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universos paralelos
Columna
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¿Quién es ese tipo que va esposado con Mick Jagger?

Robert Fraser introdujo en la órbita del arte contemporáneo a estrellas musicales británicas como los Beatles o los Rolling Stones

En junio de 1967 Mick Jagger aparece esposado junto a Robert Fraser, director de una galería de arte. La imagen fue utilizada por Richard Hamilton en un cuadro de la serie 'Swingeing London'.Foto: TED WEST
Diego A. Manrique

Estuve siguiendo con curiosidad las crónicas de la visita relámpago de Mick Jagger al Museo Reina Sofía. No me interesaban tanto las cuestiones de protocolo o las minucias de la seguridad; sobre todo, quería saber si al cantante se le escapó el nombre del esteta que le introdujo en la órbita del arte contemporáneo: Robert Fraser (1937-1986).

No hubiera sido tan raro: el pasado año, el Museo madrileño publicitaba que recibió en donación una copia de Swingeing London ´67, el memorable cuadro de la serie de Richard Hamilton realizado a partir de una foto de paparazzo, con Robert Fraser y Mick Jagger revolviéndose en un coche de la policía, intentando taparse las caras con las manos esposadas. Sí, tanto Robert como Mick fueron atrapados en la más famosa redada a la búsqueda de drogas del Londres pop. Redlands, la casa rural de Keith Richards, fue rodeada por 30 policías, un asalto que se saldó con un escaso botín: Jagger tenía cuatro anfetaminas, supuestamente compradas en una farmacia durante un viaje a Italia, Fraser mostró un frasco de píldoras que aseguró eran remedios contra la diabetes (hasta que un análisis posterior determinó que contenían heroína pura, de la que fabricaba el Gobierno de S. M,). Y Richards fue procesado también por permitir que su residencia campestre fuera usada para algo tan nefando como consumir drogas.

Hubo un intento por parte de los implicados para que eliminaran las pruebas, pagando un considerable soborno (sí, esas cosas ocurrían con frecuencia en Scotland Yard). El dinero desapareció, seguramente en los bolsillos del intermediario, y los tres acusados fueron condenados a varios meses de cárcel; de hecho, esa misma noche durmieron entre rejas. Lo que ocurrió después destapó las sutilezas del sistema de clases británico. Tanto Jagger como Richards fueron liberados a la espera de la apelación mientras que esa posibilidad se negó a Fraser: el hecho de provenir de una buena familia, ser educado en Eton y haber servido como oficial en el ejército colonial empeoraba la naturaleza de su delito. Se chupó más de cuatro meses de trabajos forzados.

En 1962, había abierto en Londres la Robert Fraser Gallery, que logró un notable impacto. Potenció el pop art británico y sus equivalentes estadounidenses o franceses. Y se fundió con la oleada de grupos que triunfaron tras los Beatles. Conectó especialmente con los Rolling Stones, sus novias y la pandilla de sus peligrosos camaradas del otro lado del Atlántico: Kenneth Anger, William Burroughs, Terry Southern, Dennis Hopper, Larry Rivers. Compartieron camellos, viajes a Tánger, mil aventuras. No logró, sin embargo, hacer negocios con Mick Jagger. Le ofreció obra de Dubuffet, Balthus o Magritte a precios más que razonables pero el desconfiado cantante rechazó las ofertas, algo que siempre ha lamentado.

Aprovechó la oportunidad Paul McCartney, que adquirió uno de los cuadros-con-manzana de Magritte, que inspiraría el nombre y el logo de su futura discográfica, Apple Records. Fraser también se empeñó en que los Beatles desecharan la portada psicodélica prevista para Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band, cambiada por un retablo de personalidades del siglo XX, una pesadilla logística resuelta por los pintores Peter Blake y Jann Howarth a lo largo de dos semanas. Fraser también resolvió el problema estético del lanzamiento de 1968, el doble The Beatles, al ponerles en contacto con otra figura del pop art, el citado Richard Hamilton, que prescindió del barroquismo con una funda blanca.

Con todo, Robert Fraser resultó un gestor pésimo en lo económico. Su especialidad era enviar cheques sin fondo o —”ay, se me olvidó”— sin firmar. Su madre le sacaba de los peores apuros pero fue perdiendo la confianza de artistas y coleccionistas. Tenía mucho de diletante; en 1969 se aburrió y cerró la galería. Sintió la llamada del Oriente y pasó buena parte de los años setenta entre la India y Tíbet. No había perdido la capacidad de entusiasmar: conocedor del interés de Mick Jagger por el tantrismo, consiguió que el rollingstone le financiara la producción de un documental. La película, Tantra: Indian Rites Of Ecstasy, se hizo de aquella manera y apenas tuvo una circulación underground.

Cuando se le pasó la fiebre india, Fraser vivió la época más desenfrenada del Nueva York de Keith Haring y Jean-Michel Basquiat. Entusiasmado por aquel arte callejero, regresó a Londres en 1983 y reabrió la galería en una nueva localización. Pero no le sirvió de nada estar en la cresta de una nueva ola. Seguía siendo un desastre para el dinero; a sus vicios conocidos añadió el alcohol y el sexo anónimo. Se desvanecieron las habilidades sociales que le permitían juntar a aristócratas y millonarios con figuras de la bohemia y los bajos fondos. Cuando se supo que sufría de aquella misteriosa enfermedad que causaba estragos en el mundillo gay, prácticamente se quedó solo.

Aguantó el sida con estoicismo. Paul McCartney y su esposa Linda le abrazaron con cariño. Los Rolling Stones le enviaron una carta dándole ánimos pero su querido Keith no se atrevió a subir a saludar cierta noche que pasaba junto a su casa londinense. Ese es, desde luego, el secreto de la longevidad de los Stones: su impasibilidad, su dureza, su rechazo a mirar el rastro de cadáveres y damnificados que dejan atrás. Robert Fraser murió unos meses después, con 49 años. Vanidoso, le encantaría saber que finalmente está en la colección de varios museos.

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