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Columna
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Novelistas y antidisturbios

Premio Nacional y Policía Nacional comparten algo más que un mero adjetivo

Cristina Morales, premio Nacional de Narrativa, en la embajada española de La Habana el 22 de octubre, día en que se falló el galardón.
Cristina Morales, premio Nacional de Narrativa, en la embajada española de La Habana el 22 de octubre, día en que se falló el galardón.Yander Zamora (EFE)
Javier Rodríguez Marcos

Si he de escribir para edificar, ¿cómo voy a levantar ningún edificio sobre el suelo del lector sin antes echar abajo el edificio que ya está ruinoso? Escribir para dar gusto, ¿no es echar más escombros sobre las ruinas, o es quizá limpiarlas y recolocarlas, haciendo como que se construye, cuando en realidad no hay edificio sino una ordenada montaña de basura?” Esta cita de Malas palabras (Lumen), la novela en la que Cristina Morales da voz a Santa Teresa, es tanto una poética de su exigente trayectoria literaria como un adelanto de las declaraciones que hizo la semana pasada tras conocer que había ganado el Premio Nacional de Narrativa por Lectura fácil (Anagrama), en las que se felicitaba de que en Barcelona estuvieran ardiendo calles habitualmente ocupadas por los turistas y, por tanto, escamoteadas a los ciudadanos.

Como era de prever, no tardaron en acusar a Morales de antisistema. Pero, ¿a qué sistema se refieren? ¿Al parlamentario? ¿Al capitalista? Del primero acababa de aceptar un merecido galardón y una gira oficial de promoción por México y Cuba. El segundo puso a su servicio una beca del programa de promoción (turística) de la capital catalana como Ciutat de la Literatura y, después, una de sus grandes herramientas de marketing: un premio comercial, el Herralde.

El sistema literario en el que ahora brilla Cristina Morales no es más que una rama especializada de un gran sistema que se lo traga todo. Cuando Santiago Sierra expuso en el pabellón español de la Bienal de Venecia en 2003 afirmó en el catálogo algo que conviene tener presente cuando el peinado de un artista confunda al respetable: “El arte forma parte del aparato cultural, cuya función es coercitiva, no emancipatoria. Un artista es un megaobrero que ha superado el anonimato y cuyos productos rebosan plusvalía. Es inútil preguntarse de qué lado está”. Y añadía: “Suponemos que el artista que expone en la segunda planta del Guggenheim no tiene relación con los controles de acceso a dicho museo o con las condiciones laborales de los vigilantes. Yo no lo veo así. En la creación intervienen costosísimos aparatos de legitimación y nunca ha existido el dinero limpio”. En 2010 rechazó el Premio Nacional de Artes Plásticas; luego ofreció en Arco su carta de renuncia por la misma cuantía del galardón. Nos guste o no, Premio Nacional y Policía Nacional comparten algo más que un mero adjetivo.

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Javier Rodríguez Marcos
Es subdirector de Opinión. Fue jefe de sección de 'Babelia', suplemento cultural de EL PAÍS. Antes trabajó en 'ABC'. Licenciado en Filología, es autor de la crónica 'Un torpe en un terremoto' y premio Ojo Crítico de Poesía por el libro 'Frágil'. También comisarió para el Museo Reina Sofía la exposición 'Minimalismos: un signo de los tiempos'.

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