La leyenda de una República conquistada por los sóviets
Ángel Viñas se sirve de nueva documentación para mostrar en ‘Oro, guerra, diplomacia’ cuán falso es el relato de una España convertida al comunismo
A Ángel Viñas no le gusta que los viejos relatos que el franquismo construyó para justificar el golpe de Estado contra el Gobierno republicano, la larga guerra y la brutal represión posterior vuelvan al debate público. Pero es lo que quiere Vox al intentar recuperar algunos de aquellos mantras que pretendieron justificar lo injustificable: convertir España en un campo de batalla que rompió cada familia y que condujo, con demasiada frecuencia, a que los hermanos de un mismo hogar procuraran matarse desde diferentes trincheras. El cuento viene de lejos y sostiene que Franco y los suyos salvaron a España del comunismo y evitaron que Stalin estableciera a este lado del mundo una franquicia de su régimen de terror. Viñas, que ya abordó este periodo acudiendo a fuentes poco consultadas en una trilogía —La soledad, El escudo y El honor de la República— y en su trabajo con Fernando Hernández Sánchez —El desplome de la República—, ha vuelto a sumergirse en otro montón de papeles desconocidos para su reciente Oro, guerra, diplomacia. La República española en tiempos de Stalin (Crítica), donde gracias a nueva “evidencia primaria de la época” (EPRE) refuerza sus tesis, las afina, las matiza, discute con sus colegas, refuerza sus argumentos. “Escribir historia”, escribe, es “un tejer y destejer continuos”. Y remata este trabajo insistiendo: “No hay historia definitiva. Tampoco hay historiadores definitivos”.
Así que de lo que se trata es de seguir investigando, esta vez con materiales a los que ha accedido gracias a la apertura de los antiguos archivos soviéticos y a documentos que forman parte del archivo de Juan Negrín. El libro se divide en seis bloques. El primero de ellos se ocupa del restablecimiento de relaciones diplomáticas con la Unión Soviética. La República quiso normalizar la situación con el régimen surgido de la revolución, necesitaba abrir nuevos mercados para sus exportaciones, pero el desbloqueo comenzó recién en 1933 y las cosas fueron más lentas porque el Gobierno buscaba en sus relaciones las mismas garantías que habían obtenido Francia y Reino Unido. Hubo tanteos, tiras y aflojas, había temores de que la propaganda prosoviética calara en España. Durante 1934 no se dieron grandes pasos, en 1935 el impulso fue mayor, pero en febrero de 1936, cuando ganó el Frente Popular, las embajadas no se habían abierto todavía.
Pocos días después del golpe de Estado del 18 de julio, el Gobierno de Giral manifestó su interés por comprar armas en la Unión Soviética, del mismo modo que había acudido también a otros países con el mismo objetivo. La decisión que tomaron las democracias occidentales de no intervenir en la contienda, a pesar de que Alemania e Italia colaboraran activamente con los franquistas, dejó inerme a la República hasta el punto de que “a mitad de septiembre”, recuerda Viñas, Azaña no creyera “en la victoria”. Stalin tardó en decidirse. El 14 de septiembre aprobó la creación de las Brigadas Internacionales, pero hasta el 26 no dio su visto bueno para la ayuda militar, cuando ya entonces “la prensa fascista y la occidental proclives a los sublevados se deshacía en informaciones falsas sobre supuestos envíos de armas soviéticas a España”. El 28 zarpó de Batumi el buque tanque español Campeche y, una semana después, el Komsomol. Fueron los dos primeros envíos documentados de instrumental bélico: el primero transportó material que procedía del vaciado de arsenales, el otro llevaba armas modernas. “Hoy es notorio que toda la operación estuvo rodeada de una cortina de seguridad difícil de penetrar”.
Viñas da múltiples detalles de lo complejo que resultaba en aquellos días transportar armas a España y sortear los controles del Comité de No intervención, así que todo se hizo en secreto. “Al personal que acompañaría la expedición se le retirarían sus armas en Moscú. Irían vestidos de civiles y se les diría que llevaban un cargamento de vehículos especiales adquiridos por los turcos”, cuenta. Se cuidaron hasta los mínimos detalles en cada uno de los traslados de material: los blindados T-26, los bombarderos SB (“katiuskas”), los cazas Polikarpov I-15 (”chatos”), los I-16 (“moscas”), municiones, proyectiles, motores para distintos vehículos, combustible, etcétera. En una nota del 16 de octubre Górev, el agregado militar soviético en España, habló del “delirio entusiasta de la población” cuando el Komsomol llegó a Cartagena. La ayuda soviética “salvó la situación en torno a Madrid, pero también mostró sus limitaciones de forma rápida”, escribe Viñas.
Franco no pudo tomar Madrid en noviembre de 1936, ni tampoco pudo hacerlo en los primeros meses de 1938. Fracasó su proyecto de quebrar a la República rápidamente, y la guerra se convirtió en una guerra larga. Viñas desgrana con parsimonia los distintos envíos que hizo Moscú (también los que no fueron militares), los compara con la ayuda que proporcionaron Roma y Berlín a los militares rebeldes, y muestra cómo se fue construyendo la ‘intoxicación’ sobre el “peligro comunista”. “Los nazis y los fascistas”, escribe, “fueron ‘cobrándose’ una parte de su contravalor, bien por pagos en divisas (no demasiados), bien por compensación (vía exportaciones de alimentos o materias primas), bien por endeudamiento. En el caso soviético, como veremos, a través de compras de oro enviado a Moscú”.
Y de eso trata, del oro, en el tercer capítulo, donde también se ocupa de mostrar cómo Stalin consideraba que lo más importante era evitar que las potencias fascistas y las democráticas se unieran contra la República. Viñas lo subraya: “Era imprescindible, afirmó, que no se instaurase un régimen parecido al ruso en España”. El líder soviético tenía por entonces otras preocupaciones acuciantes. Su paranoia lo forzó a desencadenar a partir de octubre de 1936 las “purgas” contra sus supuestos enemigos interiores, llevándose por delante a cerca de un millón y medio de ciudadanos soviéticos: “Todo esto produjo enormes convulsiones en la gestión de las relaciones con el exterior y de todas las políticas internas”, apunta Viñas. Y tuvo también, en 1937, que ayudar a los chinos en su guerra contra los japoneses (el montante de esta colaboración fue superior a toda la ayuda militar de Moscú a la República). Y de eso va el cuarto capítulo.
El quinto habla de las maneras en que propaganda franquista construyó sus mentiras sobre la colaboración soviética, y en el sexto y último, analiza las relaciones comerciales entre la Unión Soviética y la República. Viñas ha vuelto a escribir un trabajo sostenido en una tonelada de documentos, y con frecuencia se inflama contra otros historiadores que siguen defendiendo las viejas tesis franquistas. No ahorra calificativos, va construyendo sus argumentos y subraya en cursiva las conclusiones que va adelantando a lo largo del libro. Ángel Viñas es un historiador que truena, y las tempestades que provoca desarman los mitos que construyeron los franquistas para justificar la guerra que habían provocado.
Babelia
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