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China, ante el espejo de la ciencia ficción

El Gobierno de Xi Jinping se apropia del extraordinario auge de la literatura y el cine fantásticos autóctonos como un arma de influencia cultural global

Una Imagen de la película 'La Tierra errante', dirigida por Frant Gwo. En vídeo, tráiler de la película.

El escritor chino Baoshu ganó en 2015 el premio al mejor cuento de ciencia ficción por Bajo una luz más halagüeña lo que ha pasado verás. El texto –incluido en la antología Estrellas rotas (Alianza Editorial, 2020)– narra cómo una gran superpotencia mundial se hunde en el caos y pasa en unas pocas décadas de acoger los Juegos Olímpicos a verse sacudida por una oleada de manifestaciones, un movimiento revolucionario, una hambruna y varias invasiones extranjeras. El relato fantástico se limita, en realidad, a invertir el curso de la historia en China. Baoshu es uno de los protagonistas del extraordinario boom de la literatura de ciencia ficción en el gigante asiático, cuyo vertiginoso desarrollo bordea, a su vez, la ciencia ficción.

Ese progreso sin aparente fin, al que Bashou dio la vuelta, explica en parte el triunfo de esas historias en un país que aúna tradición milenaria con vanguardia tecnológica, como explica Fritz Demopoulos, fundador de Melon Sci-Fi, congreso anual celebrado en Hong Kong. “Durante los últimos 20 años, la innovación ha facilitado un enorme progreso en el país. [Isaac] Asimov, uno de los padres del género, ya dijo que la literatura es un espejo de la sociedad”. Esta mejora generalizada del nivel de vida contribuye a que población y gobernantes encaren el porvenir con ilusión, a medida que la industria nacional toma la delantera en sectores punteros como el 5G, la inteligencia artificial o la carrera espacial. Esto supone, a su vez, territorio fértil para la ciencia ficción, la cual se construye a partir de la proyección del presente. “Los estudios muestran que China es una sociedad optimista”, incide Demopoulos. “A diferencia de Occidente, hasta un 70% de los jóvenes creen que vivirán mejor que sus padres”.

Otro motor esencial ha sido el cine. “El género se hizo realmente popular cuando las películas comenzaron a adaptar las novelas”, opina Chu Li (nombre ficticio), productora en un estudio cinematográfico localizado en Pekín. La notoriedad cosechada más allá de sus fronteras, tanto en formato impreso como digital, ha supuesto un inesperado regalo para el Gobierno chino, quien durante años ha tratado de cultivar su poder blando –ese ascendente cultural e ideológico bautizado por el profesor de Harvard Joseph Nye– dilapidando recursos sin demasiados frutos. En esta ocasión el proceso ha germinado de manera espontánea, pero las autoridades ya han tomado buena nota para impulsarlo al servicio de sus intereses.

La Administración Nacional de Cine y la Asociación de Ciencia y Tecnología publicaron en agosto un informe conjunto que detallaba “10 medidas para fortalecer el apoyo y la orientación a la creación, producción, distribución y proyección de películas de ciencia ficción”. El primer punto en la lista consiste en “estudiar en profundidad e implementar el Pensamiento de Xi Jinping”, la filosofía política que lleva el nombre del líder chino y encabeza todo documento oficial tras ser incluida en la Constitución del país cuatro años atrás. Los restantes presentan otras líneas de acción para fomentar el género, como adaptaciones transmedia (que trasciendan los soportes tradicionales), exenciones fiscales, líneas de crédito, premios, museos y el blindaje de la industria doméstica de efectos especiales, “de importancia estratégica”.

El texto hace asimismo hincapié en la importancia de “difundir ideas científicas”. Esta dimensión didáctica, que ya motivó el interés del Partido durante el maoísmo, vuelve a ser central, según Mingwei Song, crítico especializado y profesor de literatura en Wellesley College. “El éxito internacional del género es visto como una oportunidad de oro para promocionar intereses nacionales a imágenes patrióticas. En la primera década del siglo las historias que se contaban tendían a la oscuridad y el pesimismo. Ahora se juega más con el apocalipsis y con cierta incertidumbre respecto al proceso histórico”.

