Ghibli: dentro del universo bello e inquietante de la animación japonesa
El popular estudio cinematográfico japonés celebra los 25 años de ‘La princesa Mononoke’, prepara un parque temático y su ideólogo, Hayao Miyazaki, reaparece con una película
La gente lloró, y no es algo habitual que suela ocurrir cuando un director de cine anuncia que se retira, sobre todo cuando pasa de los 70 años. Pero el japonés Hayao Miyazaki es especial. Aquel día de 2013 en el festival de Cannes, cuando dijo que ya no haría más películas, el mundo cinéfilo le homenajeo volviendo a ver sus películas, obras esenciales de la animación moderna como Mi vecino Totoro, La princesa Mononoke o El viaje de Chihiro. Sin embargo, Miyazaki no ha podido resistirse a hacer una última película. Hoy, con 81 años, ha dejado de conducir (una de sus grandes pasiones), pero trabaja en un nuevo filme. Verá la luz con el sello de Studio Ghibli, los estudios que Miyazaki fundó en 1985 junto a Isao Takahata (fallecido en 2018 a los 82 años) y que para muchos especialistas es la más brillante factoría de animación de autor del mundo. Además de su regreso a las pantallas, el cineasta va a ver estos días cómo el mundo redescubre La princesa Mononoke, que cumple 25 años, y, sobre todo, prepararse para la inauguración, en Japón el 1 de noviembre, del parque temático Studio Ghibli (ya hay un museo Ghibli operativo desde 2001). ¿Cómo va a ser este parque? Muy especial, como todo lo que produce esta empresa de sueños anime (animación japonesa): una explosión de la naturaleza sin ninguna atracción mecánica.
La nueva película de Miyazaki está basada en la novela de 1937 de Genzaburo Yoshino ¿Cómo vives? (Kimi-tachi wa Dō Ikiru ka). Todos los días (de lunes a viernes), un chófer recoge a las diez de la mañana al veterano cineasta en su casa para llevarle a los Studio Ghibli. Para un rato a comer lo que le prepara su esposa y trabaja hasta las ocho de la tarde. Así de en serio se lo está tomando.
Una de sus obras más alabadas, La princesa Mononoke (1997), regresa a las salas de cine españolas el viernes 22 de julio para celebrar su 25º aniversario. La historia de Mononoke está situada en la era Muromachi (1336-1573), un periodo de agitación social descrito habitualmente en la ficción nipona a través de tramas de samuráis, señores feudales y campesinos. Para liberarse de ataduras temáticas y formales, Miyazaki situó aquellos personajes en el fondo de su historia. Y eligió como protagonistas a seres fantásticos como San, la princesa Mononoke, quien junto a su madre adoptiva (una loba salvaje), lucha contra los seres humanos, representados por una aldea de laboriosos herreros que causan estragos en la naturaleza.
Como mediador entre las dos partes aparece Ashitaka, un valiente y conciliador príncipe víctima de una maldición y en el que algunos críticos han visto la personificación del pacifismo de Miyazaki. “La película se iba a llamar El príncipe Ashitaka”, explica Junichi Nishioka, supervisor de los archivos de Studio Ghibli y jefe de las relaciones con los medios. Y añade: “Fue el productor, Toshio Suzuki, quien dijo que sería mucho más fácil vender una obra titulada La princesa Mononoke. Y así se quedó”.
La película fue récord de taquilla en Japón en 1997. Dos años después se empezó a distribuir en Estados Unidos de la mano de Disney. Suzuki, el productor, exigió que los 133 minutos quedaran intactos para su distribución en el mercado estadounidense. “La ambivalencia de los personajes de Mononoke dificultó la aceptación en un mercado americano y mundial dominado por los dibujos animados de Walt Disney”, explica Susan Napier, especialista en cultura japonesa de la Universidad de Tufts en Massachusetts (EE UU). “En Disney no dejaban de preguntarse: ‘¿Pero entonces, quién es el bueno y quién es el malo?”.
Según Napier, la animación japonesa fue rechazada en sus inicios porque “no respondía al maniqueísmo, al esquema binario del cine americano del bien contra el mal”. Napier, que prepara un estudio comparativo entre Disney y Ghibli, hace referencia a la preferencia de la narrativa americana dirigida a los niños por protagonistas masculinos —que como en Toy Story son astronautas o cowboys—, frente a las historias de Miyazaki, donde las mujeres son protagonistas o tienen un papel preponderante. Un cambio importante en la visión del público americano se produjo con lo que Napier llama “el trauma nacional”, el ataque a las Torres Gemelas del 11 de septiembre de 2001. “Estados Unidos se dio cuenta de que había dejado de ser invulnerable”.
