Rosalía: “Si el éxito acaba rompiéndome con los años, no pasa nada. Así es la vida”
Tres años después del pelotazo de ‘El mal querer’, Rosalía saca nuevo disco: ‘Motomami’, en el que el reguetón se codea con baladas y bulería flamenca. “Lo que importa es que la música me refleje a mí”, insiste, y nos habla de los momentos más duros de soledad tras su salto a EE UU, lejos de su familia.
Algo reluce como un destello en el centro de la sonrisa de Rosalía. Es como un diamante en mitad del foco de gravedad. Por sus brillos rojos, parece un corazón, pero cuando se observa con atención y en el momento justo se diferencian unas alitas abiertas entre los incisivos centrales: es una mariposa. Rosalía (Sant Cugat del Vallès, 29 años) sonríe, señala con el dedo su boca y dice: “Ay, sí, la verdad que parece un corazón, pero es una mariposa. Me lo he hecho por el disco”. Es un lunes de febrero por la mañana y la sonrisa le salta espontánea y limpia. Lleva cerca de dos semanas en Barcelona, en su casa, y su agenda no puede estar más apretada de cara a la salida de su nuevo y esperado álbum, Motomami (Sony), que se publicará el 18 de marzo. Hoy ha quedado con El País Semanal, mañana con Spotify, pasado mañana tiene otra cosa y así todos los días. No para.
Llega puntual a la cita. La furgoneta negra con los cristales tintados aparca en los estudios de una nave industrial de Barcelona. Baja acompañada de su pareja, Rauw Alejandro. Nadie esperaba al cantante puertorriqueño, pero tampoco nadie ha reparado que es el Día de San Valentín. Él sale primero, alarga el brazo y, cogiéndola de la mano, la ayuda a descender del vehículo. Ella viste una amplia sudadera rosa, unos jeans claros y unas botas blancas bajas de nieve con pelo. Él lleva un chándal negro y deportivas verdes, y se encarga de las maletas. Rauw Alejandro esperará las cinco horas de sesión con tranquilidad, consultando el móvil. Se muestra educado y amable, pero no quiere hablar sobre nada relacionado con Rosalía, quien, a veces, le cruza miradas y sonrisas, pero está muy concentrada en las tareas del día: entrevista, maquillaje, peluquería, vestuario… Ella se separa poco de su hermana Pilar, Pili, una de sus colaboradoras más estrechas que define como “artista visual”. “Cuando éramos pequeñas nos poníamos a dibujar juntas y luego a hacer vestidos. Cortábamos tela las dos. Lo seguimos haciendo”, cuenta Rosalía. Pili, que tampoco quiere hablar, está pendiente de todo y sabe sacar lo mejor de su hermana pequeña, que en la sesión de fotos se mueve a un ritmo impecable.
Rosalía siempre marca su propio ritmo. Lo lleva haciendo desde que llegó al Taller de Músics del barrio del Raval de Barcelona y, como recuerda Lluís Cabrera, fundador del innovador centro musical, se trataba de “un talentazo”. Tenía 16 años. Era una alumna “insaciable” que tocaba la guitarra eléctrica y el piano, sabía jazz y hablaba buen inglés. Después de haber escuchado a Camarón en el coche de unos amigos en un parque, se metió en el flamenco. “Tenía algo superañejo y a la vez era lo más moderno que habíamos escuchado en 40 años”, cuenta Cabrera. Saltó a la Escuela Superior de Música de Cataluña (ESMUC) y fue la mejor alumna en cante flamenco, donde preparó su proyecto final de carrera que se convirtió en El mal querer.
Tres años después de aquel pelotazo que revolucionó la música española y catapultó a la cantante a la fama internacional, todos los ojos están pendientes de ella. “Nunca llegas tarde si vas a tu ritmo”, asegura. El de Rosalía guarda una doble fuerza motora: el de una estrella global, que tiene calculado cada mínimo movimiento, con enormes campañas publicitarias y de promoción —en unos días será la protagonista del célebre Saturday Night Live de la televisión estadounidense después de su paso hace un año acompañando a Bad Bunny—, y el de una artista capaz de transformarse a velocidad asombrosa con una voz determinante en cada género que toca. De hecho, en Motomami toca varios (pop, bachata, dembow, reguetón…) bajo un interesante viaje de su propia voz en distintos registros. “Hay gente que piensa que la música puede estar hecha por algoritmos. Uno no hace una letra, una distorsión de voces o una estructura asimétrica pensando en números. Se hace por el feeling [sentimiento]. Se busca la emoción”, señala.
