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La novela española emprende el regreso a casa

Los libros de Jesús Carrasco, Irene Solà, Menchu Gutiérrez o Borja Ortiz de Gondra, aparecidos este año, reivindican el retorno al hogar como el motor de sus tramas

Andrea Aguilar
Arriba, Irene Solà (foto: Consuelo Bautista) y Jesús Carrasco (foto: Paco Puentes). Abajo, Borja Ortiz de Gondra (foto: Quim Llenas/Getty Images) y Menchu Gutiérrez (foto: Uly Martín)
Arriba, Irene Solà (foto: Consuelo Bautista) y Jesús Carrasco (foto: Paco Puentes). Abajo, Borja Ortiz de Gondra (foto: Quim Llenas/Getty Images) y Menchu Gutiérrez (foto: Uly Martín)

Juan, el protagonista de Llévame a casa (Seix Barral), viene de Edimburgo y, según escribe Jesús Carrasco en las primeras páginas del libro, “hunde la manija de hierro de la puerta y empuja. De la casa sale una fragancia particular que solo se percibe cuando se ha estado tiempo fuera y lo exterior ha renovado lo interior”. Parece que algo así, un cambio de equilibrio entre lo de dentro y lo de fuera, ha ocurrido en un puñado de novelas publicadas en 2021 en España. Escritas antes de que el país quedara confinado, su foco, sin embargo, se desplaza hacia un regreso a casa más real que metafórico. Han llegado a las librerías en los últimos meses, precisamente en un momento en que los viajes se han visto drásticamente cortados y el hogar familiar ha cobrado un protagonismo destacado. Así que la ficción en estas novelas deja de explorar hacia fuera y vuelve a casa, retomando un tema clásico en la literatura que hoy cobra un nuevo matiz.

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Borja —que comparte nombre con su autor Borja Ortiz de Gondra—, en el arranque de Nunca serás un verdadero Gondra (Literatura Random House), recibe en su apartamento de Nueva York esa llamada de madrugada que propicia su vuelta al País Vasco, después de mucho tiempo fuera. En Los diques, la primera novela de Irene Solà —publicada originalmente en catalán en 2018 por L’Altra y traducida al castellano por Anagrama—, “Ada cuenta que ahora que ha vuelto de Inglaterra, y mientras busca trabajo, quiere escribir. Una novela”. Y la anónima protagonista del libro de Menchu Gutiérrez La mitad de la casa (Siruela) regresa al hogar de veraneo familiar y reflexiona sobre el tiempo estanco.

Ortiz de Gondra (Bilbao, 56 años) se encerró en 2019, un año antes del estado de alarma, en la casona familiar de Algorta —el mismo pueblo donde, explica, también está su tumba— para escribir su novela, dando una nueva forma a los temas que había abordado en sus celebradas obras teatrales. “El protagonista se marcha porque piensa que no hay sitio para él en el País Vasco de los años ochenta”, explica por teléfono. Pasan tres décadas hasta que siente que tiene que volver. “Quiere reconstruir un pasado que no es posible rehacer. Ha terminado el terrorismo y él se pregunta si se puede recuperar un País Vasco en paz o si eso sigue siendo una fantasía, porque perdura el rescoldo de la violencia”. El dramaturgo y novelista aprecia una mirada limpia en las nuevas generaciones sobre la tradición: “Queríamos ser berlineses o parisinos, y por habernos creído cosmopolitas esa España tradicional se juzgaba con escarnio. Tiramos el bebé con el agua de la bañera, como dicen”, observa. “Ahora hay hambre y ganas de volver a contarnos qué ocurrió en aquellos lugares de los que quisimos pasar página”.

Un síntoma de madurez

¿La vuelta a casa es un síntoma de madurez individual y quizá también colectiva en una España democrática que ya rebasa los 40 y que, superada la ansiedad por salir, vuelve la mirada hacia dentro? El caso de Irene Solà (Malla, 30 años) podría contradecir esa teoría. La artista y novelista catalana, que ha conquistado las listas de ventas, abordó este tema en su primera novela, Los diques. La escribió mientras cursaba un máster de teoría literaria en Brighton. En aquel libro (que le valió el premio Documenta en 2017) le apeteció volver “a los paisajes e historias de juventud”. Venía de una licenciatura en Bellas Artes y su acercamiento al mundo teórico acabó por confirmar que lo que le gustaba era plasmar las ideas académicas en su obra. “Llevaba todo lo que estaba aprendiendo de la teoría al plano de la creación”, explica. “Ada, la protagonista, vuelve a su pueblo, pero yo entonces acababa de empezar mi aventura fuera. Me interesaba en ese momento escribir sobre el regreso y preguntarme de dónde salen las historias y qué separa la realidad de la ficción”. Ahora “indaga” en otros territorios “que no están tan cerca”, asegura.