A partir de entonces, la juventud empezó a buscar narrativas más realistas, menos triunfalistas. Ghibli mostró que los buenos también pueden morir y que el mundo no es perfecto. “La narrativa asiática tiene muchos más matices”, afirma Napier, autora, entre otros libros, de Anime, de Akira a La princesa Mononoke: la experiencia de la animación japonesa contemporánea. Miyazaki, por su parte, se ha referido a menudo a la vacuidad de juzgar lo bueno y lo malo cuando aquellos que destruyen la naturaleza “son a menudo gente de buen carácter”. El personaje de la dama Eboshi, la beligerante líder de los herreros que queman los bosques para alejar a las deidades de la naturaleza, es al mismo tiempo una intransigente protectora de exprostitutas y leprosos.
Respecto a la fama ecologista de Studio Ghibli, Nishioka considera que ha sido una consecuencia involuntaria del gusto de Miyazaki por lo rural. “Tanto él como Suzuki [productor] prefieren la naturaleza, las zonas deshabitadas del campo, y agradecen que el público esté de acuerdo”.
En trabajos tempranos como Heidi, la niña de los Alpes, serie de televisión de 1974 dirigida por Isao Takahata, el otro cofundador de Studio Ghibli, Miyazaki recorrió Europa y se aficionó a dibujar paisajes preciosistas. Que Nausicaä del valle del viento, (1984) se convirtiera en un manifiesto en defensa del medioambiente se atribuyó en gran parte a la elocuencia visual, al describir la descomposición de un planeta intoxicado donde hacen falta máscaras de oxígeno.
Mientras muchos activistas del medioambiente recomiendan sus películas por su mensaje de paz ambiental, el mismo Miyazaki ha hecho referencia a la inevitable furia de la naturaleza en obras como Ponyo en el acantilado (2008), donde anticipó, en clave infantil, los horrores del tsunami de 2011. Desde su fundación en 1985, los estrenos de Ghibli en verano son un programa familiar obligatorio en Japón. Cinco de sus obras, entre ellas El viaje de Chihiro, El castillo ambulante y Ponyo en el acantilado, se encuentran entre los largometrajes de anime más taquilleros de la historia en Japón. Para Susan Napier, la influencia de Studio Ghibli en el imaginario mundial es palpable en obras de admiradores o seguidores, como El laberinto del fauno (2006), de Guillermo del Toro, o más recientemente en las producciones animadas de Pixar, Luca (2021) o Red (2022).
Ahora, la nueva obsesión de Studio Ghibli es la inauguración, el 1 de noviembre, de un parque temático que, fiel a sus imagen de amigos de la naturaleza, promete muchas zonas verdes y ninguna atracción mecánica. “Pasea, siente el viento y descubre las maravillas”, dice el eslogan de Ghibli Park en su página web, donde se pueden ver ilustraciones de las futuras construcciones.
Estará situado dentro del Parque Conmemorativo de la Exposición de Aichi, un lugar a tres horas en tren desde Tokio conocido entre los aficionados a la animación por alojar desde hace años una réplica de la casa donde transcurre la historia de Mi vecino Totoro, anime de 1988 cuyo personaje central adorna el logotipo de Studio Ghibli y que muchos críticos equiparan a un Mickey Mouse japonés.
Dentro de un área total de 200 hectáreas, los visitantes encontrarán escenarios físicos de las obras de Hayao Miyazaki. Habrá cinco zonas temáticas, tres de las cuales se inauguran este año: El gran depósito de Ghibli, La colina de la juventud y El bosque de Dondoko. Para 2023 se esperan El valle de las brujas y La aldea Mononoke, esta última basada en La princesa Mononoke.
La especialista en cultura japonesa Susan Napier prevé que el legado Ghibli seguirá vigente por muchos años y cita fenómenos sociales como el envejecimiento de la población o la creciente vulnerabilidad frente a la naturaleza, antes de parafrasear al escritor William Gibson, el padre del cyberpunk, cuando dijo: “Lo que Japón hace hoy, lo estaremos haciendo nosotros mañana”.
Babelia
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