Nadie se está quieto por la nave. Luces, cámaras, vestuario, música de fondo, catering… Rosalía saluda con dos besos y lo primero que hace es hablar del proyecto del nuevo álbum, fruto de tres años de trabajo. “No siento que haya sido mucho tiempo, sino el necesario”, confiesa su autora, quien reconoce ser consciente de la presión sobre ella. Desde que publicó El mal querer, pasó a ser parte de los artistas de Sony en Estados Unidos bajo el sello de Columbia Records, el mismo al que pertenecen Adele, AC/DC, Bruce Springsteen o Beyoncé.
Es una situación extraordinaria para un artista español, tal y como explica Rosa Lagarrigue, directora de la agencia de representación RLM y con experiencia como manager de Raphael, Alejandro Sanz y Miguel Bosé: “Me parece muy valiente por parte de Rosalía y de Columbia. Creo que fue una mezcla de casuística y suerte…, pero la suerte hay que saber agarrarla y tener la valentía de aprovecharla. Ella ha salido muy beneficiada de este acuerdo y ha demostrado estar sobradamente a la altura de las inversiones hechas con ella. Su carrera acaba de despegar y va a ser interesante ver dónde la lleva”.
Rosalía, por su parte, se muestra tranquila y afirma: “En general, la industria va a un ritmo muy frenético y yo voy paso a paso”. No es un caminar cualquiera: entre un disco y otro, no ha parado de sacar canciones convertidas en éxitos y colaboraciones destacadas con artistas como J Balvin, Travis Scott y Ozuna, además de ser la invitada de grandes nombres como Billie Eilish, Bad Bunny, The Weeknd y Tokischa. Su método de trabajo, sumado al de otras estrellas del pop, el reguetón y la música urbana, ha cambiado el paso de una industria que ahora vive más apegada al single. Y con todo, Motomami no es una recopilación de sencillos. Es un ambicioso trabajo de 16 composiciones sobre el viaje de Rosalía en estos tres años. “Me hacía mucha ilusión que este proyecto estuviese enfocado. Quería que el disco fuera igual a cuando un fotógrafo captura un momento. Algo honesto. Buscaba la forma de capturar mi momento”.
El momento de Rosalía es el de una artista que busca comerse el mundo, más de lo que ya se lo ha comido. “Intento mantenerme en constante aprendizaje y desarrollo. Soy yo y la música”, afirma. Ella y la música, ella y un control implacable de todo lo que hace. Aquellos que necesitaban validarla a través de otros, como con Refree en Los Ángeles o El Guincho en El mal querer, se encuentran ahora con una lista interminable de colaboradores. Conclusión: la verdadera validez es lo que ella elige. Y elige todo. “Que uno tenga colaboradores no significa que trabaje por ti. Sin la main idea, la idea principal, sin la necesidad, sin el deseo, la sangre, el sudor, las lágrimas, el tiempo, la energía, la dedicación…, es imposible que hubiese hecho este disco. Me hace gracia que se pueda pensar lo contrario”.
Motomami, por tanto, es la fotografía de una Rosalía que reivindica su lugar en la cúspide del pop mundial. Un lugar al que llega con mucha carrerilla, tal y como recuerda Pedro G. Romero, influyente investigador del flamenco, la cultura popular y las vanguardias artísticas, y la persona que le recomendó el libro del siglo XIV sobre el que se inspiró El mal querer: “Ella siempre decía que, si Beyoncé o Rihanna podían hacer lo que hacían con el soul y el blues para convertirlos en pop, por qué ella no podía hacer lo mismo con el flamenco”.
Lo hizo, y ahora amplía el proyecto con “nuevos códigos” desde el deseo, la sangre, el sudor, las lágrimas… Rosalía intensifica el acento de las palabras al dispararlas seguidas, como esas cortinas de balazos de pop industrial que hay en nuevas canciones como ‘Cuuuuute’. Tra-tra-tra-tra… Y se queja: “Para mí la cuestión es: ‘Guau, ¿os habéis fijado de lo que no se habla?’. Hay muchas mujeres en las que no se pone el foco. Ahí está Björk, una artista fabulosa, que muchas veces ha tenido que estar peleando. Que tenga que estar peleando es el problema. Hay muchas mujeres creadoras que no tienen el crédito que merecen. Una pena”.
