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John Cage y el arte de la lentitud como forma de disidencia

Creadores, museos y galerías de todo el mundo exploran alternativas posibles a la hiperaceleración actual siguiendo el ejemplo del compositor que creó la pieza musical de mayor duración de la historia

John Cage, en una fotografía de 1991.
John Cage, en una fotografía de 1991.GENE BAGNATO

¿Cuántas personas se colocan frente a una obra de arte y la miran más de cinco minutos seguidos? Dicen los investigadores en el último número de la revista Psychology of Aesthetics, Creativity and Arts que el promedio es de 28,63 segundos y que eso es ya un logro. En diez años, la media ha subido un segundo y medio más desde que en 2001 estimaron que los visitantes del Metropolitan de Nueva York se detenían 27,30 segundos frente a sus grandes obras maestras. Los museos no son ajenos al frenesí de estos tiempos, pero ya hay reacciones frente a ello. Por ejemplo, desde hace años se celebra “un día del arte lento” el 15 de abril en pinacotecas y galerías de todo el mundo. Es una reivindicación de la lentitud como forma de disidencia y una práctica antigua que entronca con las primeras manifestaciones artísticas rupestres: parar y observar. La neurociencia confirma que los artistas antiguos siempre supieron hacerlo y que para colocarnos ahí hay que reducir forzosamente la velocidad.

El objetivo es desacelerar. Lo que se conoce ya como el slow looking es un acto radicalmente inclusivo que busca esa velocidad correcta que saborea los minutos y no simplemente contarlos. Un horizonte que es cada vez más ancho en el mundo del arte en todos sus formatos, desde pequeños a los grandes, desde la última edición del Festival de Arte Contemporáneo Bellas Artes de Granda, dedicado a pensar la lentitud, hasta el discurrir de la recién celebrada Documenta 15 de Kassel, que huía de prisas y proponía una visita menos espectacular y más feliz.

Vivir lento es ya una revolución. En manos de los artistas, además, es una apuesta por pensar alternativas posibles a la hiperaceleración actual. El movimiento del slow art empezó en los ochenta y tiene su máximo ejemplo en una pieza musical de John Cage que se ejecuta ininterrumpidamente desde hace dos décadas en la iglesia de San Burchandi en Halberstadt, una ciudad alemana de algo más de cuarenta mil habitantes en el Estado de Sajonia-Anhalt. Se llama Organ/ASLSP (As SLow aS Possible) y es la interpretación musical más lenta y de mayor duración de la historia. Su origen se remonta a 1985, cuando Cage la compuso como una cita del Finnegans Wake de James Joyce: “Soft Morning City. Lsp!”. A petición del organista alemán Gerd Zacher, en 1987 el compositor la adaptó para órgano. Cage murió en 1992 sin aclarar cómo de lenta debía interpretarse, salvo un rotundo “lo máximo posible”. Este 2022, en que se cumplen treinta años de su muerte, ese canto a la lentitud no puede ser más elocuente. Lo que en principio parecía una idea utópica se ha convertido en uno de los proyectos más innovadores y de mayor repercusión internacional.

Cambio de tubo del órgano que interpreta la pieza de John Cage.
Cambio de tubo del órgano que interpreta la pieza de John Cage.MICHELE TANTUSSI (REUTERS)

La ejecución comenzó en la citada iglesia de Halberstadt en 2001. Para empezar por todo lo alto, lo primero que sonó fue un silencio de 18 meses. Las primeras notas no aparecieron hasta el 5 de febrero de 2003. Hubo mucha inventiva para hacerlo posible. Para que el órgano no dejara de sonar se inventó un sistema de pesas para presionar la tecla correspondiente. Un G# (Sol sostenido) dio paso a un E (Mi) el pasado 5 de febrero. Es lo que se oye ahora al entrar. Si se viaja hasta allí llevando bajo el brazo el libro Escribir sobre el agua. Cartas (1930-1992), del propio John Cage (Caja Negra, 2021), el merodeo por la lentitud se potencia. El volumen reúne una amplia selección de las cartas que Cage escribió a muchos de sus amigos y colaboradores, de Morton Feldman o Merce Cunningham a Peter Yates y David Tudor. Una aventura pormenorizada que expande lo experimentable: al ruido, al cuerpo, al silencio, al espacio, a la mezcla de lenguajes.

Al leerla, se va delineando una autobiografía involuntaria y discontinua de un personaje esquivo que comprendió como pocos el tiempo que le tocó vivir. “Necesitamos un nuevo lenguaje que pueda ser experimentado por todos los seres humanos en forma inmediata y que, al mismo tiempo, otorgue a los animales, a las plantas, al aire, al agua y a la tierra un lugar equivalente en la creación”, escribió. Quién le iba a decir a Cage que cincuenta años después su máxima de lenguaje transversal funcionaría como rúbrica del proyecto Futuros abundantes, que desarrolla el TBA21 Thyssen-Bornemisza Art Contemporary en el CA3 de Córdoba: el lanzamiento de Meandering, un programa de investigación de TBA21-Academy de tres años de duración que se extiende desde el océano hasta los ríos, los afluentes y los elementos físicos y espirituales del agua que conectan todas las formas de vida planetarias con el arte contemporáneo entendido de manera transversal.

Dentro del inagotable universo de las expresiones artísticas, la vida, obra y pensamiento de John Cage resultan hoy uno de los lugares más lógicos, poéticos, recurrentes y razonados. Ejemplo recurrente de lo que es un artista completo que atendió a la complejidad humana como pocos en la historia contemporánea, Cage no solo es una de las fuentes más inagotables de sensibilidad artística, pensamiento crítico y trasgresión creativa, sino que su visión y valoración sobre el sentido creativo y receptivo sigue teniendo terreno por descubrir. En ello está volcado Fito Conesa con un proyecto en el Museo Nacional de Arte de Cataluña. Propuesto por la asociación Homesession y el festival de performance Artefacto, el artista trabaja las sonoridades perdidas del museo revolviendo documentos, archivos, partituras y objetos vinculados al órgano de la Sala Oval hasta ahora en desuso. Un hecho histórico que durará solo un día, colocándose en el contrapunto de Cage. Anoten: 10 de diciembre.

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