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Universos paralelos
Columna
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El rock cazurro que financió cine de prestigio

El éxito de Creedence Clearwater Revival apenas benefició a sus músicos. Pero permitió que su discográfica se convirtiera en una próspera productora de cine

Diego A. Manrique
John Fogerty, fundador de Creedence Clearwater Revival, en un concierto en Hoyo del Espino (Ávila) en 2014.
John Fogerty, fundador de Creedence Clearwater Revival, en un concierto en Hoyo del Espino (Ávila) en 2014.

Cuestión de lealtad musical, supongo. Cada vez que encuentro referencias a Alguien voló sobre el nido del cuco, Amadeus o El paciente inglés, siento un pinchazo. Esas tres oscarizadas películas y las demás que produjo Saul Zaentz (Nueva Jersey, 1921 - San Francisco, 2014), fueron posibles gracias al dinero que escamoteó a Creedence Clearwater Revival (CCR).

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Permítanme explicar que “la Creedence” fue un grupo importante en la formación de nuestra estética rockera. Sus discos se publicaron puntualmente en España, gracias a una modesta compañía madrileña, Marfer. Su música cazurra, elemental, llena de resonancias profundas, servía como proyectil contra la hegemonía del rock progresivo, mal llamado “sinfónico”. Para muchos de aquellos periodistas y radiofonistas que sentaban cátedra, se trataba de un grupo comercial (un adjetivo entonces muy, muy feo).

Y eso que, técnicamente, CCR formaba parte de la glamurosa ola del rock de la zona de San Francisco. Pero no coincidían ni en sonido ni en origen social con sus coetáneos; en realidad, venían de un pueblo dormitorio llamado El Cerrito. Grababan para una pobretona discográfica de jazz, Fantasy Records, que prensaba en vinilo de baja calidad y no cuidaba las portadas. Alejados de la psicodelia dominante, fueron vapuleados por la recién nacida Rolling Stone: si Eric Clapton disolvió Cream tras una crítica feroz en la revista, los miembros de CCR deberían haberse suicidado tras leer lo que opinaba el enterado de turno respecto a su primer elepé, en 1968.

Pero resistieron. A pesar de que no habían salido de las fronteras de California, supieron evocar los barcos de ruedas del Misisipi (Proud Mary) o los pantanos de Luisiana (Born on the bayou). De alguna manera, captaron el malestar general de la era Vietnam, con canciones que denunciaban el servicio militar (“Fortunate son”) o que parecían cargadas de malos augurios: Bad moon risin, Who’ll stop the rain, Run through the jungle. Décadas después, estos y otros temas reaparecieron en infinidad de bandas sonoras y anuncios.

Junto a esa cadena de aciertos, cometieron todos los errores profesionales posibles. Embaucados por Saul Zaentz, Fantasy se quedó los derechos editoriales de sus canciones. Firmaron contratos imposibles: en siete años, debían entregar 180 másters (es decir, la misma productividad de los Beatles, con la diferencia de que CCR prácticamente solo tenía un compositor, John Fogerty). Les convencieron de que necesitaban un paraíso fiscal, las Bahamas: en un chiringuito de aquellas islas, el Castle Bank, terminaron millones en regalías…que desaparecieron cuando el director del citado banco falleció misteriosamente. Castle Bank, luego se rumoreó, lavaba dinero para la CIA y la mafia pero “descuidó” la contabilidad.

El grupo se deshizo en 1972: John Fogerty rompió con sus compañeros, incluyendo su hermano Tom. La carrera de John se volvió errática, incluso autodestructiva: grabó discos en solitario (literalmente: tocaba todos los instrumentos) y se negó durante quince años a interpretar los éxitos de CCR, para no engordar las cuentas de Saul Zaentz. Este le demandó por autoplagio: supuestamente, imitaba canciones suyas pero que pertenecían a Fantasy, en un caso que estudian todos los expertos en copyright; por una vez, Zaentz perdió.

Mientras Fogerty sufría bloqueo creativo y problemas de alcoholismo, Fantasy prosperó. Construyó en Berkeley unas oficinas y unos estudios realmente imperiales. Se convirtió en toda una potencia discográfica, al adquirir los catálogos de sellos como Prestige, Milestone, Riverside, Stax, Contemporary, Pablo, Specialty. Como productor de cine, Saul se especializó en, digamos, películas de qualité, basadas en obra literarias reconocidas y dirigidas por fiables cineastas como Milos Forman o Peter Weir. Fue el primero en llevar El señor de los anillos a las pantallas, en versión animada, conservando unos porcentajes sobre el merchandising y las siguientes películas de la saga que le hicieron inmensamente rico.

¿Podía haber hecho lo correcto y pactar con Fogerty? Podía pero no quiso, a pesar de la mediación de amigos comunes como el promotor Bill Graham. Al final, vendió su negocio discográfico al grupo Concord, que terminó firmando la paz con Fogerty y recuperándole como artista de la casa. Este ha tenido que esperar a la muerte de Saul para contar su atormentada historia, en la autobiografía Fortunate son. Se trata, debo avisar, de un libro extremadamente amargo; Zaentz está presente en muchas, demasiadas páginas. Buscando la versión de Zaentz, encuentro una minuciosa web corporativa donde, caramba, no aparece el nombre de John Fogerty.

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