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Vuvu Mpofu, o cómo superar todos los tabúes de Sudáfrica para convertirse en estrella de ópera

De origen rural y humilde, la soprano, que aprendió a cantar imitando a sus divas preferidas, se consolida como un talento emergente

Vuvu Mpofu en Ciudad del Cabo el pasado marzo.
Vuvu Mpofu en Ciudad del Cabo el pasado marzo.

Se inscribió a una competición de ópera antes de aprender a cantarla. La soprano Vuvu Mpofu creció rodeada de música en Whittlesea, una pequeña ciudad semirrural de la Sudáfrica xhosa. Cantaba en las corales del colegio y de la iglesia, pero cuando a los 15 años oyó por primera vez una aria, se enamoró. “Aquella melodía, aquel idioma extraño, aquel sonido… me fascinó”, cuenta Mpofu, ahora reconocida y multipremiada soprano, frente a las aguas del puerto de Ciudad del Cabo, entre los rasgos elegantes de arte moderno del Hotel Silo.

Capturada, la niña Mpofu se sumergió en la biblioteca para saber de dónde procedía, qué era aquello que acababa de penetrar en sus latidos y que le marcaría la vida para siempre; mientras, en plena euforia, le pedía permiso a su profesor para apuntarse al concurso de ópera escolar el año siguiente. Consiguió un DVD de Angela Gheorghiu en el que cantaba la Traviata y ella "lloraba cada vez que la escuchaba”. De una familia humilde, pero en la que nunca le faltó de nada "porque estaba rodeada de mujeres fuertes”, no soñó en ser soprano, pero sí abrazó con el alma su pasión. “Me preparé yo sola los solos, imitando a aquellas cantantes que me fascinaban e intentando reproducir sus sonidos sin saber qué significaba lo que cantaba. Pero lo sentía, en cada parte de mi cuerpo”.

Mpofu tiene ahora 29 años, un prestigioso Premio John Christie y un recorrido tan intenso como su amor profundo por la ópera. El talento emergente que surgió de las llanuras sudafricanas y se dejó inspirar por Leontyne Price, Kathleen Battle y las grandes cantantes negras en la industria de la ópera, ya ha llegado, sin pretensión, al Covent Garden. No se ha dejado trastocar ni por el viento del Cabo ni por los aires de diva. Y a conjunto con su elegancia sencilla – el día de la entrevista a principios de marzo es amarilla- viste una agradable actitud modesta y natural.

Yo solo quiero ser la mejor versión de mí misma, para mí misma

“Yo solo quiero compartir mi voz”, cuenta Mpofu con un tono cálido, bajo uno de estos atardeceres escandalosos que abrazan la punta más al sur de África. Fue Ciudad del Cabo el lugar donde su pasión se convirtió en carrera y donde la ópera se dibujó como una posibilidad de ganarse la vida. Nadie de su familia la entendió ni la celebró cuando les comunicó que quería dedicarse a esto. “De donde yo vengo, tienes que apoyar a la familia, tienes que asegurarte de tener una carrera lucrativa” y ellas no creían que se pudiera vivir de la ópera. “¡No sabían ni qué era!”. La madre de Mpofu nunca trabajó, sí lo hacía su abuela, que se encargaba de todos en la casa: de las tías, de las hijas, … al ser Mpofu la mayor, la familia “no estuvo contenta” cuando vieron con preocupación que seguía el camino de esta rareza. Ahora que Glyndebourne y Belvedere han sucumbido al encanto de su voz y que su talento se consolida, Mpofu sigue siendo “muy familiar”. En su casa de Port Elisabeth son actualmente 14 bocas por alimentar y está orgullosa “de poder representar un futuro mejor para mis hermanos menores”. Sobre todo, ahora que su madre ya no está.

La Scala, Covent Garden, la MET de Nueva York. “A veces me da vergüenza, pero yo todos estos sitios ¡no sabía ni que eran!”. Los ha ido descubriendo por el camino, a veces, cuando ha ido a cantar en ellos. “Lo más importante para mí es poder compartir mi voz”. Para ella no hay clases ni colores y está segura de que “hay muchos amantes secretos de la ópera” en su país, y que "si se acercara a los barrios más humildes, fascinaría”.

La historia y brechas de Sudáfrica se colaron en su día a día cuando Mpofu fue aceptada al Instituto de Música de Sudáfrica (SAMC), de la Universidad de Ciudad del Cabo. Los que estaban “bien preparados” venían de escuelas privadas, habían sido mejor formados en música y eran técnicamente mucho mejores: eran blancos. “Pero nosotros, los que veníamos de otros contextos, teníamos el talento”. No era fácil para Mpofu y los compañeros negros que venían de otras esferas. Pero con su optimismo y responsabilidad asegura “que estar juntos nos hizo superar todas las dificultades”. Se apoyaban, se animaban y gracias a eso fueron recortando la distancia técnica que la historia había trazado.

A Vuvu Mpofu la ópera también la ha salvado. Cuando, casi al fin de sus estudios, perdió a su madre, creyó no poder levantarse. “Estuve deprimida, no salía de la residencia”. Dejó de ir a clase. Pero entonces se dio cuenta de que ella era “la única oportunidad para mi familia”. “No era momento de estar por mí, sino por ellos” y la Traviata acudió a su rescate. “Fue el primer papel que me dieron después de su fallecimiento y de la conexión entre aquel dolor profundo con mi música surgió algo extraordinario. Es por ese papel que la gente me reconoce hoy en día". Para la joven Vuvu Mpofu, la fama no es la meta de su camino. “Yo solo quiero ser la mejor versión de mí misma, para mí misma”.

Verdi, su talismán

Entregándose a Violeta superó la muerte de su madre; escuchándola, descubrió la ópera, y cantándola, ganó su primer gran reconocimiento internacional, el tercer Premio en Operalia. El destino ha querido que 'La Traviata' aparezca en los momentos más cruciales de la vida de Vuvu Mpofu. Verdi fue un talismán para la joven soprano sudafricana también en el Festival de Glyndebourne, donde volvió como la Gilda de Rigoletto.

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