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IN MEMORIAM
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Joan Ollé, imágenes para guardar siempre

Se va una de las figuras más relevantes del teatro español de las últimas cuatro décadas, tanto por el éxito de sus obras como por su forma de abordar el hecho teatral

Joan Olle
El creador teatral Joan Ollé, en Barcelona.

He entrado en Wikipedia. No se fíen de lo que por allí dicen de él. Le atribuyen espectáculos que no son suyos y no mencionan otros relevantes. Además, su arte no son datos, son momentos, imágenes, para guardar para siempre. Es lo que tienen los tiempos modernos, en los que ya no puedes fiarte ni de las tarjetas del Trivial, al que tantas horas dedicó y en los que los secretos a voces son mentiras susurradas. Joan Ollé es una de las figuras más relevantes del teatro español de las últimas cuatro décadas. Y no sólo por el gran éxito de algunas de sus puestas en escena sino por su forma irredenta de abordar el hecho teatral.

Ollé supo como nadie aprender de la generación que le precedió —como Ricard Salvat, José Luis Gómez o Josep Maria Flotats, a quienes admiró y con quienes colaboró— y pasar el testigo a la posterior —con el apoyo a las carreras de Xavier Albertí y Àlex Rigola, entre muchos otros directores y muchísimos otros actrices y actores—. Joan Ollé es de los pocos que hizo en España lo que es habitual en las grandes tradiciones teatrales europeas: combinar en sus inicios la labor de aprendiz con la de líder, respetar a los mayores y ayudar a los talentos a venir.

Obsesionado por el fraseo y la comprensión de las unidades de sentido en todo texto, en la métrica de la prosa y en la prosa del verso, hizo del trabajo extenuante y obsesivo la base sobre la que se cimentaba su talento. Así lo viví como espectador y también las pocas veces que colaboré con él en talleres del Institut del Teatre.

Fundador de Dagoll Dagom, solo pude ver el aclamado No hablaré en clase en vídeo, pero sí vi cómo retomaba sus célebres letanías en Set i mig, de La Gàbia, la compañía de sus hermanos de sangre Joan Anguera e Ivet Vigatà, uno de sus grandes espectáculos.

Fue en los ochenta cuando Ollé despuntó como director y en los noventa cuando empezó a convertirse en personaje público gracias a sus colaboraciones en radio y televisión (L’illa del tresor, junto a Joan Barril, fue Premio Nacional de Televisión de la Generalitat). Con Set i mig, El contrabaix, de Süskind, interpretado por Carles Sales, fueron sus primeros espectáculos laureados.

En los noventa y ya en este milenio llegaron los grandes espectáculos en el Grec, el Lliure, el Teatre Nacional de Catalunya (TNC), los trabajos con Focus, en los que cada vez la palabra, la poesía, el menos es más, fueron su santo y seña. Handke, Racine, Lorca… autores que Ollé, también poeta, reescribió en escena. Y Mercè Rodoreda, la que fue musa de algunas de sus últimas grandes producciones, “dicha” —él lo decía así— por Montserrat Carulla o por Lolita. Así era Ollé. No podremos ver las Cartas a un joven poeta de Rilke, que estaba preparando ni su dramaturgia de Tirant lo Blanc, en la que estaba trabajando.

Mientras escribo esto, me pide Quico Romeu el teléfono de Josep Parramon, para mandárselo a su viuda, la historiadora Maria Guillén. Romeu y Parramon, junto a Ollé, los tres mosqueteros que pusieron en pie No hablaré en clase. Joan de Sagarra, delegado de Cultura del Ayuntamiento de Barcelona en esos felices setenta, dijo que ahí había nacido un talento: Joan Ollé.

Albert de la Torre es crítico teatral y dirige el teatro La Gleva de Barcelona.

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