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In memoriam
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Helena Béjar era una voz necesaria

Muere a los 67 años la pensadora y escritora española cuya obra es una gran aportación al pensamiento sociológico de nuestro país

Manuel Cruz
Foto de juventud de la escritora Helena Béjar.
Foto de juventud de la escritora Helena Béjar.Anagrama

La brutalidad de la noticia de la muerte de Helena Béjar hizo que, en un primer momento, muchos nos planteáramos una pregunta por completo improcedente: ¿por qué? Pero de inmediato se hace notorio que plantearse algo así cuando alguien ha tomado la decisión dramática, sobrecogedora, de acabar con sus días, no solo es que no proceda, es que probablemente constituya una profunda falta de respeto hacia su memoria. Tendría algo de obsceno ni tan siquiera hacer el intento de asomarse a los territorios oscuros del alma, a las zonas en sombra de quien ha podido llegar al convencimiento de que la mejor de sus opciones era precipitar el propio final.

En cambio, sí procede, hasta el punto de que en cierto modo cabría decir que se lo debemos —que constituye una deuda que nos dejó al cobro— el evocar su dimensión más luminosa, la relacionada con su trabajo intelectual, con su sostenido esfuerzo por ir componiendo una obra que pudiera ser valorada, a la hora de pasar cuentas, como su particular aportación al pensamiento sociológico de nuestro país.

No es esta evocación una tarea que quepa abordar de una forma neutra, aséptica, y ya no digamos fría. Lo primero que constataría quien quisiera componerse una idea de conjunto del trabajo de Helena Béjar es una cruel paradoja: el último libro que escribió una persona a la que finalmente la vida se le hizo insoportable fue un libro sobre la felicidad, idea a la que definía en el subtítulo como La salvación moderna. Más allá de las consideraciones de carácter personal que la paradoja permitiría (¿qué debía pensar mientras escribía unas páginas tan poco premonitorias?), el texto, como todos los suyos, era un texto solvente, académicamente impecable, y en el que se transparentaba lo que con toda probabilidad constituya el hilo conductor del conjunto de su obra.

Hace escasos días, Emilio Lamo —que no ha perdido la pertinaz costumbre de tener razón en casi todo cuanto escrib— definía a Helena Béjar como una “brillante analista del individualismo moderno”. Así lo dejó acreditado en sus dos primero libros, El ámbito íntimo y La cultura del yo, aunque su curiosidad intelectual le llevó a explorar también otros territorios. Prueba de ello son textos tan diferentes de los mencionados, y al mismo tiempo tan diferentes entre sí, como El corazón de la república, El mal samaritano, La dejación de España (su libro menos conseguido, a mi juicio) o su monografía sobre Zygmunt Bauman, Identidades inciertas.

Acaso sea en esta diversidad temática donde resida la clave para entender adecuadamente el trabajo de nuestra autora. Porque la curiosidad que se acaba de mencionar —una curiosidad de amplio espectro, más próxima a la filosofía en sentido amplio que a la sociología en sentido estrecho— estaría lejos de constituir un mérito si no se hubiera visto acompañada de una virtud que, sin duda alguna, ella poseía. Tal vez no sea la palabra técnicamente más precisa, pero es la primera que, en estos momentos, con las prisas, me viene a la cabeza: Helena Béjar tenía olfato. Olfato para detectar lo que necesitaba ser pensado, lo que teníamos pendiente de intentar entender y, desde luego, los tópicos emergentes que no podíamos aceptar sin crítica. Echaremos en falta su voz. Era una voz necesaria.

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