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LA LIBRERÍA
Columna
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Territorio y sueño de ‘Pedro Páramo’

Jalisco, que acoge la cita editorial, es también patria de Juan Rulfo

Juan Cruz
Grabado de Pepe Hérnandez de la casa de Juan Rulfo, en Guadalajara (México).
Grabado de Pepe Hérnandez de la casa de Juan Rulfo, en Guadalajara (México).

La FIL (Feria Internacional del Libro de Guadalajara, México) es una olla a presión en la que este año, el 33 de su historia, se hablan todas las lenguas del mundo y sobre todo las de la India, territorio de Tagore, la presente invitada. Hay un lenguaje que nunca ha dejado de flotar aquí, en el territorio Rulfo de Jalisco. Es esa mezcla de arte, ceniza y nada (las palabras son de Manuel Longares) que subyace en la obra mínima, magnífica, inquietante, del autor de Pedro Páramo.

Esas palabras de Longares abrazan la esencia y los extremos de la literatura del maestro callado. Otro artista español fascinado por este mundo de corrosión, de ceniza y nada, retrató una de las viviendas de Rulfo en Jalisco. Fue Pepe Hernández, que también ilustró universos decaídos del uruguayo Juan Carlos Onetti. Hernández pintó minuciosamente ese domicilio, como si a cada una de sus paredes grises estuviera agarrada la atmósfera que dio lugar a Pedro Páramo.

Rulfo escribió esa novela central de su literatura total y breve poseído por un sueño al que le dio mil vueltas y que combina, como escribe Alberto Vital en Noticias sobre Juan Rulfo, que así conmemoró en 2003 el 50º aniversario de El llano en llamas, distintas formas de su ardiente cenizaliteraria: el realismo español y nórdico, la poesía de Rilke, los ritmos de Faulkner y de Joyce…

Lo escribió mil veces, decía, quizá porque le era tan necesario que nunca debía acabar. Dijo: “Lo escribí porque no lo encontraba en mi biblioteca… Mientras lo pensaba iba escribiendo los relatos de El llano en llamas, para habituarme. Luego, años después [en 1953], ya apareció Pedro Páramo”. Ahora Pedro Páramo no es sólo un libro, sino un símbolo de los sueños decaídos de este territorio caliente, una casa cuyas paredes están dibujadas con devoción por el pintor Hernández. Igual que Rulfo alcanza esa síntesis, Pepe Hernández toma los materiales surreales que el propio Rulfo manejó en su lenguaje de piedra vieja, de viento y temporal, para poner su relato en la desolación de Comala.

El pintor hizo muchos otros dibujos en los que la destrucción tenía el aire de una burla, pero en este caso quiso que la casa exhibiera minuciosa ruina, pero también fortaleza. Dotó a la casa de cierto aire urbano (esas rayas eléctricas surcando el aire como líneas trazadas por pájaros humildes), pero evitó la destrucción total, rehuyó dejar el espacio que interrumpía la tierra como el lugar de lo inhabitable.

Hace cuarenta años le pregunté a Rulfo por este espacio que él hizo visible e invisible a la vez. Comala de los sueños. Jalisco de la realidad. Dijo que este Estado del occidente de México, en su mayoría árido, había sido fértil, pero el reparto agrario había acabado por erosionar la tierra. “De aquí se fue mucha gente”. Abandonaron los pueblos. Fueron esos braceros los que hicieron su trabajo en Estados Unidos. Aquí se quedó, decía él, “la tierra caliente”. En esa geografía “se ubican más o menos mis historias”.

“La infancia”, decía, “es lo que más influye en el hombre”. Esa infancia siguió siendo su biografía, aquí están enterrados los sueños que resurgen con el nombre de “un tal Pedro Páramo”, al que su hijo va a buscar entre las ruinas de Comala. Sueños de tierra y de palabras, que había dejado en su casa un cura perseguido. Ahí leyó Rulfo a Salgari y a Dumas, y leyó también libros prohibidos que el sacerdote requisaba con el pretexto de que era censor oficial. Con esos sueños escritos se fue haciendo Rulfo dueño de sus propios sueños. Hasta que un día tuvo ese en el que aparecían la luna y un hombre.

Pedro Páramo tuvo otro nombre, se le mezcló con historias que luego serían El llano en llamas. Pero seguía en aquella biblioteca era el libro ausente. Max Aub lo leyó pronto. “Rulfo es pura reconstrucción, otro mundo; pero el aire que respira… es todavía el mismo… porque en la tierra el cambio es sólo relativo…” Ese territorio sigue detenido en Pedro Páramo. Sigue siendo fértil como la casa desolada que Pepe Hernández recordó para interpretar Jalisco. Añadió Aub: “Rulfo es el mejor escritor de los de su estirpe; no imita, crea. Estiliza, él habla de los hombres del pueblo; ya no es la vida, sino el arte”.

“Silencio, aridez, purgatorio”. Condensa ahí el mexicano Gonzalo Celorio la misteriosa herencia de Rulfo. Es la inmortalidad, y la ceniza, de un territorio llamado Pedro Páramo que persiste en esa casa fantasmal pintada por un chico de Tánger que se llamaba Pepe Hernández.

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