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Farinelli, en carne y hueso

Manuel Gutiérrez Aragón lleva al teatro la vida del más célebre de los ‘castrati’, desdoblado en el actor Miguel Rellán y el contratenor Carlos Mena

Raquel Vidales
Miguel Rellán, en un ensayo el lunes de 'Yo, Farinelli, el capón'.
Miguel Rellán, en un ensayo el lunes de 'Yo, Farinelli, el capón'. SANTI BURGOS

Es difícil imaginar hoy el canto de un castrato. La tecnología moderna, apoyada en crónicas y partituras del siglo XVIII compuestas expresamente para su lucimiento, ha permitido fabricar digitalmente voces similares, pero se sigue sin tener idea del impacto que producía escucharlas en directo. Agudas como la de un niño, potentes como la de un hombre, prodigiosamente antinaturales, producto de la castración a edad temprana. Las crónicas dicen que el italiano Carlo Broschi, alias Farinelli, el más celebre de todos aquellos portentos, provocaba éxtasis entre el público, sofocos en las damas y llantos en los hombres.

Todo eso que resulta tan difícil de imaginar es lo que intenta transmitir el espectáculo Yo, Farinelli, el capón, que se presenta este miércoles en San Lorenzo de El Escorial y el viernes en Santander, adaptación del libro del mismo título del periodista de EL PAÍS y escritor Jesús Ruiz Mantilla, que novela la vida del popular castrato. Aquellos delirios que provocaba, la emoción de tener delante algo único, en carne y hueso. Podemos vislumbrarlo, incluso sentirlo, en una de las escenas centrales del montaje, que recuerda su debut en Roma en 1722, con solo 17 años: el cantante, interpretado aquí por el contratenor Carlos Mena, se reta en duelo con un trompista para ver quién sostiene más tiempo una nota altísima haciendo complejas florituras y gorjeos a la vez. Farinelli gana y su fama se dispara.

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El espectáculo nació en la cabeza del propio autor de la novela, Ruiz Mantilla, que se lo propuso a Manuel Gutiérrez Aragón. El cineasta y escritor, que dirigió teatro en los setenta y ochenta pero no es un género que haya frecuentado en los últimos años, aceptó por la particularidad del proyecto. “Me gustó la idea de hacer algo que no encaja en ninguna etiqueta, nosotros lo hemos llamado ‘teatro musical barroco’, un formato que nos hemos inventado para poder contar esta historia”, explicaba Gutiérrez Aragón el lunes durante un ensayo en el Teatro Auditorio de El Escorial.

Los ingredientes de este peculiar formato son variados y de alto nivel. El actor Miguel Rellán se mete en la piel de Farinelli poco antes de morir, en su retiro en Bolonia, haciendo un repaso de lo que ha sido su vida. El contratenor Carlos Mena encarna al castrato en sus años de gloria e interpreta algunas de las arias que lo hicieron famoso, entre ellas las cinco que durante varios años le cantó cada noche al rey español Felipe V para sacarlo de su tristeza, “el repertorio más difícil que existe para un cantante”, según Mena. Por último, el grupo Forma Antiqva acompaña a ambos en todo momento, capitaneado por los hermanos Zapico, una institución en el terreno de la música antigua.

Decía Rellán el lunes que estaba levitando: “Es un gustazo estar actuando y que de pronto suene esa música maravillosa, interactuar con Carlos Mena mientras canta de esa manera única... Es distinto”. En uno de los ensayos, el actor se emocionó tanto escuchándolo interpretar el aria Cara sposa, de la ópera Rinaldo de Händel, que rompió a llorar y acabó agarrado al cantante. Gutiérrez Aragón, como buen director, no podía desaprovechar esa escena y la incorporó al espectáculo.

El montaje, fiel a la esencia de la novela de Ruiz Mantilla, rompe con la imagen estereotipada del personaje como divo atormentado y un poco drag queen, que es la que predomina en el imaginario colectivo desde que se estrenó la famosa película Farinelli, il castrato, de Gérard Corbiau, en 1994. Aquí nos encontramos más bien con el hombre detrás del divo: solo el hecho de que todo sea contado cuando el protagonista es ya un anciano ofrece una perspectiva totalmente distinta, más introspectiva, despegada ya de la euforia del éxito.

La obra explora todas las etapas de la vida de Farinelli, empezando por el momento de su castración, que no queda claro si fue voluntaria o motivada por un accidente de caballo. “Normalmente los castrados eran niños de clase baja que se sometían a la operación con la esperanza de triunfar como cantantes y salir de la miseria, pero en su caso hay muchas dudas, pues su familia no era pobre”, comenta Ruiz Mantilla. Enseguida llegan sus primeros éxitos, sus viajes continuos por Europa y su profundo enamoramiento de otra cantante italiana, Vittoria Teschi, con la que no pudo casarse porque la Iglesia solo permitía el matrimonio con fines reproductivos, cosa imposible para el castrato. Después, su estancia de 25 años en España como cantante oficial de la corte. “Pero no se limitó a ser un florero: fue el introductor de la ópera italiana en este país”, aclara el autor.

Farinelli terminó sus días siendo plenamente consciente de su grandeza: “Siendo yo el más divino de los divos, jamás tuve que hacer nada para demostrarlo”. Fue, efectivamente, el primer gran divo de la historia.

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Sobre la firma

Raquel Vidales
Jefa de sección de Cultura de EL PAÍS. Redactora especializada en artes escénicas y crítica de teatro, empezó a trabajar en este periódico en 2007 y pasó por varias secciones del diario hasta incorporarse al área de Cultura. Es licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid.

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