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Crítica | Música clásica
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Christian Gerhaher se reconcilia con Johannes Brahms

El barítono alemán dedica un memorable recital al compositor hamburgués con el pianista Gerold Huber en su anual visita al Ciclo del Lied

El pianista Gerold Huber y el barítono Christian Gerhaher durante su recital, el pasado 19 de diciembre en el Teatro de la Zarzuela.
El pianista Gerold Huber y el barítono Christian Gerhaher durante su recital, el pasado 19 de diciembre en el Teatro de la Zarzuela.RAFA_MARTIN

“Brahms no es para mí una catedral gótica, sino neorrenacentista, también con naves y capillas maravillosamente relucientes y mágicas”. Esta enigmática definición del compositor Johannes Brahms, que desliza el barítono Christian Gerhaher (Straubing, Alemania, 53 años) en el segundo capítulo de su libro de conversaciones con Vera Baur (Henschel Verlag, 2015), forma parte de una formidable diatriba contra sus lieder.

Comienza acusando a Brahms, junto a Richard Strauss, de optar por textos de menor calidad literaria por miedo a que otros mejores pudieran restar valor a su música. El barítono pone como ejemplo los dos primeros versos del poeta Franz Kugler, en Ständchen op. 106/1, a los que Brahms puso música, en 1885: “Der Mond steht über dem Berge, / So recht für verliebte Leut’” (“La luna brilla sobre la montaña, / lo ideal para gente enamorada”). Un inicio que no solo considera “realmente espantoso”, sino que podría contribuir a alejar de los recitales de lieder al público con gustos literarios.

Después arremete contra sus Deutsche Volkslieder WoO 33-34, arreglos de canciones folclóricas alemanas donde, según reconoce, el compositor opta por la complejidad técnica y lo sentimental en detrimento de la reflexión. “Creo que esto supone una grave desventaja tanto en su obra como en su intención artística. Y va encaminada fuertemente hacia el entretenimiento y la incapacitación del oyente”, asegura. Para Gerhaher, el arte es incompatible con el entretenimiento, pero no quiere pecar de moralizador y también confiesa en el libro su pasión por las novelas policíacas norteamericanas como forma de evasión.

Al final, concluye que Brahms no es un artista romántico ni tampoco un clasicista como Mendelssohn. Para él es “un compositor nostálgico, casi reaccionario”, de ahí esa metáfora de la catedral neorrenacentista. Pero también reconoce algunos resultados grandiosos que le conmueven profundamente. No obstante, insiste en preguntarse por qué fue tan diferente de Schumann, a quien tanto debía y a quien tanto admiró. Y llega a la conclusión de que quizá tenía una imagen desfigurada de su amigo y mentor, lo que explicaría ese veredicto de aburrimiento contra sus Escenas del Fausto de Goethe, la composición predilecta de Gerhaher y a la que dedica un interesante capítulo en su libro.

El eximio barítono alemán volvió a actuar el pasado lunes, 19 de diciembre, en el Teatro de la Zarzuela, dentro del Ciclo de Lied del Centro Nacional de Difusión Musical, que cumple ya su XXIX edición. Era su decimoséptimo recital, desde marzo de 2003, y sorprendió que cantase un monográfico dedicado precisamente a Johannes Brahms. Curiosamente no era su primer recital dedicado al compositor hamburgués en el Ciclo de Lied, pues en marzo de 2008 ya cantó un programa similar. Pero con una curiosa salvedad. En aquella ocasión, los Cuatro cantos serios op. 121, que son el principal logro musical de Brahms para voz y piano, se escucharon al final del concierto. Ahora, por el contrario, Gerhaher optó por ubicar esa obra tardía, y tan focalizada en la muerte, como la última de la primera parte de su actuación. Les siguió, en la segunda parte, una exquisita selección de canciones que abarca casi cuatro décadas de su producción y resume todos sus logros. Luis Gago explica en sus magníficas notas todas las particularidades del programa, pero también interpreta la nueva ubicación del op. 121 brahmsiano como “una llamada a la esperanza”. Quizá estemos ante un signo inequívoco de su reconciliación con Brahms.

Huber y Gerhaher durante la interpretación de un lied de Brahms en el Teatro de la Zarzuela.
Huber y Gerhaher durante la interpretación de un lied de Brahms en el Teatro de la Zarzuela.RAFA_MARTIN

El recital comenzó con una muestra de la bendita inseguridad del barítono alemán. Se anunció por megafonía que iba a actuar enfermo por un resfriado, pero en su canto no se notó ningún atisbo de afección respiratoria. Compareció visiblemente nervioso e incómodo en un escenario donde se le quiere y admira. Nada extraño, si exceptuamos su vestimenta, pues tuvo que actuar sin su habitual frac al haberse extraviado su maleta en el aeropuerto. Arrancó el recital con las Nueve canciones y cantos op. 32, un punto de inflexión en la colección brahmsiana de lieder y donde combina versos de dos poetas menores, el conde August von Platen y el traductor políglota Georg Friedrich Daumer. Ya en Wie rafft ich mich auf in der Nacht, se escucha admirablemente esa inquietud nocturna, que suena convertida en una lúgubre marcha a medio camino entre Schubert y Wolf. Y con esa voz que recuerda al epígono de su maestro, el legendario Dietrich Fischer-Dieskau, algo que reconoce el propio Gerhaher, al tiempo que insiste en atribuir a un recital de Hermann Prey su historia de amor con los lieder.

