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CONVERSACIONES A LA CONTRA

Oscar Martínez: “Si no trasciendes el ego, como actor, te conviertes en un pelele”

El actor hispano argentino protagoniza con Penélope Cruz y Antonio Banderas la película ‘Competencia oficial’, una comedia negra sobre egos enfrentados y actores perversos

El actor Óscar Martínez en Madrid el 10 de febrero de 2022.
El actor Óscar Martínez en Madrid el 10 de febrero de 2022.Aitor Sol
Jesús Ruiz Mantilla

Lo hemos visto en Relatos Salvajes, El ciudadanos ilustre y ahora, con Penélope Cruz y Antonio Banderas en Competencia oficial, otra muestra de ese humor con nitroglicerina que exhiben sus directores, Gaston Duprat y Mariano Cohn. Oscar Martínez (Buenos Aires, 72 años), actor, escritor, miembro de la Academia Argentina de la Lengua, vive ahora en España y disfruta de un anonimato que no tiene en Buenos Aires. Lo disfruta y le saca partido: para observar sin que lo note nadie, como un actor que se sabe espía para alimentar el trabajo incluso con 50 años de carrera.

Pregunta. Últimamente el humor argentino arrasa en el cine con películas tremendas. ¿La argentinidad es eso? ¿Qué se te congele la carcajada con cara de terror?

Respuesta. La argentinidad es muchas cosas. Una mezcla de culturas que ha dado frutos muy diversos. Hay algo cáustico en el humor, pero también sentimental.

P. ¿Destructivo y constructivo a la vez? ¿Querer reírse hasta morir?

R. Bueno, llegado el caso…

P. Un poco como Gila, que no por casualidad se exilió en Argentina. Maestros del doble sentido.

R. Bueno, yo fui amigo de Gila. En casa lo veíamos como quien va a misa. Era extraordinario. Cuando tenía 21 años debuté en televisión con un papel en un programa que se llamaba Cosa juzgada, al día siguiente me suena el teléfono y era él: “Yo quiero ser amigo tuyo”. Y así fue, aprendí de todo a su lado. Tuvo una vida fascinante. Para mí fue una enciclopedia.

P. De ahí le brotaba el humor, de la vida.

R. Sin duda. Lo llevaron Cuba para actuar en lugares muy extraños, a la vera de montañas con bichos enormes, más de una vez. Y llegó a jugar con Fidel y el Che al ajedrez, que lo querían conocer.

P. Si nos referimos al título de su nueva película, tanta competencia oficial o extraoficial, ¿existe entre los actores? ¿Gracias al ego o por culpa del mismo?

R. Sí la hay, quizás no de la forma que se expone en la película, es decir, brutal, pero sí existe. Al mismo tiempo, al ser un trabajo colectivo el nuestro, también requiere de la mutua solidaridad. Dependes del otro.

P. ¿La competencia destruye y la solidaridad salva?

R. Si un actor es sobrepasado por ello, sí, destruye. La camaradería es siempre bienvenida, en cambio.

P. ¿Ha visto muchos casos de destrucción por ese motivo?

R. Sí lo he visto, sí. Gente que ha talado su carrera por envidia o una competencia mal llevada. Y otros que se empequeñecen incluso habiendo creído que han alcanzado un techo. Precisamente cuando ese techo es muy pequeño. El éxito puede ser un impostor, como el fracaso. El intérprete necesita el éxito sí o sí, aquí y ahora, no es como un escritor o un pintor, que puede apelar a la posteridad.

P. Para durar en su profesión, ¿hay que saber controlar a Narciso?

R. El ego lo tienen todos los artistas, pero si no lo trasciendes te conviertes en un pelele, un fantoche. Debe estar al servicio de la transmisión de ideas, emociones y obras profundas.

P. ¿Qué es un actor?

R. Alguien que debe representar una realidad imaginaria a partir de una identidad, que no es la propia y creando la ilusión de que eso que contemplas ocurre por primera y única vez.

P. Así, en general…

R. Lo que pasa que eso se logra a partir de varios tipos de actores.

P. ¿Me hace la clasificación?

R. Los hay con un magnetismo que produce que el espectador quiera verlos a ellos. Siempre andan por delante de su personaje. Luego, otros que te sorprenden, camaleónicos, al servicio de su personaje. Después están los que aúnan las dos cosas. Y ahí tienes todo. Por ejemplo, Penélope Cruz. Es así.

P. Ahora que vive en España, habrá puesto a prueba su ego. Lo reconocen menos por la calle que en Buenos Aires. Eso, ¿se disfruta o se sufre?

R. Por ahora, lo disfruto. En mi caso, quien se me acerca lo hace con mucho respeto, afecto y cuidado. He visto casos desagradables de invasión. Eso, grato no es. Cuando te agradecen a veces lo que haces, hasta me da pudor. ¿Por qué si hago lo que me gusta y encima me pagan?

P. ¿Qué se disfruta con cierto anonimato?

R. Tiene lo suyo. Observo y escucho con más libertad. Eso, para mi profesión, es buenísimo. El actor lleva incorporada, sin querer, la capacidad de observación. Lo necesita.

P. ¿Como un espía?

R. Te alimentas de observar, de la naturaleza humana. Aprendes de todo y de todos. Empezando por mi abuela, analfabeta y la persona más sabia que he conocido en mi vida. Cuando dije que quería ser actor, en una familia corriente, que venía de un entorno pobre, era una excentricidad.

P. ¿No le dejaban?

R. Mis padres no me hicieron la guerra, pero tampoco lo alentaban. Mi abuela, al enterarse, me dijo que lo que había decidido era muy importante. Me sentó y me dijo que me llegaría a codear con reyes y presidentes, cosa que, aunque entonces me parecía fuera de la realidad, ocurrió, pero me advirtió: aunque eso pase, nunca pierdas la capacidad de saber comer en una casa con el piso de tierra. Todavía me emociono con eso. Estimuló a un chico que nadie en el entorno entendía. Y la entendí. No te envanezcas, no te conviertas en un idiota.

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Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.

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