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Enrique Moradiellos: “No llamar dictador a Franco es absurdo”

Premio Nacional por un ensayo divulgativo sobre la Guerra Civil y biógrafo de Juan Negrín, el historiador publica ahora 'Franco. Anatomía de un dictador'

Javier Rodríguez Marcos

Enrique Moradiellos (Oviedo, 1961) es autor de la biografía de referencia del presidente republicano Juan Negrín, de una Historia mínima de la Guerra Civil española que le valió el Premio Nacional de Historia en 2017 y de un estudio sobre las dimensiones internacionales de esa contienda —El reñidero de Europa—. Ahora añade una pieza más al puzle del acontecimiento más decisivo del siglo XX español: Franco. Anatomía de un dictador (Turner), un acercamiento al militar, al caudillo y a su régimen que, según este catedrático de la Universidad de Extremadura, no parte “ni de la demonización impulsiva ni, desde luego, de la admiración beata”. La historia, explica en la sede madrileña de su editorial, “no es ni complaciente ni maniquea, es más bien problematizadora: aplica una lente que da la vuelta a muchas cosas que creíamos asumidas. La militancia —franquista o republicana— es muy perniciosa para la labor histórica”. Por eso él subraya la crueldad del dictador a la vez que desmiente su supuesta ramplonería política, por eso critica la torpeza del actual Gobierno respecto a la exhumación de sus restos al tiempo que defiende la necesidad de que se lleve a cabo.

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PREGUNTA. Deme tres razones para sacar a Franco del Valle de los Caídos.

RESPUESTA. La primera y muy grave: no es un caído. La segunda, que está en una basílica, y una basílica tiene una parte muy destacada en los ceremoniales: el trascoro, que es un lugar de enterramiento para un santo o para un arzobispo, alguien muy digno. Franco está en ese lugar y eso le da al conjunto el carácter de mausoleo. Tercera, que esa basílica forma parte de un complejo que depende de Patrimonio Nacional, y que Patrimonio Nacional esté sosteniendo el mausoleo de Franco me parece un anacronismo.

P. ¿Cómo habría que actuar?

R. Con cuidado. Ganar batallas contra muertos es muy mala política. A veces la victoria es pírrica y aparece como un acto de revancha. Todo esto requiere consenso parlamentario político e intergeneracional. Es mejor no hacer que hacer rápido y mal.

P. ¿Y qué le parece Franco en la Almudena como pide la familia?

R. Lo que había dicho su hija es que él quería estar con su mujer en Mingorrubio, en El Pardo, donde tienen un panteón. Parece sensato. Franco compró ese panteón cuando era muy probable que el hombre muriera antes que la mujer, sobre todo porque le llevaba bastantes años.

Enterrar a Franco en el Valle de los Caídos fue un trágala de Arias Navarro al rey Juan Carlos. No consultaron a su familia

P. ¿Quién decidió llevarlo al Valle?

R. Dicen que Arias Navarro en el último momento. Como un trágala al rey Juan Carlos. Es que ese trascoro no es cualquier cosa, no es una capillita en un lateral: es el lugar en el que están San Pedro y Santiago en Roma y Compostela. Alguien tuvo que verlo. Lo que dijo Carmen Franco, y no creo que mintiera, es que a ella no la consultaron. Ni a su madre. Fue una decisión del Gobierno.

P. Si dependiera de usted, ¿qué haría?

R. A mí me hubiera gustado que lo hubieran sacado hace tiempo. En una operación con la familia, consensuada, sin armar mucho ruido. Ahora ya es imposible. Si armas ruido ocurre esto. Suele pasar cuando las políticas de memoria no se hacen con acuerdos muy transversales. Pierden todos.

P. Decía que Franco en el Valle es un anacronismo, ¿qué queda de su régimen en la España de hoy?

R. Buena parte de nuestra actual cultura política proviene del franquismo.

P. ¿Tanto? ¿Qué parte?

R. El gusto por el liderazgo personalista, la obsesión por la unanimidad en las decisiones, la satanización del conflicto y la diferencia, la tendencia a identificar Gobierno y nación, la hipertrofia del poder ejecutivo frente a otros poderes del Estado, la tolerancia hacia la corrupción… 40 años de un régimen crean valores y contravalores. La hipertrofia del ejecutivo me parece evidente: el Ejecutivo era Franco, que nombraba libremente el Consejo de Ministros sin dar explicaciones. ¿Satanizar la diferencia? Al enemigo se le llama anti-España, que ya es una categoría diabólica porque la anti-España católica es el Anticristo. Hoy nos da mucho miedo el conflicto.

