Una apabullante pesadez
Perera, Ginés Marín, que paseó una generosa oreja, Ángel Téllez y los desiguales y exigentes toros de Garcigrande tampoco animaron las taquillas
La afición lleva años sufriendo en silencio la incesante tortura de la excesiva duración de los festejos; no hay un bar taurino, una peña, una tertulia o una red social donde no se ponga de manifiesto, día a día, la necesidad imperiosa de agilizar el desarrollo de las corridas, interminables y soporíferas.
Pues, por lo que parece, los únicos que no se dan por aludidos son los toreros. Que le pregunten, si no, a Miguel Ángel Perera, Ginés Marín o a Ángel Téllez, que han competido esta tarde en apabullante pesadez. Es verdad que, por muchas razones, los toreros son de otro mundo, y una de ellas es esta: no son conscientes de que son unos pesados.
Claro que también contribuyen a ello presidentes como el de Bilbao, que se olvida del reloj y permite que las faenas duren y duren, como las pilas del anuncio. A Marín le envió un aviso pasado de hora, le perdonó el segundo porque el torero se empeñó en no descabellar y alargar así la agonía del quinto de la tarde, y a pesar de ello sacó el pañuelo y le concedió la oreja.
A ver quién convence ahora al torero de que estaba equivocado. Su labor de muleta fue interminable, de un montón de pases arrebujados, insulsos la mayoría de ellos y algunos aceptables; y la gente pedía que tocara la música para animar un poco aquel desaguisado. Tampoco acabó de cogerle al aire al exigente e irregular segundo de la tarde, pero pases dio para dar y regalar.
Si Marín aburrió, Perera acabó con el cuadro. De entrada, no fue capaz de domeñar la encastada embestida del primero, codicioso y repetidor, con el que el torero se mostró tan profesional y sobrado como frío. Da la impresión de que Perera es un torero que ha agotado sus reservas, ha perdido su capacidad para sorprender, su toreo suena a algo ya visto, y pasa por el ruedo sin dejar huella ni misterio. Así se le vio en ese toro, que ofreció posibilidades de triunfo por su casta y exigencia, y no pudo decir nada más ante el muy soso y desigual cuarto.
Y el debutante Téllez levantó los ánimos en la lidia del tercero, distraído y huidizo, al que le robó naturales largos y ceñidos a base de firmeza y decisión. Parecía que podía rematar una buena tarde ante el sexto, pero la incipiente nobleza del animal se tornó en un molesto cabeceo y unos deseos irrefrenables de huir del lugar de la pelea. Entonces, el torero, en lugar de abreviar que es lo que dicta el manual, aprendió de sus mayores y ofreció otra lección de pesadez insufrible.
No hay derecho a ello; no hay derecho a que los toreros oculten su incapacidad para hacer una obra de arte con veinte muletazos con un pestiñazo que solo consigue que quien sale con el trasero planchado y la mandíbula dolorida por el bostezo no vuelva.
Cuando cayó el último toro, faltaban veinte minutos escasos para las tres horas de festejo; y después nos quejamos de que la gente no acuda a la plaza. Por cierto, hoy otra ruina en las taquillas; y ya van cuatro…
Garcigrande/Perera, Marín, Téllez
Toros de Garcigrande, bien presentados, mansos y de comportamiento desigual y exigente; encastados primero y segundo.
Miguel Ángel Perera: pinchazo hondo y estocada (ovación); bajonazo (algunas palmas).
Ginés Marín: estocada perpendicular y un descabello (vuelta); estocada _aviso_ (oreja).
Ángel Téllez: pinchazo, estocada y un descabello (ovación); estocada caída (ovación).
Plaza de toros de Bilbao. 23 de agosto. Cuarto festejo de la Semana Grande. Algo menos de un cuarto de entrada.