_
_
_
_
_

De Godzilla al apocalipsis: Hiroshima y Nagasaki como origen de la distopía en la cultura popular japonesa

Los bombardeos atómicos inspiraron monstruos devastadores y anticiparon los escenarios de ruinas y desolación donde transcurren desde hace décadas películas y obras esenciales de la industria del manga y el ‘anime’ nipona

'Godzilla' (1954), dirigida por Ishiro Honda, fue la primera película de una larga serie de títulos protagonizados por el monstruo japonés.

Los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki, el 6 y el 9 de agosto de 1945, inspiraron monstruos devastadores como Godzilla y anticiparon el mundo distópico de ruinas y desolación donde transcurren desde hace décadas las obras esenciales de la cultura popular japonesa. Su piel rugosa asemejaba las quemaduras de los irradiados por las bombas, y su rugido evocaba el lamento agónico de un animal malherido. En su debut en los cines japoneses, en 1954, se llamó Gojira por la fusión de las palabras japonesas para gorila (gorira) y ballena (kujira). Dirigida por Ishiro Honda en 51 días, un tiempo récord para una película de efectos especiales, recurrió a un actor ataviado con un disfraz de látex que destruía miniaturas de Tokio e irradiaba a sus aterrorizados habitantes con su aliento radiactivo.

Gojira fue catalogada como un producto de serie B difícil de vender al público occidental por su elenco totalmente japonés. En Estados Unidos, el productor Edmund Goldman compró los derechos a la productora japonesa Toho y reestructuró la historia alrededor de un protagonista americano, el actor Raymond Burr, en el papel de un periodista de agencia. Con la ayuda de extras filmados de espaldas, Burr dialoga con los personajes de la cinta original y es integrado en las escenas clave como un oportuno observador.

La versión americana, que se tituló Godzilla, el rey de los monstruos, eliminó el mensaje pacifista y borró los comentarios políticos y las referencias al peligro de las armas atómicas. Tal vez sin quererlo, Goldman hizo justicia al plagio cometido por el productor japonés de Gojira, quien, para anticiparse al previsible éxito en Japón de la película estadounidense El monstruo de los tiempos remotos (1953), había copiado su premisa.

Cuando describe lo que considera un acto de canibalismo cultural, el investigador Hiroshi Morishita recurre a la onomatopeya japonesa para engullir, paku (la misma que dio título al legendario videojuego Pac-Man). “Los productores de Gojira engulleron la idea de la explosión nuclear que desata la furia destructiva de una bestia prehistórica”, dice Morishita, profesor de Cultura Popular en la Universidad de Soka en Tokio. Explica que el detonante para Gojira surgió unos meses antes de iniciarse el rodaje, cuando la tripulación del pesquero japonés Daigo Fukuryu Maru fue irradiada en una prueba nuclear estadounidense en un atolón del Pacífico.

El Godzilla americano ayudó a crear una de las franquicias de monstruos más longevas de la historia del cine mundial, con más de treinta secuelas, rodadas la mayor parte por Toho en Japón. El profesor Morishita añade que para mejorar la imagen de la energía nuclear, Estados Unidos inició por esa misma época el programa Atoms for peace (Átomos para la paz).

Referente de la cultura japonesa

Japón, el único país víctima de las armas atómicas, fue convertido en promotor de la industria nuclear, y para 1957 había contratado con Estados Unidos 20 reactores nucleares, pese a ser un archipiélago volcánico propenso a frecuentes terremotos. “En ese contexto, la tragedia nuclear se convirtió en una seña de identidad de la cultura japonesa”, afirma el académico. La destrucción masiva como premisa y las ruinas como escenario se volvieron recurrentes en el manga y la animación y Tokio se convirtió en lo que un crítico llamó “la capital más destruida en la ficción desde la Segunda Guerra Mundial”.

Mientras Japón consolidaba su reputación como cuna de la excelencia tecnológica, nacía una industria de manga y animación cuya exportaciones incluyeron series como Mazinger Z (1972), protagonizadas por robots gigantescos que eran avatares de la devastación. La aniquilación causada por un evento apocalíptico es la razón de ser de Nausicaä del valle de los vientos (1984), anime firmado por Hayao Miyazaki cuyo éxito comercial propició el nacimiento del Studio Ghibli, la más conocida empresa japonesa del sector.

La abreviación japonesa para animación, anime (con acento esdrújulo), se internacionaliza con Akira (1988), la obra de Katsuhiro Otomo que para muchos puristas dividió en dos la historia del cine dibujado. Su personaje central tiene poderes de psicoquinesia y los usa para borrar del mapa el centro de Tokio con una explosión que, en vez del hongo icónico de Hiroshima y Nagasaki, produce una cúpula perfecta.

Otro cataclismo global, llamado el Segundo Impacto, da lugar a un mundo posapocalíptico atacado por poderosas criaturas que evocan autómatas como Mazinger Z, en otra popular serie titulada en Neon Genesis Evangelion y creada en 1995 por Hideaki Anno.

Momento de la explosión de Neo-Tokio en la película 'Akira' (1988).
Momento de la explosión de Neo-Tokio en la película 'Akira' (1988).

La barrera geológica

Al trauma de los bombardeos atómicos se suma la condición geológica de archipiélago volcánico propenso a constantes terremotos como fuente continua de imágenes e historias de devastación. El poder destructor de la energía atómica volvió a irrumpir en la realidad japonesa en marzo de 2011, cuando la triple tragedia de terremoto, tsunami y accidente nuclear dejó inhabitables vastas áreas de la provincia de Fukushima.

El terremoto y el tsunami produjeron miles de muertos y la productora Toho esperó cinco años para lanzar una nueva secuela de Godzilla (Shin Godzilla, 2016) en la que el rey de los monstruos es ahora una criatura que se nutre con los desechos nucleares que fueron vertidos en la bahía de Tokio. Toho convocó a Hideaki Anno, director de Evangelion, para realizar la película, que termina con el monstruo congelado y la advertencia de que en cualquier momento podrá volver a atacar.

Un anime reciente, Bubble (2022), dirigido por Tetsuro Araki, parece indicar que al no poder resistir el enorme atractivo de los escenarios decadentes, los creadores japoneses empiezan a imbuirlos de narrativas optimistas. Bubble es una historia de amor que transcurre en lo que queda de un Tokio contaminado y descascarado donde una banda de huérfanos rebeldes compite en espectaculares carreras de parkour. En todas sus entrevistas sobre la película, Araki explica su intención de hacer frente al desencanto del mundo futuro con la imaginación: “Intento que la distopía vuelva a ser utopía”.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_