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“El ‘hippy’ siempre fue peligroso”

Joshua Furst contrapone el 'flower power' de los 60 en la Costa Oeste a la violencia del mismo movimiento en las calles de Nueva York en su novela crónica 'Revolucionarios'

Laura Fernández
Joshua Furst, este octubre, en Barcelona.
Joshua Furst, este octubre, en Barcelona.©Consuelo Bautista (EL PAÍS)

A Joshua Furst le criaron los lobos. Eso es lo que dice cuando alguien se interesa por su pasado. El pasado salvaje que le ha llevado a escribir Revolucionarios (Impedimenta), novela crónica en la que brilla la figura de Lenny Snyder, un legendario activista libremente basado en el icónico Abbie Hoffman. Narrada por el hoy desquiciado hijo del tal Snyder, Fred – diminutivo de Freedom, literalmente Libertad –, la historia es a la vez un ajuste de cuentas con el egoísmo de una generación que se limitó a pensar en sí misma – y en cómo hacerlo estallar todo – y un recuento histórico que no tiene nada de convencional porque, dice Furst (Colorado, 1971), “el gobierno blanqueó la imagen del hippy para restarle poder, pero este siempre fue peligroso”.

Y lo era porque su idea de libertad, como muestran los actos más o menos erráticos y sobre todo caprichosos de Snyder – que son los actos de Hoffman –, era “oscura”. “Puede que las ideas que tenían sonasen generosas, pero el egoísimo era un deber para toda esa gente. ¿Y qué clase de libertad puede existir para los demás cuando solo piensas en ti mismo?”.

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Revolucionarios está preñado de actos vandálicos, por momentos de lo más simbólicos –como cuando entran en la Bolsa, en Wall Street, y se dedican a lanzar billetes al aire y los brokers pierden la cabeza intentando cazarlos y dejaron de atender a los paneles y las operaciones bursátiles se detuvieron y él, Lenny, Abbie, solo se reía y decía: “Esta gente no son más que animales” –, por momentos, simplemente, absurdos – aunque también pretendidamente simbólicos –, como el que les llevó a arrancar las manecillas del reloj de la Grand Central Station de Nueva York mientras gritaban: “¡El tiempo es una ilusión! ¡Mata el tiempo!”. O cuando se propusieron plantar árboles en el asfalto, en mitad de cualquier avenida enorme, en la misma Gran Manzana.

“La idea del hippy de la Costa Oeste, que simplemente vive y deja vivir, que planta cara al sistema instalándose en comunas y practicando el amor libre y la resistencia a la vida que se tenía por convencional, no tiene mucho que ver con la del hippie neoyorquino, que era, en realidad, un activista, un antisistema, que actuó durante mucho tiempo antes de saber que a parte de lo que hacía iba a considerársele hippismo”, relata Furst. El autor opina que “siempre hay una guerra en la izquierda entre la parte más anárquica y la más autoritaria” y que en aquel momento, como ahora, la parte que gana “es la autoritaria”. “Los hippies de Nueva York se veían a sí mismos como forajidos”, añade. Y que existieran es algo lógico, “el impulso de crear un mundo ideal es natural en el ser humano”, dice.

La idea del hippie de la Costa Oeste, que simplemente vive y deja vivir, no tiene mucho que ver con la del hippie neoyorquino, que era, en realidad, un activista, un antisistema Joshua Furst

Pero ¿qué aspecto tiene, cada vez, ese mundo ideal? “Lo complicado en todo mundo ideal es que no tarda en interponerse la ideología y acaba fastidiándolo todo”, responde. Es entonces, cuando a la utopía le crecen sus propias normas, cuando los personajes como Lenny, el protagonista de Revolucionarios, quedan atrapados en una rueda que han construido ellos mismos. “Lo que pasa con Lenny es que es una víctima de sí mismo, es decir, por un lado van los ideales y por otro, la clase de persona que es, unos y otro son antitéticos, porque su deseo de hacer lo que le plazca choca con la idea de pensar en los demás”, explica. Por ejemplo, a Lenny le resulta divertido dejar que sus colegas hagan cola para echarle el humo a la cara a su hijo de dos años, Fred, el narrador de la historia.

¿Para quién es divertido eso? Para Lenny y sus amigos. No en cambio para Fred, al que utilizan constantemente – lo encadenan, por ejemplo, a pinos para evitar que se construyan autopistas que luego, una vez acaba la fiesta, se construyen –. “Se extrañaron cuando ocurrió lo de Charles Manson, pero ¿no estaba en la idea del movimiento el no respetar absolutamente nada? Los hippies de Nueva York asesinaron brutalmente a una pareja de jóvenes ricos mucho antes de Manson. La oscuridad estaba ahí. Lo criminal anda siempre buscando una excusa para actuar y cuando encuentra un espacio, actúa. Y su radicalismo es esencialmente político. En Nueva York, el hippie luchó contra el sistema -hubo bombas, tiroteos, enfrentamientos– desde el principio, y con todas sus fuerzas”, expone.

Quisieron acabar con las normas, añade el escritor, sin darse cuenta de que las normas eran “una contención para el instinto animal” de todos, y, al hacerlo, en su propio ecosistema, quedaron a merced del caos. “Puedes vivir en el caos sin que el caos te consuma. Lo preocupante es el deseo de negar que el caos existe, porque existe”, sentencia Furst, que cree que el movimiento “tuvo el éxito suficiente para que sus tácticas quedaran expuestas y fueran capitalizadas por el capitalismo, que las inutilizó. En mi generación, si querías cambiar algo, ya no podías hacerlo de la forma en que lo habían intentado hacer tus padres porque ya sabían cómo desarmarte”. De hecho, opina que la imagen blanqueada del hippy, el disfraz de paz y amor, es solo eso, un disfraz con el que el sistema desarmó el movimiento.

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Sobre la firma

Laura Fernández
Laura Fernández es escritora. Su última novela, 'La señora Potter no es exactamente Santa Claus' (Random House), mereció, entre otros, el Ojo Crítico de Narrativa y el Premio Finestres 2021. Es también periodista y crítica literaria y musical, y una apasionada entrevistadora de escritores y analista de series de televisión.

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