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Aquí es martes
Columna
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Memorias memorables

Lo primero que juzga uno, tras leer los enormes cuadernos de recuerdos de Carlos Morla Lynch, es que era una buena persona

Carlos Morla Lynch, Federico García Lorca y el embajador de Chile en España en 1932, en una foto que pertenece a la fundación del poeta granadino.
Carlos Morla Lynch, Federico García Lorca y el embajador de Chile en España en 1932, en una foto que pertenece a la fundación del poeta granadino.COLECCIÓN DE LA FUNDACIÓN FEDERICO GARCÍA LORCA, MADRID.
Félix de Azúa

Lo primero que juzga uno, tras leer las ochocientas páginas de estos enormes cuadernos de recuerdos (Editorial Renacimiento), es que su autor, Carlos Morla Lynch, era una buena persona. Una bondad, sin embargo, que no estaba inspirada por la compasión, la caridad, la piedad u otra virtud cristiana, sino por la inteligencia. Y buena prueba de ello es que no confunde en ningún momento a los buenos con los malos. Los malos, por cierto, suelen ser tontos de remate.

Algunos lectores le conocen ya gracias a los diarios anteriores, los de 1928 a 1936, dominados por la figura de Lorca, íntimo amigo de Morla, y los de 1936 a 1939, estremecedores documentos sobre la Guerra Civil en los que no abandona nunca el juicio puramente humano para abrazar una ideología u otra. Su grandeza es evidente cuando sabemos que salvó la vida a dos mil personas acogiéndolas en la Embajada de Chile de la que era encargado de negocios, pero en realidad actuaba como embajador. Los primeros centenares eran ciudadanos de derechas perseguidos por los sayones rojos que los mataban en las checas y en las cunetas de Madrid. En la segunda parte son refugiados republicanos a los que perseguían con saña los esbirros de Franco. Total, dos mil vidas salvadas por este hombre, una especie de Schindler chileno.

Y ahora nos llega su diario de Berlín, cuya primera entrada es de enero de 1939 y la última de julio de 1940. Así que da un testimonio único del asalto de los nazis a la fortaleza europea y a la declaración (nunca oficial) de guerra invasora. Así, por ejemplo, asistió en persona a la reunión del Reichstag en la que Göring comunicó a todas las embajadas mundiales la anexión de Polonia: un disimulado anuncio de la guerra inminente.

Pero no es sólo un testimonio histórico, es también un cuadro escénico del Berlín de aquel momento con toda su abigarrada y diversa complejidad. Morla era un hombre de curiosidad insaciable y un talento literario indudable con el que dibuja cientos de retratos “al natural” de la más variada índole: viejos aristócratas acabados y medio lelos, odiosos funcionarios del Reich, o la gente menuda que forma su ámbito favorito, camareros, vendedores callejeros, criadas, mendigos, bebedores de taberna, chóferes, proletarios, en fin, el pueblo que tanto le había fascinado en España y que nunca olvidaría. De hecho, mientras está viviendo el ascenso de Hitler, la invasión de Polonia o la caída de París, no deja de preocuparse por los 17 comunistas que aún estaban refugiados en la Embajada de Madrid y sobre los que temía un asalto brutal que los sacara por la fuerza de la embajada y los fusilara de inmediato. Vivía espantado por las noticias que recibía de España sobre la barbarie del régimen, aunque no todas eran ciertas.

La misma honestidad que le llevó a refugiar primero gente conservadora y luego revolucionaria le habría llevado a proteger judíos de haberse quedado más tiempo en Berlín. Su indignación ante los primeros actos criminales antisemitas le encendía una cólera que no podía manifestar dada su posición oficial.

No le dio tiempo. En 1940 lo enviaron a Suiza donde permaneció hasta 1947. Aquel hombre imparcial, tan de la Tercera España, vivió la guerra en el más neutral de los países europeos. Luego tendría otros destinos hasta morir en 1969 y ser enterrado en España, su patria de adopción.

Los aficionados a la música tenemos, además, un regalo. Músico vocacional, amigo personal de Claudio Arrau y entusiasta de Furtwängler, vienen en sus memorias recuerdos de algunos conciertos sensacionales. La edición, a cargo de Inmaculada Lergo, con un estupendo conjunto de fotografías, es soberbia. ¡Ah, y con prólogo de Trapiello!

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Sobre la firma

Félix de Azúa
Nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

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