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Feria de San Miguel
Crónica
Texto informativo con interpretación

Morante, un torbellino de genialidad

El torero sevillano cortó las dos orejas a un inválido y noble toro de una corrida ruinosa de Juan Pedro Domecq

Morante de la Puebla, en la vuelta al ruedo tras cortar dos orejas al cuarto de la tarde.
Morante de la Puebla, en la vuelta al ruedo tras cortar dos orejas al cuarto de la tarde.Pagés
Antonio Lorca

La lidia del cuarto toro fue, de principio a fin, una auténtica locura. Un torero genial en estado de gracia y la plaza convertida en un manicomio, con un público extasiado y arrebatado. ¿Y el toro? El toro era un inválido total con cara de no haber roto nunca un plato. Pero, qué importancia puede tener un toro cuando Sevilla ha hecho realidad un sueño y se ha fundido con uno de sus hijos predilectos.

Domecq / Morante, Ortega, Roca

Toros de Juan Pedro Domecq -el primero, devuelto-, correctos de presentación, inválidos, mansos, descastados y nobles.

Morante de la Puebla: dos pinchazos, media caída y un descabello (silencio); estocada baja (dos orejas).

Juan Ortega: pinchazo y estocada caída (ovación); estocada (ovación).

Roca Rey: estocada (palmas); pinchazo y estocada (silencio).

Plaza de La Maestranza. 1 de octubre. Duodécima corrida de feria. Lleno de ‘no hay billetes’ sobre un aforo del 60%.

Morante, un torbellino de genialidad, un torero empeñado en mantener el cetro de toreo de arte, y para ello se transfiguró como nunca para bajar la locura al albero con la inspiración, la improvisación, la orfebrería y la armonía de una tauromaquia diferente.

Recibió a ese toro de rodillas en el tercio con tres largas de tijeras que sorprendieron al mundo; siguió después a la verónica clásica y algunas lucieron verdaderamente espléndidas. Sonó la música y los tendidos se rindieron ya al arte del sevillano.

Llevó el toro al caballo con un galleo espectacular, andando hacia atrás con el capote por delante y los brazos cruzados y, después, capoteó de nuevo con dos verónicas y media. Le respondió Ortega del mismo tenor.

Para entonces, el animal ya había cantado la gallina por varios palos, se había desplomado dos veces en su paso por el caballo y el presidente había cogido el pañuelo para devolverlo a los corrales.

Pero era tal la algarabía y el protagonismo de Morante que el palco prefirió no enrarecer el ambiente.

Tomó el torero la muleta y comenzó por ayudados por alto con una rodilla en tierra; no había transcurrido un minuto cuando el toro volvió a morder el polvo dos veces más. No importó a nadie. Morante había entrado ya en éxtasis y los tendidos con él. Mima a su oponente y le roba muletazos vistosos a base de una entrega desconocida. Se suceden las pinceladas, muy afanoso el torero y apasionado cada vez más el ambiente; se envalentona Morante ante la claudicación evidente del animal; suena la banda de música y el maestro la hace callar con gestos estentóreos, molesto, quizá, porque no había tocado antes.

En pleno arrebato general, el toro le pisa la muleta y lo desarma, intenta Morante arrebatarla de las pezuñas y se gana una voltereta morrocotuda, de modo que el costalazo en el albero fue de padre y muy señor mío. Lo reanimaron con el agua bendita del botijo y volvió a la cara del toro con el rostro demudado y el firme propósito de acabar cuanto antes. Una estocada defectuosa fue suficiente para que los tendidos se poblaran de blanco y las dos orejas las paseara el sevillano en una vuelta al ruedo tan lenta como apoteósica.

Y ahí el festejo echó el telón. Morante había acabado con el cuadro con un festín de improvisación propio de un torero distinto.

Morante se había apoderado del corazón de todos los presentes y nada de lo que hicieron después Juan Ortega y Roca Rey tuvo importancia a los ojos de los tendidos. Bien es cierto, no obstante, que los últimos toros, como los demás, fueron ejemplos vivos de ruina, y la voluntad manifiesta de los toreros no pudo evitar el desastre.

Quede constancia, no obstante, que Ortega, que también goza ya de un rincón en el alma de esta afición, dejó destellos de torero de altura en su primero. Es una bocanada de aire fresco, en la que prima la exquisitez y la estética sublime. Así lo demostró con una faena pinturera, preñada de temple, naturalidad y buen gusto. No había toro, y todo quedó reducido a una ovación.

¿Qué pintaba Roca Rey en este cartel de artistas? Se le vio como convidado de piedra, y bien que intentó de mil maneras alcanzar su parcela de protagonismo. Voluntarioso, valiente y variado en todo momento, pasó ciertamente desapercibido.

Morante, que nada pudo hacer ante su descastado primero, salió cojeando de la plaza y seguro que este sábado, día de su 42 cumpleaños, se levantará dolorido; pero muy feliz, como Sevilla misma, aunque triunfara con un inválido. Y este domingo, Morante, con los miuras

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Sobre la firma

Antonio Lorca
Es colaborador taurino de EL PAÍS desde 1992. Nació en Sevilla y estudió Ciencias de la Información en Madrid. Ha trabajado en 'El Correo de Andalucía' y en la Confederación de Empresarios de Andalucía (CEA). Ha publicado dos libros sobre los diestros Pepe Luis Vargas y Pepe Luis Vázquez.

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