Ella busca foco y crédito, ser el referente que ya es para una generación. Así lo reconoce Judeline, un talento español de 19 años que ha colaborado con productores como Alizzz. Desde su propuesta de soul electrónico, asegura que Rosalía es “una inspiración muy heavy”. “Nos ha allanado el camino a mucha gente, demostrando que se puede ser joven y petarlo con un sonido y un modo de ser distintos. Muchos focos están puestos en España ahora mismo desde otras partes del mundo gracias a ella. Supo moverse para llegar a EE UU sin ser mainstream”. De la misma opinión es Pedro G. Romero: “Muchos jóvenes se han dado cuenta de que se pueden quitar el guardapolvo provinciano y que no hay que salir en Radio Olé. Se puede aspirar al mundo con riesgo”.
La mariposa es el símbolo de Motomami. “Una mariposa, yo me transformo”, canta en ‘Saoko’, la canción que abre el álbum y que en un mes acumula cerca de 16 millones de reproducciones en Spotify y otras tantas en YouTube. Como cuenta David Rodríguez, ingeniero del disco y que ha trabajado con Billie Eilish, Shakira o LL Cool J, “tomó la decisión de transformarse como artista. Mucha gente quizá cuenta con una producción de El mal querer, 2ª parte. Tuvo una visión para hacer algo diferente y nuevo”. La transformación fue anticipada desde aquel primer reguetón con J Balvin en ‘Con altura’. Ella se defiende cuando se sabe cuestionada por un sector que le achaca alejarse de sus raíces flamencas. Lo hace en el disco con ‘Bulerías’, la única canción flamenca y en la que se revindica: “Soy igual de cantaora con el chándal de Versace que vestidita de bailaora”. Y lo hace con sus palabras para explicar el proceso natural de incluir otros sonidos: “Bailaba a Don Omar con mis primas en las ferias de mi pueblo. Cantábamos también en el club. El reguetón forma parte de mi adolescencia. Al final, mi carrera va a ser una carta de amor a los estilos de música que quiero. En el futuro añadiré todo lo que me encuentre. El flamenco es algo importante y mi música le agradece mucho, pero también a otros estilos. En música no hay algo correcto e incorrecto, bien o mal. Lo que importa es que la música me refleje a mí”. Y añade sobre el perreo: “El reguetón no pide perdón ni permiso. Por eso me parecía que iba como anillo al dedo para Motomami. Al final, es una música muy directa y cruda, y la gente no está acostumbrada a celebrar mujeres que hablan directo y crudo”.
Los focos iluminan el rostro de Rosalía, que se cubre con las manos como en un juego de niños, dejando ver a ráfagas la mariposa de sus dientes. Sus características uñas postizas extralargas se ven hoy en una versión más moderada. Y su melena de negro furioso se agita con sus movimientos. Comunica de una forma muy directa con cada ligero y minúsculo movimiento. Una sonrisita, una mirada, un guiño, un silencio… Su lenguaje corporal es de una potencia extraordinaria y, más allá del aura de la fama, el halo de estrella o su magnetismo, transmite mucha ternura. Sucede cuando se trata de comentar la polémica de sus letras en las que mezcla idiomas como en ‘Hentai’. Se lleva las manos a la cabeza y suelta: “Ostras, ¡compartí solo 15 segundos de canción! ¡No hay contexto! Entiendo que la gente se lleve al pecho algo, pero sería mejor juzgarla cuando haya salido la canción y mejor aún todo el disco. Tiene mucho sentido cuando ves el big picture [el cuadro grande]”. Rosalía, que también ha jugado con el sentido del humor en el álbum, habla con naturalidad introduciendo palabras en otros idiomas o dialectos. “Si estoy en EE UU, es inevitable que mi lápiz se afecte. Si estoy en constante cambio, mi música cambia conmigo. Estoy expuesta a amigos de Puerto Rico, República Dominicana, EE UU… Lo celebro. El día que no me pase me voy a preocupar”. Un lápiz afectado que también podría guardar algún riesgo artístico para el crítico musical Diego A. Manrique: “Con El mal querer estaba en la cresta de la ola: no se parecía a nadie. En Motomami forma parte de una tendencia caribeña y sus hallazgos se diluyen”.
