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Columna
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Zagreb

Paseé por sus calles y noté una presencia inquietante que venía del fondo de la historia. Eran los restos inmateriales del imperio austro-húngaro, que aún se agarraban a las fachadas

Manuel Vilas
La Premio Nobel de Literatura Svetlana Alexievich atiende a los medios en la puerta de su casa el 9 de septiembre de 2020.
La Premio Nobel de Literatura Svetlana Alexievich atiende a los medios en la puerta de su casa el 9 de septiembre de 2020.TUT.BY (Reuters)

Me gustó el aeropuerto de Zagreb, me recordaba a la T4 española, parecía una nave espacial llena de tubos blancos que sugerían una modernidad sofisticada y un futuro mejor. Paseé por las calles de Zagreb y noté una presencia inquietante que venía del fondo de la historia. Eran los restos inmateriales del imperio austro-húngaro: un ejército de sombras que aún se agarraban a las fachadas de los edificios. Nunca he sabido qué fue el famoso imperio austro-húngaro, con esas tres palabras tan sonoras que levantaban una nube de oro. También están presentes los restos de la antigua Yugoslavia, junto al fantasma de la guerra y los destrozos del reciente terremoto, que movió la ciudad y deterioró algunos edificios históricos, como la iglesia de San Marcos, a la que ahora no se puede entrar. En Zagreb el café es buenísimo, se acerca mucho al café italiano, porque Italia también está cerca de Croacia. En Zagreb se celebra todos los años un festival de literatura mundial que invade las calles, las librerías, y los teatros. La gente vive la literatura y los libros van de alma en alma. También hay muchas estatuas por las calles, ignoro quiénes son los personajes, y sus nombres me resultan impronunciables, y eso me produce melancolía. La Europa oriental se escapa de mis manos y, sin embargo, aquí una novela mía como Ordesa despierta entre los lectores las mismas emociones que en España. En Croacia se lee a escritores en español como Fernando Aramburu, Javier Cercas o Samanta Schweblin, por citar autores con traducciones recientes. Me dicen que la poesía croata está en ebullición, que hay un montón de poetas jóvenes, sobre todo mujeres como Monika Herceg o Evelina Rudan, cuyos libros están a la vista en cualquier librería de Zagreb. En la parte alta de la ciudad me meto en el Museo de las Relaciones Rotas. Es el museo más humilde que he visto en mi vida. Me enamora todo lo que veo: desde una bicicleta a una cafetera, desde unos guantes de fregar hasta una caja de cereales, desde una colección de bolígrafos antiguos hasta un vestido de novia, desde un álbum de cromos de cantantes antiguos croatas hasta una botella encontrada en una playa, y todos los objetos son símbolos de una ruptura amorosa, que se explica con unos breves textos de las personas que donaron los objetos. Son mensajes muy sencillos. Con este vestido de novia me iba a casar, pero no lo hice porque un día antes descubrí a mi novio haciendo el amor con mi mejor amiga. Con esta cafetera bebía café con mi amor todas las mañanas, hasta que un día se fue y me quedé a solas con la cafetera. Todos esos objetos que veo están llenos de belleza. Son también obras de arte. Detrás de cada uno de ellos hay una historia de amor en llamas. El amor triunfa en Zagreb o, al menos, el recuerdo del amor. Me marcho de Zagreb el día que viene la premio nobel Svletana Aleksiévich, me cruzo con ella por los pasillos del hotel, y veo bailar a su lado el fantasma de Dostoievski.

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