Gerhaher plasmó admirablemente todas las inflexiones textuales y musicales de las primeras seis canciones del op. 32, todas ellas en modo menor y teñidas de melancolía, impotencia y desesperanza. Nada alteró, a continuación, el tranquilizador amanecer inspirado en la Persia mítica de las tres últimas, en modo mayor. Las traducciones de Daumer del Diván de Hafez de Shiraz sonaron exquisitas y, en especial, Wie bist du, meine Königin, que cierra la colección plena de exóticas imágenes admirablemente evocadas desde el piano por Gerold Huber.

En los crepusculares Cuatro cantos serios op. 121, el barítono alemán evitó un tono lúgubre o teológico en favor de la intensidad expresiva. Y de estos fragmentos bíblicos puestos en música por el corazón agnóstico de Brahms sobresalió el sobrecogedor O Tod, wie bitter bist du, cuya fluidez y naturalidad fue defendida por Schönberg como un signo de modernidad. Gerhaher convirtió ese contraste del enunciado O Tod (“¡Oh, muerte!”), de amarga tercera descendente, en la tonalidad mi menor, a la resignación que provoca como sexta ascendente, en mi mayor, en uno de los mejores momentos de la noche. Y siguió su ascenso expresivo en el canto final, Wenn ich mit Menschen und mit Engelszungen redete, que exalta el amor desde la popular primera epístola de san Pablo a los corintios, y donde su compenetración con Huber al piano volvió a ser un factor determinante.

En la segunda parte vimos salir a un Gerhaher mucho más seguro. Y se notó en la coherencia que desplegó su referida selección que abarca toda la producción brahmsiana, desde 1854 hasta 1889. Empezamos por el final, Meine Lieder op. 106/4, donde exalta el poder de la canción elevando su calidad musical. El frescor y fluidez primaveral de Geheimnis op. 71/3 contrastó con la soledad de mayo que retrata Die Mainacht op. 43/2. Aquí el paso del sereno mi bemol mayor al estremecedor si mayor central fue otro de los momentos más impactantes de la noche. Huber volvió a elevar el efecto acuático en Treue Liebe op. 7 y Gerhaher hizo volar etérea su exquisita media voz como las alondras en Lerchengesang op. 70/2.

La selección de Ocho canciones y cantos op. 59 excluyó los temas de Goethe y Mörike para concentrarse en los versos de Klaus Groth, amigo del compositor. Gerhaher intensificó la conexión melódica entre Regenlied y Nachklang, que comparten la melodía que Brahms utilizó como primer tema del finale de su Sonata para violín y piano núm. 1, pero también su paso de la melancolía a la nostalgia, con esas gotas de lluvia que se transforman en lágrimas. Y en medio ubicó, en orden inverso, el irreal final de la colección y el patetismo del séptimo lied.

Auf dem Kirchhofe op. 105/4 fue otra maravilla de la noche con ese tono casi teatral de Gerhaher y el piano casi orquestal de Huber, pero que confluyen en un austero coral donde reconocemos una referencia a la bachiana Pasión según san Mateo. Siguió el admirable affaire teatral, en Von ewiger Liebe op. 43/1, donde escenifica una apasionada escena amorosa. Todavía faltaron tres lieder donde Brahms parece evocar a Schumann y Schubert. Gerhaher intensificó esa conexión con una musicalidad insuperable en O kühler Wald op. 72/3, esa loa del bosque alemán en los versos de Clemens Brentano. Pero también evocó en Herbstgefühl op. 48/7 el Doppelgänger schubertiano y acercó Die Kränze op. 46/1 a las delicias de los Liederkreis schumannianos.

Para terminar, el barítono alemán cantó dos bellas propinas. Dos lieder que ya incluyó en su anterior recital Brahms de 2008. Primero escuchamos Der Gang zum Liebchen op. 48/1 (“El camino a la amada”) donde siguió insistiendo en las conexiones entre Brahms y Schubert con esta suerte de vals sentimental. Y el recital terminó, paradójicamente, con un volkslied de Brahms: Vor dem Fenster op. 14/1 (“Ante la ventana”). Brahms lo redactó, en 1858, para amenizar el ardiente verano que pasó, en Göttingen, junto a la soprano Agathe von Siebold. Y Gerhaher lo acunó con una ligera, fluida y admirable combinación de canto y declamación.

CNDM 22/23. XXIX Ciclo de Lied. Obras de Johannes Brahms. Christian Gerhaher (barítono) y Gerold Huber (piano). Teatro de la Zarzuela, 19 de diciembre.

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