Cambiar. Transformarse. Para que nazca la mariposa, antes tiene que haber existido una oruga. De esta forma, Rosalía ha sufrido su propio invierno y no toda su vida son stories de Instagram. El estallido de la pandemia le pilló en Miami y allí quedó confinada en casa de su manager, Rebeca León. Las primeras semanas de las restricciones trabajaba en un estudio de grabación casero en una habitación. Luego se movió, pero sin salir de EE UU. “Necesitaba terminar mi proyecto”, explica. Nunca había estado tanto tiempo alejada de su familia. “La pandemia fue muy dura. Estuve casi dos años lejos de mi familia”, dice, y remarca “dos años”. “Estuve lejos del barrio donde crecí. Lejos de mis amigos de siempre. Lejos de todo. Lo hice por apostar por el disco. Fue duro”. A Rosalía le gusta mantener la mirada fija en su interlocutor. A veces parece que estuviera estudiándolo y otras, simplemente, como si hubiera alcanzado a llegar a lo más dentro de él. Su mirada atraviesa. Sin embargo, esa mirada baja para hablar de aquellos días: “Me ponía deadlines [metas] y nunca los conseguía. Se alargaba entonces mi vuelta a casa. Había momentos de mucho aislamiento”.
Una palabra acompaña a esta reflexión: “Guau”. Es una expresión que usa a menudo, casi con inocencia adolescente. La usa cuando se sorprende de cosas, pero también cuando sus pensamientos intentan remarcar el choque emocional. Con su peculiar espontaneidad, suelta un amplio “guau” al hablar de ese aislamiento. Retumba como un eco de su propia voz por los altos techos del estudio fotográfico vacío donde está sentada charlando sobre su vida. El resto del equipo de producción y personal discográfico queda en otra sala. “Recuerdo estar en Los Ángeles en un piso del barrio de West Hollywood. Veía el contexto cuando bajaba a la calle y no paraba de decir: ‘Guau’. Estaba tan lejos de casa… Muy lejos. Entonces, ahí, me di cuenta de todo lo que echaba de menos a mi familia. Muchísimo. Trabajaba 15 o 16 horas diarias, pero era muy difícil. Lo pasé realmente mal”. De aquellos días en Los Ángeles, confiesa, es ‘G3′, una emotiva balada en la que canta: “Estoy en un sitio que no te llevaría”. La canción termina con un audio de voz de su abuela Rosalía en el que dice en catalán que “la familia es lo primero”. Allí tiene a sus referentes, “mujeres fuertes”: su abuela, su hermana… y su madre. Es la otra Pili, quien gestiona la empresa que se encarga de los aspectos del management de Rosalía. Una empresa que se llama Motomami, como el disco. “Mi madre siempre ha ido en moto y esa imagen la tengo muy clara. Por eso voy en moto desde hace años. Yo soy una motomami porque mi madre era una motomami, y su madre también lo era”.
Dice que el nombre del álbum juega con “la dualidad”. Moto en japonés significa “fuerte” y tiene que ver con “la agresividad”. De ahí canciones rotundas como ‘Saoko’, ‘Chicken Teriyaki’ o ‘Bizcochito’. Mami se refiere a “la fragilidad”. Por eso, esa otra cara compuesta por baladas. Incluso hay un bolero, ‘Delirio de grandeza’, inspirado en Justo Betancourt. “El disco es como un roller coaster [una montaña rusa]. Un sube y baja. Así me siento a veces”. ¿Salió alguna vez disparada? Rosalía reconoce que alguna vez sintió que “petaba”, y por eso acaba el álbum con ‘Sakura’, que en japonés es la flor del cerezo y guarda significados que representan la primavera y la feminidad. La letra es una reflexión sobre la posibilidad de romperse. “Solo hay riesgo si hay algo que perder”, canta. Entonces, recuerda el primer consejo que le dio su madre: “Me dijo que, hiciera lo que hiciera en la vida, fuera a muerte a por ello. No recuerdo exactamente sus palabras, pero sí cómo sonaban. Me dijo que tenía que elegir y que pusiera toda mi entrega”.
Rosalía se maneja a la perfección ante la cámara. Antes de prepararse para la sesión ha confesado: “Este entorno es muy hostil. Es complejo mantenerse en su centro. En estos tres años he buscado mi centro. Si el éxito acaba rompiéndome con los años, no pasa nada. Así es la vida y así es el trayecto. La vida y la muerte están muy cerca la una de la otra. Se trata de vivir lo más fuerte posible”. Dudó de la palabra escogida. No era “fuerte” lo que quería decir. Cerró los ojos y rectificó: “Vivir la vida con honestidad”. El brillo en la boca volvió a salir y parecía un corazón, pero era una mariposa, con las alas abiertas, como dispuesta a volar más alto que nunca. ¿Un amuleto? ¿Una ostentación? ¿Un capricho? ¿O solo un adorno? Cada uno verá lo que quiera ver. Rosalía no podrá controlarlo y lo sabe. Porque cuando volvió a verse la mariposa en su sonrisa sentenció: “Que pase lo que tenga que pasar y que termine como tenga que terminar. Nada será tan importante mientras viva mi vida con honestidad”.
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