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Veintidós horas en el desierto en el 30 cumpleaños de Monegros, el festival de música electrónica más extremo de España

Viaje al certamen de la ‘rave’ legal nacida en 1993 para un centenar de amigos, hoy convertida en un macroevento con 50.000 asistentes que ha sabido preservar parte de la esencia brutal de una cultura colectiva

Monegros Desert Festival
Ambiente en el Monegros Desert Festival, celebrado el pasado fin de semana.Andrea Font
Monegros (Huesca) -

Por circunstancias que se explicarán un poco más adelante, este periódico (la corresponsal que firma) casi acabó pulsando el botón que hubiera dado el pistoletazo de salida a la última edición de Monegros Desert Festival, celebrada el pasado fin de semana en la estepa desértica más grande de Europa y que congregó a más de 50.000 asistentes. Lo que viene siendo el play en cualquier reproductor audiovisual, con la diferencia de estar no en el salón de casa sino sobre un escenario descomunal con 400.000 vatios de potencia. La cita de música electrónica más extrema de España.

Parece un recurso fácil mencionar en este contexto y en una crónica de estas características a Hunter S. Thompson — ya se sabe, “miedo y asco en Monegros” o alguna original idea parecida —. De cualquier manera, los fieles del periodismo gonzo decían que el éxito de este radicaba en conseguir meterse en medio de una historia y escribir para salir de ella… sobre todo si eso implica estar 48 horas sin dormir.

A esta anécdota a la que falta parte de la historia —pedimos paciencia— le acompaña otra llamativa para quienes con prejuicios imaginen una reunión multitudinaria de extraños: en varias ocasiones, durante el transcurso del festival, se vieron teléfonos móviles en el suelo cubiertos de polvo, caídos de los bolsillos entre baile y baile, además de otros objetos y, acto seguido, a cinco, seis, siete personas, la mayoría sin vínculos entre ellas, desplegando batallones para encontrar al dueño o dueña, siempre con resultado feliz.

Hablamos de momentos que ilustran bien la esencia de este evento, porque hablan de comunidad, de trabajar conjuntamente, porque cada detalle es imprescindible de cara al éxito. Sobre todo, en un sitio árido, duro y extremo como es el desierto de los Monegros.

Más de 50.000 asistentes pasaron el fin de semana por Monegros.
Más de 50.000 asistentes pasaron el fin de semana por Monegros.Toni Villén

Para el crítico musical más importante de las dos últimas décadas, Simon Reynolds, la cultura rave modificó para siempre el mapa de la música contemporánea, creando una alternativa al rock y, sobre todo, una nueva forma de entretenimiento con jerarquías inéditas: el público como epicentro del acontecimiento. Se trata de un estar aquí y ahora, poniendo toda la energía en cada cosa y estímulo que sobreviene, porque de ello depende todo lo demás. El movimiento rave de fiesta libre creció en una época anterior a las redes sociales y a la hiperconexión digital. Puede que los más jóvenes hasta la empiecen a idealizar.

“A Monegros vienes a formar parte de una leyenda que es más grande que tú y que crece en cada edición. La cultura rave es algo más que una reunión de gente bailando, por eso sigue tan viva. Creo que conecta con rituales ancestrales, aunque sobre todo ayuda a estar concentrado en el momento presente. Cuando esperas el subidón del tema que el DJ está ecualizando o mezclando, no puedes ni quieres distraerte. Tienes que estar ahí en cuerpo y alma para vivirlo con el resto”, argumentará, de forma poética y certera, ya de madrugada Bastian Bux, conocido DJ y productor barcelonés y habitual en algunas cabinas de Ibiza, horas después de su actuación en Elrow, escenario que este año ha llevado inspiración marina, con un monstruoso pulpo y crustáceos fuera de escala. Elrow son unas fiestas itinerantes que se celebran por todo el mundo, que también organizan los responsables de Monegros Desert Festival y que ofrecen la experiencia más hedonista de la escena electrónica. Disfraces, espectáculos circenses y tech-house. Se trata de un subgénero más comercial que el tecno y con cierta mala prensa, aunque ciertamente entretenido; de ahí que sea desde hace unos cuantos años la banda sonora del verano Mediterráneo, enervando a las escenas experimentales pero dejando en su lugar el característico movimiento de hombros a 130 bpm, izquierda, derecha, con la línea de bajo gruesa y un patrón circular.

