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Este pintor ya no debe nada

Luis Gordillo presenta en Madrid sus obras más recientes. Una escenografía corporal que invita a la experiencia estética radical

Vista de la exposición de Luis Gordillo en la galería Malborough.
Vista de la exposición de Luis Gordillo en la galería Malborough.

Hace la friolera de 12 años que un pintor no es reconocido con el Premio Velázquez, y eso a pesar de la tan alta advocación del premio. ¿Pero qué quiere esto decir? El último fue Luis Gordillo (Sevilla, 1934), y no faltará quien crea que su significado como ese último pintor es parte de la explicación. Gordillo, se pensará así, o el cierre, la clausura de la pintura. Gordillo o el que apaga la luz. ¿Qué más queremos? Son excesos o cegueras producidos por una historificación inflacionaria. Pero es lo que pasa cuando cualquier juicio artístico (qué lejana palabra) se encuentra mediado por lo que Boris Groys llamaba “la batalla del archivo”, o sea, el empeño, siempre político, de escribir una historia del presente con pretensión de prescribirla. La paradoja consiste en que a mayor voluntarismo —a mayor trágala, diríamos—, menos espontáneamente ingresan en el museo los hechos o los nombres para urdir con ellos un relato veraz. La historia, entonces, sólo son palabras.

La verdad de Gordillo es otra, el chasco de cualquier ­postulación de verdad sin el descoyuntamiento de lo real

A pesar incluso de que el propio Gordillo se pueda (o no) considerar a sí mismo un capítulo histórico, quizá no haya otro artista español contemporáneo tan víctima de estas imposiciones. ¿Cuánto duró, sin ir más lejos, la pereza crítica del “pintor-bisagra”? Sin embargo fue él, curiosamente, durante los años setenta en los que la tabarra político-conceptual y los nuevos comportamientos pretendían otra clausura, quien con otros pocos (un recuerdo aquí de Juan Giralt) no cerró sino que abrió a la pintura una posibilidad entonces desconocida de sofisticación, de complejidad. También curiosamente, fue después, a partir de los ochenta o noventa, o sea, cuando el aprecio de Luis Gordillo ya no necesitaba echar mano de la bisagra, cuando su pintura se hizo más profunda (incluso mediante el desquiciamiento de las imágenes tomadas como puras superficies), más solitaria y excepcional. Es como si el viejo magma del informalismo de su primera juventud le hubiera dejado una huella más dura que las delimitadas figuraciones pop con las que siempre se le ha asociado. Al fin y al cabo, esa frontalidad caótica tan suya siempre evocó la escombrera de un orden visual desaparecido, un poco a la manera, si acaso, de Frank Stella, pero en todo caso hiperconsciente de los modos en que la nueva naturaleza visual de nuestro exterior penetraba hasta el meollo de nuestro abismo psíquico.

'Abstracción objetual' (2018), de Luis Gordillo.
'Abstracción objetual' (2018), de Luis Gordillo.

Una vez, hace mucho, un puñado de críticos españoles quiso convencer a un célebre mago del mercado europeo de que Gordillo era, de entre los nuestros, el artista que con más mérito podía demandar una presencia internacional (algo nunca logrado en medida condigna a su importancia). El elegido fue Barceló, para dar idea de los aires simplificadores que venían soplando. Sin duda, la verdad de Gordillo es otra, casi no es ninguna, sino el chasco permanente de cualquier postulación de verdad que ignore el descoyuntamiento de lo real y, por decirlo con Rosset, de su doble. La serialización icónica, el cortocircuito óptico, la constante frustración de ese elemento principalmente cromático (aunque no sólo) que en pintura viene a hacer el papel de la melodía en la música, la interferencia frenética de circuitos visuales que ya pertenecen a nuestra experiencia común, sean microbiológicos o electrónicos, tienen no obstante en Luis Gordillo a su pintor, a un pintor que asume lo difícil. Un pintor que, liberado ya de la hipoteca historiográfica —este pintor ya no debe nada—, alcanzó hace mucho la altura que esta exposición, muy exactamente titulada Escenografía corporal, revalida con una de las mejores colecciones de su carrera. Porque justamente es el cuerpo, como sensor de las percepciones, la unidad que, aquí, parece expandirse fuera de la carne, de camino a su transformación en artefacto, como una naturaleza perdida. Por eso las pinturas invitan a una experiencia estética radical, una aisthesis que convoca y a la vez repele lo sensible, lo carnal de la pintura y del mundo. Pero mucho más las pretensiones argumentales que pretenden tomarla por documento para ilustrar algún discurso.

Escenografía corporal. Luis Gordillo. Galería Marlborough. Madrid. Hasta el 15 de junio.

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