_
_
_
_
_
Crónica
Texto informativo con interpretación

Bailar con Javiera Mena: una excitación nada ramplona

La chilena exprime las posibilidades del pop más extrovertido con el desparpajo de su reciente ‘Espejo’ y la complicidad arcoíris

Javiera Mena durante su actuación en Madrid.
Javiera Mena durante su actuación en Madrid.Víctor Sainz

Alguien que se atreve a comparecer en el escenario con un traje rojo de charol como el que lucía Javiera Mena este viernes en la sala Ocho y Medio no es una artista común. La chilena ha ido asentándose también a esta orilla del Atlántico casi por una cuestión de manifiesta solvencia: su elegancia es tan evidente que admite poco margen a la duda. Igual que su poderío vocal, un activo que debería ser ineludible y que ahora, en tiempos de consumo fulgurante, puede confundirse con un ingrediente secundario. Mena alborotó la pista, muy próxima al lleno, sin confundir excitación con ramplonería; todo un detalle.

De cara a su plasmación en directo, el pop electrónico siempre cuenta con el lastre de lo falsario: mucho de lo que escuchamos no sucede en el momento, sino que lo suministra de oficio la máquina. Javiera dispone de dos subalternas (bajo y batería) relegados al fondo del escenario, pero el grueso del magma sonoro que nos sacude proviene de lo ya grabado e inamovible. Mena suple esa rémora con una importante presencia escénica. Se expone, se involucra, no intenta eludir la condición de destinataria de todas las miradas. Y exterioriza la energía que emana de piezas eminentemente lúdicas y noctámbulas, desde Los olores de tu alma a Intuición. Cuidado con la competencia, Shakira.

A Javiera no le tiembla el pulso a la hora de explotar su condición de impulsora de la fiebre del viernes noche. Su música gestiona a veces la paradoja entre el trasfondo nostálgico y la plasmación eufórica (Alma), pero a menudo procura conquistar a la audiencia por la vía rápida, sin meandros ni rodeos. Es vanguardista a fuerza de beber del tecno-pop de los ochenta y el dance de los noventa. Y resulta hábil en el arte del reciclaje: no introduce ingredientes novedosos en la marmita, pero se las apaña para que su receta parezca contemporánea, pegada a las exigencias de la (pos)modernidad.

La sudamericana atesora ya el suficiente oficio como para conocerse todos los atajos. Maneja el encanto de la intriga (Primera estrella) o de la escenografía, como esas gafas opacas que luce en el himno dance sin estribillo en qué se ha convertido Otra era. Y resulta muy hábil en la gestión de las versiones: el acentuado desparpajo hortera de Yo no te pido la luna y la trascendencia LGTBI de Mujer contra mujer, letra valiente del mismo autor de esa “mariconez” que, a falta de mejores estímulos, ha alumbrado las tertulias de toda la semana.

Mena, emblema lésbico donde los haya, hace muy bien enarbolando la causa igualitaria, ella sola frente a los teclados. Estaría bien recordar que, 16 años antes y con el dictador aún en vida, Rodrigo García fue capaz de colarle a la censura un gol por la escuadra con María y Amaranta (Cánovas, Rodrigo, Adolfo y Guzmán). Pero son objeciones casi de trivial. Javiera subo cumplir las expectativas, moderar el minutaje y rematar la faena con Espejo, la pieza que titula su más reciente elepé. Hasta Eva Amaral escudriñaba desde la planta superior; difícil sustraerse a la curiosidad.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_