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In memoriam
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Antonio Martínez Sarrión, réquiem por ‘el Moderno’

El poeta fallecido este martes fue uno de los representante de los novísimos

Antonio Martínez Sarrión, en su casa de Madrid en 2008.
Antonio Martínez Sarrión, en su casa de Madrid en 2008.Claudio Álvarez

Antonio Martínez Sarrión refiere en sus memorias cómo hubo de pasar una especie de examen antes de ser acogido en el olimpo de los poetas que contaban. Atraído por el talento y el talante de sus mayores capitalinos, hubo de acercarse al trono, o a la cátedra, de Jaime Gil de Biedma para recabar su aquiescencia. Biedma, a la sazón el poeta que tenía mayor ascendiente tanto entre sus coetáneos del medio siglo como entre los advenedizos del 68, leyó los poemas de “el Moderno”, que así era como conocían a Sarrión sus mayores en edad y en gobierno: Carlos Barral, Luis Carandell, Juan García Hortelano, Juan Benet. No sé si carraspeando o no, el examinador debió de aprobar sin reparos los poemas que le había acercado el joven, porque concluyó con un elogio en modo de pregunta: “¿Cómo coño puedes ser tan decadente, habiendo nacido en Albacete?”.

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La cáscara de la anécdota encierra la pulpa de la categoría, porque el entonces joven poeta estaba a horcajadas entre las otras dos Españas que se confrontaban estéticamente: la negra, casticista y mesetaria, casi un cuajarón expresionista de Gutiérrez Solana, y la cosmopolita, metropolitana y culturalista, que se ponía al abrigo de modelos foráneos y abominaba de la caspa realista. Antonio Martínez Sarrión, que titularía el primer tomo de sus memorias, sin duda el más valioso de los tres que las constituyen, Infancia y corrupciones, homenajeaba en el título precisamente a Gil de Biedma, autor del poema ‘Infancia y confesiones’, casi un himno de época; y mucho más tarde, ya en el siglo XXI, habría aún de escribir, otra vez torciendo el cuello a aquel título, ‘Juventud y confusiones’, por si la devoción biedmiana no hubiera quedado explícita.

Pero, aunque atraído por él, no fue absorbido por él (o por ellos). Martínez Sarrión anduvo su propio camino. Su anclaje provinciano le permitió incrustar una cuña muy personal entre las cornucopias venecianas, con la que pasó a ser incluido en la antología de José María Castellet Nueve novísimos poetas españoles (1970). Emparedado entre “los del sándalo” y “los de la berza”, el casticismo semiagrario de Martínez Sarrión pactó con los signos de los nuevos tiempos, que habían colonizado las expresiones del arte joven. La densidad verbal quevedesca y las deformaciones esperpénticas de Valle no le impidieron aliarse con el surrealismo francés (Aragon, Breton, Char), el modernismo angloamericano (Eliot, Pound), los emergentes del boom hispanoamericano (Cortázar), los neovanguardistas del pop art, los autores de la generación beat (Ginsberg o Kerouac), las mitologías camp y el rock poético de Dylan.

Teatro de operaciones (1967), su primer libro de poemas, es una conjunción de estampas cuyo costumbrismo se expresa con una limpieza naíf que no conoce parangón. En él apunta un niño en el marco provinciano de bodas, escuela, larvadas escabrosidades sexuales, crueldad infantil, el milagro del cine, el aprendizaje del mundo. La impregnación vanguardista, de raíz postista o post-postista —hay en él mucho de Carriedo, de Ángel Crespo, de Carlos de la Rica—, presenta el choque entre la mendacidad y el miedo de la posguerra, por un lado, y los guiños de la felicidad, por otro, aunque tras el “The End” de la película de la dicha y de sus diosas hubiera que posarse en la realidad: “amor de mis quince años marilyn / ríos de la memoria tan amargos / luego la cena desabrida y fría / y los ojos ardiendo como faros”.

Tras ese libro vinieron sus títulos verdaderamente generacionales, aunque menos personales: Pautas para conjurados (1970), una obra programática que encierra los signos de la época con un lenguaje descoyuntado y una simultaneidad imaginística que bebe del collage pictórico; Ocho elegías con pie en versos antiguos (1972), donde la insurgencia juvenil comienza a notar las primeras resquebrajaduras, y Una tromba mortal para los balleneros (1975), cenit de su dicción irracionalista y frondosidad culturalista, que dan curso a una alucinación caleidoscópica vinculada a los efectos lisérgicos del LSD.

Tras Canción triste para una parva de heterodoxos (1976), título que remite a Sad song de Lou Reed, el poeta se repliega a sus cuarteles de invierno, de regreso de la furia iconoclasta. Horizonte desde la rada (1983) es un libro de celebración amorosa y existencial, en el que se arrían las primitivas banderas y se opta por un lenguaje discursivo, aunque Martínez Sarrión no desdeña nunca la cabriola postista, las arbitrariedades léxicas o los ripios generadores de sentidos. En esa línea, algo más apagado el fervor, está De acedía (1986) y, sobre todo, Ejercicio sobre Rilke (1988), donde un texto de Cuadernos de Malte Laurids Brigge, de Rilke, le permite un despliegue temático en el que queda expuesto lo esencial de su universo de la madurez. Cantil (1995), por su parte, es un libro-enigma, donde un cuadro de Böcklin —La isla de los muertos— le da pie para componer una fábula de la cultura consumista donde puede más la belleza del engranaje que el peso de la lección, arrollada por la soberbia máquina retórica.

Sus libros de senectud son una consideración recapitulativa sobre una existencia que ha dejado un rastro riguroso, sincero y de excelencia expositiva en su escritura. Así Cordura (1999), donde el dolor, la condición mortal y la amenaza de la muerte no recurren al grito espeluznado, sino a la serenidad elocutiva. Su último libro poético es Poeta en diwan (2004): una conciliación de sus mundos, sus lenguajes y las disensiones, ya resueltas, a que en el pasado hubo de sobreponerse.

Con Antonio Martínez Sarrión se nos va un poeta excelente y singularísimo en su primer libro, un autor representativo de un tiempo histórico en sus libros del entorno del 68, y el escritor en cuya desembocadura —sus obras últimas— se aposentó una dicción serena y un estoicismo mesurado, con algunas salpicaduras epicúreas. De lo demás, baste decir que —aforismos, esquirlas y recortes de pensamiento aparte— es uno de los grandes memorialistas de la literatura contemporánea. Haya paz.

Ángel L. Prieto de Paula es crítico literario y autor de la antología de Antonio Martínez Sarrión ‘Última fe’ (Cátedra).

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