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Feria de San Isidro
Crónica
Texto informativo con interpretación

Roca Rey, ansiedad por ser figura

El torero peruano trunca con la espada una seria faena al sexto toro de una desigual corrida de Victoriano del Río

Roca Rey, en el inicio de la faena de muleta al sexto toro de la tarde.
Roca Rey, en el inicio de la faena de muleta al sexto toro de la tarde.Alfredo Arévalo
Antonio Lorca

Puede gustar más o menos el joven torero peruano, pero no se le puede negar sus ansias de encaramarse a la condición de figura. Y ha hecho el paseíllo en Madrid con la firme convicción de darlo todo, de exponer al máximo, de dar ese paso definitivo que diferencia a los buenos toreros de los que pretenden marcar una época.

Son conocidos los defectos de Roca Rey, pero también se deben tener presentes sus cualidades, que son muchas, responsables de que ocupe un primerísimo puesto en la tauromaquia actual.

Dotado de un valor ilimitado, llegó dispuesto a romper los esquemas de la lógica, olvidarse del viento molesto, pasar por encima de la condición de sus oponentes y con la única mirada puesta en la puerta grande… valores que condicionan e impulsan una carrera hacia el éxito.

Si mata bien al sexto toro, es indudable que hoy se estaría hablando de una puerta grande, discutible quizá, pero fundamentada en cimientos sólidos.

Roca Rey apareció en Las Ventas para salir a hombros, y se encontró con el viento, un primer toro incierto, muy desigual y de corto recorrido y, encima, un bajonazo infame.

Recibió al sexto con unas airosas verónicas bien rematadas con una media; el animal cumplió sin alharacas en el caballo y no facilitó la labor de los banderilleros. Pero a Roca Rey le importó poco lo sucedido. Tomó la montera y se fue a los medios a brindar la faena después de una tarde de bochornoso aburrimiento por el desigual juego de los toros de Victoriano del Río.

Se plantó de rodillas en la segunda raya del tercio, y allí esperó al toro con un pase cambiado por la espalda, tres derechazos y un pase de pecho ya recuperada la verticalidad. La plaza crujió de emoción, en parte por entrega del torero, y en parte porque era el primer pasaje verdaderamente emocionante del festejo.

Roca Rey supo que ese era el camino para el triunfo. Bajó la mano derecha, se olvidó de la ventolera, se plantó en el terreno adecuado y aprovechó la pastueña embestida de su oponente para muletear despacio en dos tandas que supieron a la mejor versión del torero peruano. Muy despacio, entregado, hondo… como casi nunca se ha visto a este torero. Siguió por el buen camino una tanda de naturales adobada por un pase cambiado y otro largo de pecho. La plaza, a estas alturas, era un verdadero clamor. No había toreo de altísimos vuelos que lo justificara, pero sí la disposición, el pundonor, el arrebato y el temple de un hombre decidido a llegar a lo más alto.

Aún hubo dos tandas más, el toro más apagado, con los pitones en la taleguilla, y los tendidos rendidos a los pies de quien estaban izando a hombros en su certera ilusión. Pero falló con la espada, sonaron dos avisos y todo se emborronó. Quedó, claro que sí, una encomiable actitud de figura.

Era la tarde de la confirmación de Fernando Adrián, un torero desconocido hasta que triunfó en la Copa Chenel del año pasado y se ganó una confirmación de lujo en esta feria. Tiene valor y un buen concepto taurino; lo que le han faltado han sido corridas en sus nueve años ya como matador de toros y, además, un compromiso de altísima responsabilidad: Madrid, plaza llena y cartel de lujo.

A Adrián le había tocado el gordo, pero había que saber gestionarlo. Se encontró con el mejor toro, el primero, poco picado, que galopó en el segundo tercio y embistió después con codicia, fijeza y recorrido. Adrián inició su labor de rodillas en los medios y parecía dispuesto a poner toda la carne en el asador. Y la puso en las dos primeras tandas con la mano derecha, la muleta baja y sentido del temple, y surgieron muletazos con enjundia. Cambió el panorama a renglón seguido, dio dos pases cambiados que desdibujaron la escena y ya nada fue igual. El toro se quedó más cortó y él no supo elevar el vuelo de la faena. En fin, que no hubo tensión para el triunfo.

El quinto no le permitió florituras, como no se lo permitió su lote a Manzanares, muy molesto por el viento en el segundo de la tarde, que duró muy poco y acabó muy deslucido —solo pudo lucirse Antonio Chacón en dos buenos pares de banderillas—, al igual que el cuarto, soso y desfondado.

Al final, quedó el buen ambiente que supo crear Roca Rey, del gusto de unos y no de otros, pero con una evidente ansiedad por permanecer en la cima.

Del Río / Manzanares, Adrián, Roca

Toros de Victoriano del Río, bien presentados, serios y astifinos; encastado y con clase el primero; noble el segundo; noble y bobalicón el sexto, y muy desiguales, de corto recorrido y deslucidos los demás.

José María Manzanares: dos pinchazos y estocada (silencio); estocada (silencio).

Fernando Adrián, que confirmó la alternativa: estocada baja -aviso- (ovación); gran estocada (silencio).

Roca Rey: bajonazo (silencio) -aviso- pinchazo hondo, un descabello -2º aviso- dos descabellos y el toro se echa (ovación).

Plaza de Las Ventas. 19 de mayo. Duodécima corrida de la Feria de San Isidro. Lleno de ‘no hay billetes’ (22.964 espectadores, según la empresa).

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Sobre la firma

Antonio Lorca
Es colaborador taurino de EL PAÍS desde 1992. Nació en Sevilla y estudió Ciencias de la Información en Madrid. Ha trabajado en 'El Correo de Andalucía' y en la Confederación de Empresarios de Andalucía (CEA). Ha publicado dos libros sobre los diestros Pepe Luis Vargas y Pepe Luis Vázquez.

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