Pero volvamos al principio, al botón. A las 13.50 del 29 de julio ya había cola en la entrada principal al recinto de Monegros Desert Festival, ubicado entre Candasnos y Fraga, dos poblaciones de la provincia de Huesca en el desierto de los Monegros. Con miles de monegrinos mirando la hora desde hacía ya un buen rato en los accesos (quienes no querían perderse ni un minuto de las 22 horas ininterrumpidas de música) y muchos más disfrutando de música y bebida en el aparcamiento esperando a entrar más avanzado el día, el ambiente empezaba a caldearse a 35 grados y un sol totalmente cenital. Ni rastro del frescor que habían dejado las tormentas de días anteriores. “Pega duro”, se escuchó durante toda la mañana en el arranque del evento. ¿El sol o el tecno de la sugerente sesión del maestro Óscar Mulero en el escenario Techno Cathedral? Precisamente, sobre la tarima de este escenario, que tenía un equipo de sonido en disposición circular para envolver a los asistentes, el DJ y productor Paco Osuna — más de dos décadas de carrera a sus espaldas y habitual de Monegros desde siempre y de clubes icónicos de Ibiza como Amnesia —, elegido por la organización para abrir el evento, se encontraba explicando su equipo técnico de directos como si se conocieran desde siempre.

Un momento de la actuación de Wu-Tang Clan en Monegros.
Un momento de la actuación de Wu-Tang Clan en Monegros.Hara Amoros

Apenas 10 minutos antes, durante la primera vuelta de reconocimiento para situar los 11 escenarios en 14,5 hectáreas, cada uno con una personalidad decorativa y musical diferente, alguien mencionó que el primer DJ del día era Osuna. “¿Y qué aparatos llevará alguien de la vieja escuela?”. Y como en Monegros (casi) todo es posible, porque cuentas con el apoyo del que tienes al lado, tras una llamada a un amigo del propio Paco Osuna, en apenas unos minutos ya estábamos arriba, hablando de su tarjeta de sonido, del looper para hacer efectos y del Traktor, el software con el que lanza las canciones. De repente, alguien vino por detrás y dijo, así, en general: “Hay que poner música ya, se han abierto las puertas”. Y ahí estábamos, junto a Osuna, mientras subía la regleta para abrir Monegros 2023. Compartiendo con él el pistoletazo de salida.

Más o menos a la misma hora, la madre de Juan Arnau, el pionero del clubbing en España con la sala Florida 135 (en Fraga) y promotor de este festival, llamó para preguntar si los artistas estaban contentos. Hablamos de una señora de más de 90 años que el día anterior ya había estado visitando el recinto para quedarse tranquila. La historia de los Arnau, una familia de Huesca, habla de la evolución del entretenimiento del mundo moderno. De los cafés y tertulias a los cines; de los cines a las discotecas; de las discotecas a los festivales. Desde finales del XIX hasta el XXI, por sus manos y desde la periferia, han sabido hacer lo que más les gusta: compartir lo que a ellos les iba llamando la atención.

“Recuerdo que una vez en la sala trajimos en la misma semana a Sabina y a Front 242″, dirá una tímida Cruz, mujer de Arnau, y las dos manos de Juan al frente de todo. “Teníamos contactos por las raves ilegales a las que íbamos por Europa; te enterabas por los flyers. Íbamos por Chicago y Detroit convenciendo a DJ para que vinieran a pinchar a… Huesca. En Múnich estuvimos en la rave legal y Cruz dijo de hacerlo aquí, para que la prensa nos hiciera algo de caso, porque la noche estaba demonizada y porque vivían de pop y rock y a la electrónica ,ni caso. Nos íbamos 20 días fuera de viaje a festivales y a raves. Sentíamos que estaba pasando algo que no entendíamos y que era el futuro. El futuro no pasaba por la música disco ni por la Movida madrileña…”, cuenta Arnau, dentro de uno de los contenedores con aire acondicionado que sirven de improvisadas oficinas para el equipo del festival estos días.