“El gusto por el liderazgo personalista y la obsesión por la unanimidad proceden de la dictadura”

P. Algunos sostienen que nuestra democracia viene de la Segunda República.

R. Nuestra democracia no es heredera de la Segunda República sino del agotamiento del franquismo y de los procesos de negociación entre élites reformistas del Régimen y líderes de la oposición, que forzaron no una reforma de la dictadura sino su desmantelamiento. La Constitución del 78 es radicalmente contraria a los principios del franquismo aunque el proceso para llegar a ella haya sido de negociación y no rupturista. El resultado es de un calado tan radical como si hubiera habido un desplome.

P. ¿Por qué?

R. Porque la correlación de fuerzas tras las primeras elecciones generales obligó a un proceso constituyente. Hoy tenemos un grado mayor de democracia, tolerancia y derechos civiles que países en los que hubo una revolución. Portugal, por ejemplo.

P. En 2017 el Rey habló por primera vez de dictadura para referirse al franquismo y a algunos partidos les cuesta condenarlo, ¿por qué?

R. Tenemos esta relación rara con la dictadura porque nos hubiera gustado un cuento de hadas en el que todos eran buenos menos cuatro generales. Pero es que media España era franquista y la otra estaba callada. Los ejercicios de antifranquismo retrospectivo tienen poco alcance moral y nulo interés historiográfico. Ahí están los informes de los partidos en la posguerra. Del PCE, por ejemplo. Claudín, enfrentado a Carrillo, dice que el país va mejor y que hay una base de franquismo advenido por la prosperidad. Ahora lo llamaríamos franquismo sociológico. Y explica que a la clase obrera de esos años le interesa pagar la cuota de la casa. Si acaso, tener una Vespa y cuando pueda, un Seat. Ya no es la España de 1939.

“Ganar batallas contra muertos es mala política. A veces la victoria es pírrica y parece una revancha”

P. Mucho menos la republicana.

R. La dictadura es la anti-República. Contra lo que suele decirse, Franco sí tiene filosofía política: el tradicionalismo católico español pasado por la teoría social falangista. Sus valores son lo opuesto a los de la República: ni división de poderes ni Parlamento deliberativo. Lo dirá muchas veces: “Somos decisionistas”. Ahí está Carl Schmitt, que es el traductor de Donoso Cortés al alemán y viene a España. Franco sabe todo eso. Ha escrito mucho antes del 36: fue el director de la revista de los africanistas desde 1928. Su primer artículo es una reflexión sobre el mando.

P. Hay quien todavía sostiene que fue autoritario en lugar de totalitario. Como en la primera versión del Diccionario Biográfico de la Academia de la historia.

R. Lo peor es que se negaba a llamarlo dictador. Y es absurdo, porque la propia Carmen Franco, su hija, lo dice en sus memorias: su padre siempre creyó que era un dictador. Es luego cuando parece algo peyorativo. A ella le sorprende porque hasta que llega el título de Caudillo no se sabe cómo llamarlo y lo llaman “buen dictador”, “dictador eficaz”… Ya en la guerra Franco habla del directorio militar. Es el modelo que tiene: el de Primo de Rivera. Para esas derechas, directorio es una palabra completamente legítima. Lo horrible para ellos son términos como deliberación o democracia.

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Javier Rodríguez Marcos
Es subdirector de Opinión. Fue jefe de sección de 'Babelia', suplemento cultural de EL PAÍS. Antes trabajó en 'ABC'. Licenciado en Filología, es autor de la crónica 'Un torpe en un terremoto' y premio Ojo Crítico de Poesía por el libro 'Frágil'. También comisarió para el Museo Reina Sofía la exposición 'Minimalismos: un signo de los tiempos'.

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