Solà cuenta que creció creyendo que debía marcharse porque las historias estaban lejos, en las grandes ciudades. Pasó por Brighton, Londres, Reikiavik y la vuelta, matiza, siempre está marcada por la marcha: “Haberte ido y conocer cosas distintas abre la posibilidad de una mirada de alguien que ve el sitio que conoce con ojos nuevos”. Algo parecido explica Jesús Carrasco (Olivenza, 49 años) sobre la génesis de Llévame a casa. Residió varios años en Escocia y terminó dos novelas que acabaron en el cajón, pero de una de ellas rescató el principio de un regreso a la casa familiar tras la muerte del padre del protagonista y siguió. “Me urgía sacar un libro que me gustara. Terminé por darle la vuelta a los bolsillos y sacar lo que llevaba”, relata al teléfono. “Acabé escribiendo sobre ese echar de menos cuando estás fuera, y echar de más cuando vuelves; esa estructura de familia española protectora y opresora a la vez”.

Sin querer constatar firmes conclusiones sociológicas, Carrasco sí menciona sin embargo el documental de Icíar Bollaín En tierra extraña (2014) para hablar de “la decepción de jóvenes universitarios españoles con buenos expedientes y carreras que en Escocia acaban haciendo camas en hoteles”. Ahora la pandemia ha pillado a muchos fuera, “con los pies colgando”, y quizá eso ha hecho que el regreso cobre aún más relevancia. “Hay mucho en el lugar del que procedes y puede que te fijes más al cumplir años y formar una familia y buscar una vida más cercana”, reflexiona.

Dice Carrasco que no ha perdido la “necesidad de salir”, pero se refiere al momento “fértil” que conlleva su regreso, y cuenta que trabaja en un ensayo narrativo sobre algo relacionado con este mismo asunto. La poeta, traductora y novelista Menchu Gutiérrez (Madrid, 63 años) tomó ese camino en la dirección contraria y el punto de partida para su novela La mitad de la casa fue su ensayo Siete pasos más tarde. En el centro se encontraba ese “útero de piedra”, como la autora describe el hogar, “un objeto narrativo de primer orden”. El recuerdo de una habitación acristalada en la “casa madre” donde creció, algo parecido a un invernadero que solo estaba abierto durante los meses de verano, fue la espita. “No es un libro autobiográfico”, aclara, “pero sí hay mucho en él de mi experiencia con esa casa”. Al fin, asegura Gutiérrez, escribir sobre ese lugar original “es algo que han hecho todos los escritores en cualquier tiempo”.

Más que con el descubrimiento, las corrientes tienen que ver con la insistencia en determinados temas en un momento concreto. Entre los muchos manuscritos y libros que ha leído en estos meses Elena Ramírez, directora editorial del sello Seix Barral y de ficción internacional en el grupo Planeta, “la casa como escenario está apareciendo más en las novelas”, explica. La editora de Jesús Carrasco no descarta que haya en todo esto un elemento generacional: “Ese espacio doméstico deja de darse por sentado y pasa a formar parte del paisaje narrativo”. Tras estos meses de pandemia, apunta, la casa ha sido objeto de mucha fantasía, casas grandes con patios y de pueblo. Y al fin y al cabo, los libros están hechos de muchos sueños y los atrapan, pero los que están por llegar describen una ineludible pesadilla. “Hay algo en el aire que hemos mamado todos, la ecología surge como gran tema. Los desastres naturales con final feliz o no, el cambio climático o el colapso del capitalismo forman parte de un feeling común que permeará como manifiesto, crítica social o distopía”. Parece un buen momento para emprender el camino a casa y ponerse a buen resguardo.

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Sobre la firma

Andrea Aguilar
Es periodista cultural. Licenciada en Historia y Políticas por la Universidad de Kent, fue becada por el Graduate School of Journalism de la Universidad de Columbia en Nueva York. Su trabajo, con un foco especial en el mundo literario, también ha aparecido en revistas como The Paris Review o The Reading Room Journal.

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