Un grupo de asistentes al festival de Monegros.
Un grupo de asistentes al festival de Monegros.Toni Villén

Al frente del día a día del festival están Juan y Cruz, pero los hijos. “De pequeños salíamos bastante juntos, nos gustaba la noche y fuimos algo rebeldes”, confesará Cruz hija, añadiendo: “Desde siempre tuve claro que quería formar parte de esto”. Se trata de un negocio que, aun estando mitad en manos de un fondo de inversión extranjero, sigue siendo tan familiar como entonces, pero con más recursos, los mismos que le permitieron sobrevivir al parón de la pandemia. Hablamos de un evento que cuesta siete millones de euros y que deja en la provincia, según datos oficiales, 30 millones.

Si la sinergia y la complicidad entre la familia es total — también entre el público procedente de más de 90 países— , luego queda el backstage. Más de 2.500 personas trabajan en Monegros. Mientras una pareja de guardias civiles habla con Joaquín Cabos, director del festival, acerca del carril extra que se ha habilitado en la carretera, Moisés Santana, director del equipo del after movie, explica que en Monegros grabar no va de registrar a gente guapa. “Queremos reflejar la experiencia de ser público en Monegros. Para ello tenemos seis operadores de cámara que grabarán unos seis TB de archivos de vídeo. Para trabajar de cámara aquí hay que tener sensibilidad y saber de música”, dice. Justo por su lado pasa con prisa Romina Río, que lleva 11 años en el festival y lidera el proyecto de sostenibilidad; el 98 % de los materiales que utilizan son reciclados. “En dos o tres años la gente estará más concienciada. Este año todas las barras están hechas con palés de frutas que ya no tenían uso y hemos lanzado un proyecto de economía circular para hacer muebles y asientos en las zonas de descanso. Los principales retos de un festival en el desierto son la gestión de residuos y conseguir la energía”, contaba.

A las siete de la tarde, el calor seguía intenso. El público se refrescaba en el túnel de lavado y en las fuentes; ningún chico llevaba camiseta. Ellas optaban por biquinis y shorts. También disfraces de indios o de personajes élficos. Desde el Sound System Temple, Fernando Costa, referente del nuevo hip hop nacional, era uno de los 14 artistas que actuaron en este escenario, el más grande y espectacular. En total, en 22 horas y en todo el festival, más de 100. El ADN de Monegros es el tecno, pero siempre haciendo hueco a los grandes nombres del hip hop de los noventa. Este año había enclaves para escuchar sonidos jamaicanos y breaks acelerados reconocibles del drum ‘n’ bass. Literalmente, los potentes bajos hundían el pecho de los aficionados al género, en una sensación física que muchos buscaban intensificar pegándose a los altavoces.

Un momento de la sesión del DJ Andrés Campo. Rodeándole, parte de la familia Arnau: Cruz (hija), Juan (padre) y Arnau (hijo).
Un momento de la sesión del DJ Andrés Campo. Rodeándole, parte de la familia Arnau: Cruz (hija), Juan (padre) y Arnau (hijo). Toni Villén

Como buenos peregrinos, los asistentes iban de un sitio a otro, buscando sombra o bailar. Muchos se refugiaban en la zona Industry City, con dos escenarios en un entorno industrial, decorado con grafitis y más parafernalia urbana, mientras pinchaban los artistas con un sonido más duro y oscuro del cartel. Al caer la noche, Monegros recibía a Wu-Tang Clan, un grupo al que llevaban persiguiendo, según reconocía el director musical del festival, Víctor de la Serna, desde 2018. No es tan fácil convencer a los artistas, decía; por ejemplo, este año Brutalismus 3000 no quisieron por el viaje hasta el desierto y las tres horas de coche. Quizás echándose en falta más músculo en las bases, los de Nueva York dieron un show correcto con banda en directo y homenaje a Tupac incluido. Muchos decidieron no moverse del sitio para ver a los australianos Pendulum, con su estrafalaria mezcla de ritmos jungle y guitarras, y a Richie Hawtin, que ya actuaba en el Florida 135 cuando solo era un chaval.

