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El último éxito literario en Italia indaga en el ideal de la monogamia

En 'Fidelidad', que Netflix convertirá en serie, Marco Missiroli describe la felicidad conyugal

Missiroli, en Roma en junio de 2019. 
Missiroli, en Roma en junio de 2019. Mondadori / Getty Images

Decía Natalia Ginzburg que “no debemos buscar nunca en la escritura una consolación […] hay que escribir sin tener ningún objetivo”, y entre las grandes virtudes de Missiroli está la de no tener otro objetivo que el de escribir jugando a escribir, la de ver la literatura como un scherzo, como broma infinita nacida del deseo de disfrutar complaciéndose con la literatura, con sus convenciones tanto como con su historia, haciendo guiños, empleando trucos, evocando autores, ejercitándose en los ejercicios de estilo, mezclando géneros en la coctelera del texto. Profesor de escritura creativa en la Scuola Holden de Turín, fundada por Baricco, y articulista del Corriere della Sera, desde su volumen de cuentos Sette e mezzo (2007), con su guiño de complicidad con Fellini, el talante travieso del autor y de su escritura quieren estar siempre por encima de los temas que trata, sabedor de que no es desde luego el adulterio lo que hace grande Madame Bovary. Vino luego El destino del elefante (2012) y empezó a crecer la telaraña emocional con la que cubre el autor sus relatos, y la consagración llegó de la mano de Actos obscenos en lugar privado (2015), una novela sobre el tránsito a la edad adulta en la que ya está presente la materia autobiográfica y que prefigura no pocos aspectos de Fidelidad, siendo uno de los más visibles la habilidad con la que la engañosa ficción es capaz de parecerse a la más fiel realidad. La vida real hacinada en el teatrillo de guiñol de la literatura.

Son Carlo y Margherita dos jóvenes felices hasta que él es visto en equívocas circunstancias con una de sus estudiantes, pudiendo convertirse en un joven David Lurie de Desgracia de Coetzee, y teniendo que afrontar las consecuencias de un malentendido. Fidelidad siembra la duda en una pareja, pero la sombra de la sospecha que pudiera cernirse sobre el relato no lo oscurece porque no hay objetivo moral, ni siquiera argumental, sino un acervo de añagazas y de caprichos literarios que abonanzan la atmósfera de la novela, transformada en un divertimento. Las habladurías a que ha dado pie la situación, los rencores asomándose a la felicidad conyugal y la complejidad de las relaciones afectivas parecen diluirse en el tratamiento baladí, en ocasiones pretendidamente trivial, de la vida cotidiana de los personajes, a caballo entre Rímini y Milán como los de El destino del elefante y como el propio Marco Missiroli desleído de nuevo en sus ficciones, sobrellevando la ambigüedad emocional y la maraña íntima merced a un día a día urbano que aleja la tormenta y despeja los atascaderos que bien podrían frustrar una existencia cuando menos llevadera de los protagonistas. Se dejan caer en las tentaciones y flirtean con la fantasía para apaciguar la realidad, vemos cómo se desplazan por el plano de Milán como si los siguiéramos por Google Maps porque se nos revelan las calles con una obstinación que recuerda la de Modiano en sus novelas, el corso San Gottardo, la Piazza Cavour, la Via delle Leghe…

Leen a Irène Némirovsky porque también sueñan con alcanzar la libertad, Dino Buzzati revolotea también por las páginas de Fidelidad porque a Missiroli le apetece que sea un antiguo cliente de la señora Landi, la adivina que ha querido que integre el elenco de su tragicomedia, figura Vargas Llosa y el lector se acuerda entonces de Los cuadernos de don Rigoberto y sus eróticas travesuras, y el epígrafe recuerda al maestro Philip Roth, con cuyas novelas más burlescas, Engaño o Pastoral americana, y con cuyo alter ego Nathan Zuckerman, tiene la narrativa de Missiroli mucho en común. Se esconden pastiches de Cesare Pavese en algunas de las páginas, y Beppe Fenoglio y Pier Vittorio Tondelli son dos de los autores que leen los protagonistas, a medio camino entre la vida real y la vida alternativa de Instagram, siempre entre los inevitables contratiempos de la existencia y la necesidad de banalizar.

Se divierte el autor jugando a escribir en dialecto, I giürament d’amur düren un di (“los juramentos de amor duran un día”), y se complace en reproducir algunas prácticas de la Vanguardia, como la interrupción de las frases o la construcción de las escenas a la manera de un montaje cinematográfico. Es posible que se valga aquí de algunos de los ejercicios que les pone a sus estudiantes de escritura, los diálogos como una forma de esgrima verbal o la descripción entendida como una écfrasis (“echó un vistazo al sofá, sobre el brazo había colillas y un cenicero vacío, sobre el cojín una baraja de cartas y el envoltorio arrugado de un paquete de galletas”).

Todo un éxito en Italia y en la lista de los más vendidos, con sus derechos de traducción cedidos a un sinfín de idiomas y Netflix a punto de estrenar la serie basada en la novela, Fidelidad es el último capítulo de la comedia humana y tragedia de la educación sentimental que el autor de Rímini comenzó a escribir en Senza coda (2005).

Después de leer las tribulaciones del matrimonio protagonista, de la estudiante Sofia Casadei y de Anna, la madre de Margherita, y los demás integrantes de la troupe, tal vez muchos lectores piensen que casi todo adquiere al final en la vida una cierta insignificancia, que son gestos y detalles los que componen todo retrato íntimo siempre ambiguo y que, como dijo la Ginzburg, “al llegar a cierta edad, los remordimientos los mojamos en el café del desayuno, como las galletas”.

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Autor: Marco Missiroli


Traducción: Montse Triviño


Editorial: Duomo, 2020.


Formato: Tapa blanda y versión e-book (269 páginas).


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