La película La Tierra errante sirve como modelo de esta nueva hornada de superproducciones chinas. Basada en una novela corta de Liu Cixin, también ganadora de un Premio Hugo, es la tercera película de habla no inglesa más taquillera de la historia –las dos precedentes también son chinas– con una recaudación de 700 millones de dólares (577 millones de euros). En su escena final, las naciones del mundo se suman a la iniciativa china para salvar el planeta siguiendo el orden en que acudieron al auxilio del gigante asiático tras el terremoto de Sichuan. Liu Cixin es, seguramente, la figura más prominente de esta nueva hornada. Este escritor de 57 años, que trabajaba de ingeniero en una central eléctrica, hizo saltar la banca con El problema de los tres cuerpos (Nova, 2016) trilogía que en 2015 se alzó con el Premio Hugo a la mejor novela y desde entonces se ha convertido en un superventas global, traducida a 26 idiomas y con más de nueve millones de copias despachadas en todo el mundo.

Navegando la censura

En opinión de Song, uno de los factores que explican el extraordinario éxito de la saga es la calidad literaria de la traducción al inglés de Ken Liu, a su vez afamado escritor de ciencia ficción. Curiosamente, Liu Cixin instaba a sus lectores a que, si se manejaban en la lengua de Shakespeare, leyeran la traducción. ¿Por qué? Porque, en parte, no son el mismo libro.

El escritor Liu Cixin en una convención de ciencia ficción en Pekín, en noviembre de 2019.
El escritor Liu Cixin en una convención de ciencia ficción en Pekín, en noviembre de 2019.VCG (Getty)

La escena que el novelista diseñó como apertura, ambientada en la Revolución Cultural, fue pospuesta por el editor chino para facilitar la aprobación de los censores. Liu no tuvo más remedio que aceptar la injerencia. Este caso ilustra las limitaciones del género, para el que la crítica sociopolítica es un elemento central, en un país autoritario donde la expresión artística está restringida. Los escritores chinos de ciencia ficción más reconocidos cuentan con alguna obra reprobada. En el caso de Liu Cixin, sucedió con su primera novela, titulada China 2185, en la que Mao Zedong vuelve a la vida. Su publicación ha sido bloqueada –como si de una reinterpretación de El gran inquisidor se tratara– por las autoridades. A esto se añade, además, un modelo educativo que prima los conocimientos sobre la imaginación. “Aquellas áreas en las que impera la libertad de mercado la creatividad es enorme”, contrapone Demopoulos, ofreciendo como ejemplo el sector de los videojuegos.

Paradójicamente, tanta vigilancia también ha contribuido al crecimiento del género. “Muchos proyectos cinematográficos se están pasando a la ciencia ficción. Eso hace más sencillo llevarlos a cabo, ya que la censura presta menos atención a aquellas historias ambientadas en otras sociedades o en otro tiempo”, continúa Chu Li. Lo mismo sucede en los libros. Ma Boyong, por ejemplo optó por una Nueva York distópica como escenario para La ciudad del silencio, una fábula sobre el control gubernamental. En el caso de Baoshu y el relato que invertía el progreso de China, no hubo manera de disimular el mensaje. Y el cuento acabó censurado.

Cinco escritores para un ‘boom’

El problema de los tres cuerpos (Nova), de Cixin Liu. El libro que lo empezó todo. Puso de moda a la armada china en todo el mundo.

El zoo de papel y otros relatos (Runas), de Ken Liu. El último libro de cuentos de otro de los grandes nombres.

Vagabundos (Nova), de Hao Jingfang. La primera mujer china en ganar un Hugo.

Estrellas rotas (Runas). Antología con 14 autores a seguir.

Qiouyi Lu. Su aportación a la antología Lenguas maternas y otros relatos (Gigamesh) ha descubierto a una autora.

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