Tras una madrugada intensa con SNTS y Paula Temple en la carpa Moon Stage, sesión conjunta llena de aciertos de dos de los nombres más respetados del tecno, llegó el potencial triunfador del festival, el francés I Hate Models. Como un alien de ese futuro del que hablaba Juan Arnau, delgado, piel extremadamente blanca, con la mitad de la cara cubierta con un pañuelo negro y sin camiseta, ya era domingo, seis de la mañana, todavía de noche en el desierto, cuando en el escenario grande ofreció un set de dos horas que se hizo corto. Hard tecno extremo de estructura libre a la que va dando emoción a través de vocales pitufadas. Rompiendo ritmos y jugando con la velocidad, fue la actuación más sorprendente y divertida. Acabó amaneciendo mientras sonaba una versión del tema Toro, del grupo español El Columpio Asesino. “Te voy a hacer bailar toda la noche. / Nos vamos a Berlín, no quiero reproches / Carretera y speed, toda la noche”, cantaba el público.

Buen momento para adentrarse a bailar en el interior del Airbus A330 aparcado en medio del recinto, rodeado de banderolas de colores y que sirve de punto de encuentro a la hora de no perder al grupo de amigos… y para orientarse con el mapa. Haciendo cola para entrar nos encontramos con Andreu Machs. Tiene 42 años y ha venido al festival más de 10 veces, pero en 2023 es su despedida: ya tiene hijos pequeños. “Ahora el festival es más flojo. Recuerdo con emoción las sesiones de Sven Väth y Carl Cox. Este año me hubiera gustado Fatima Hajji”. Los sets de esta DJ española suelen durar cinco horas, con un hard tecno intenso, sin piedad. Elena Grassi tiene 41 y viene de Milán. Estamos en una zona de sombra con vagones de tren abandonados y espacio para tumbarse. Es su segundo año. “Este festival es una experiencia dura, pero hay un compromiso para disfrutar con la gente que te rodea. La pandemia nos enseñó a estar juntos de nuevo y por eso Monegros volvió el año pasado tras un tiempo de parón”, opinaba.

Uno de los escenarios de este año de Monegros Desert Festival.
Uno de los escenarios de este año de Monegros Desert Festival.Andrea Font

La música electrónica ya no goza del empuje creativo de principios de los noventa, cuando este festival nació con una — parecía — capacidad de reinvención infinita. Quizás se ha ido agotando, pero su importancia no ha dejado de crecer. Los buenos números y éxito de festivales españoles como Sónar y Monegros, que ha hecho en 2023 su primer sold out, son muestra de ello. Como el cartel de Monegros está particularmente centrado en un sonido muy concreto de la música electrónica, la clave es espaciar las sesiones para evitar cierta monotonía sonora, a costa de perderte a algunos artistas.

Y para sonidos más melódicos, en esta edición de Monegros había que acercarse al coqueto espacio El Corral, donde este año los ritmos house y disco encontraban su guarida. La sesión íntima de Seth Troxler, con temas más arriesgados de lo que acostumbra cuando actúa en grandes escenarios —el americano es uno de los DJ más conocidos del mundo— y homenaje a Fred Again incluido, fue de las más celebradas.

Con el sol otra vez arriba, se veía algo de menos gente; miles de los que quedaban se acercaron a las 10 de la mañana a ver el cierre al escenario grande, con el DJ y productor Andrés Campo, que tuvo de invitado sorpresa a Kase-O, de Violadores del Verso. A la hora de cerrar, la familia Arnau se abrazó al completo delante del público. Nos encontramos con Juan, a quien preguntamos qué pasará cuando la escena rave se agote. Riéndose, dijo que no lo podía saber. “El mundo actual es de los creativos: poder hacer cosas que no puedan las máquinas. Mi padre, ya fallecido y que también amaba el tecno, dijo una vez: ‘La gente seguirá bailando siempre’. Así que esa es la única predicción posible: que seguiremos bailando… también en Marte”.

Por los caminos de tierra del desierto, entre matorrales bajos, de vuelta al aparcamiento, algunos temen un control de la Guardia Civil en la carretera, que sí ha tenido lugar pero horas antes. En la zona de autobuses, los últimos monegrinos, por fin, empiezan a mostrar síntomas de cansancio.

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