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Federico Corriente, arabista en la España imposible

Gracias a la aparición de su diccionario árabe- español en 1977 se democratizó el acceso a esta lengua. Con su muerte se va también el mejor lingüista del árabe andalusí

Luz Gómez
Federico Corriente lee su discurso de ingreso en la RAE en 2018.
Federico Corriente lee su discurso de ingreso en la RAE en 2018.CARLOS ROSILLO

Federico Corriente ha fallecido a los 79 años. Si hay algo parecido a una institución para las últimas cuatro generaciones de arabistas españoles es “el Diccionario de Corriente”, o “el Corriente”, a secas. Pocos se pueden imaginar hoy la conmoción que supuso la aparición de su Diccionario árabe-español en 1977, publicado por el inolvidable Instituto Hispano-Árabe de Cultura. En aquellos días, los estudiantes, más bien pocos, que osaban adentrarse en los arcanos de la lengua árabe tenían que recurrir, irremediablemente, a los diccionarios franceses (Kazimirski, Belot, Blachère), o bien, menos accesibles, a los ingleses (Lane, Wehr-Cowan) o alemanes (Wehr). Y recurrir significaba pelearse por alguno de los pocos ejemplares que había en las bibliotecas universitarias. Cuesta imaginarlo, pero así era. Hacía cinco siglos que no se publicaba un diccionario bilingüe árabe-español digno de tal nombre —otra cosa, no desdeñable pero limitada en sus fines, fueron los vocabularios más o menos extensos de los misioneros en Tierra Santa y el norte de África—, desde que en 1505 Pedro de Alcalá compiló el Vocabulista aravigo en letra castellana, obra que años después (1988) editó el mismo Corriente. En 1980 apareció el tomo complementario, el del Diccionario español-árabe, menos ambicioso.

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Gracias al diccionario de Corriente no solo se “democratizó” el estudio del árabe, sino que además el arabismo español entró por fin en la modernidad, y la propia España académica se reconcilió un poco con su pasado, aunque quizá ni Corriente ni la universidad fueran muy conscientes de ello por entonces. Ha costado muchos años, pero algunas cosas sí han cambiado: ahora hay varios diccionarios bilingües, y en 2017 Federico Corriente fue elegido para ocupar la silla K de la Real Academia Española.

Con Federico Corriente también se va el mejor lingüista del árabe andalusí, una disciplina que fundó en los años sesenta contra viento y marea de los mandarines del arabismo español, empecinados en la hispanización del pasado peninsular árabe. Corriente publicó el primer estudio gramatical serio del dialecto andalusí (A Grammatical Sketch of the Spanish Arabic Dialect Bundle, 1977) y el primer diccionario (A Dictionary of Andalusi Arabic, 1997), y lo hizo en inglés, lo cual no deja de ser sintomático de cómo era y es España. La otra España, la que ora et labora, actual antes de tiempo, ajena a las estridencias, cosmopolita siempre.

Y puesto a ser actual por anticipado, encarnó en el arabismo lo que, con el tiempo, se ha llamado “interdisciplinariedad”. Su inmensa formación filológica le permitió ir y venir entre las lenguas semíticas y las románicas (es un prodigio su Diccionario de arabismos y voces afines en iberorromance, 1999), entre los registros cultos (tradujo nada menos que las muallaqat, los poemas preislámicos que son el sagrario del árabe tras el Corán) y los más populares (volvió varias veces sobre el espinoso asunto de los orígenes de zéjeles y jarchas, y dedicó buena parte de su discurso de entrada en la RAE a los arabismos en los juegos infantiles y los insultos). Era uno de esos académicos a los que gustaba epatar, voz que seguro que no era muy de su agrado. Se le veía encantado de estar en la RAE, pero el mismo día en que tomó posesión la calificó de “geriátrico” y añadió que no podía seguir así (él tenía 77 años).

Federico Corriente nació en Granada, pero en alguna ocasión dijo que de ser algo era canario. Verdad biográfica a medias y socarronería se juntaban; quizá decía esto porque desde Canarias veía tanto África (ejerció en Egipto y Marruecos) como América (enseñó en Estados Unidos y Brasil), los dos continentes en los que transcurrió buena parte de su vida antes de entrar en el laberinto de la universidad española. Fue profesor y catedrático de la Universidad de Zaragoza, el lugar donde más tiempo vivió y donde ha fallecido, y, durante algunos años, de la Universidad Complutense de Madrid, donde se había licenciado y doctorado en Filología Semítica.

Luz Gómez es profesora de Estudios Árabes e Islámicos de la Universidad Autónoma de Madrid.

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