del siglo XX se articula en torno a cinco nombres clave: Proust, Joyce, Kafka, Faulkner y Virginia Woolf. Pues bien, el único que recibió el galardón fue Faulkner, en 1949″.
Estudiar el impacto de los premios Nobel de Literatura es, de alguna manera, una forma de estudiar los mecanismos de la fama literaria (y no literaria) y de eso que entendemos por posteridad. Lo que se encuentra es que la tan deseada trascendencia, el grabar nuestro nombre a fuego en los muros de la Historia, no es un logro eterno y absoluto: depende de las épocas y las geografías. Autores consagrados en un tiempo pueden caer en el pozo del olvido en otro (de modo que no estaban tan “consagrados”), autores olvidados pueden ser recuperados, autores que en unos países forman parte del canon indeleble en otros son insignificantes. Aunque nos parezca raro, puede que en algún momento del futuro nadie sepa quién fue Rosalía. Esto nos da una lección: aunque usted saboree las mieles del éxito aquí y ahora, memento mori.
Babelia
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