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El deseo y frustración de ‘Las oscuras primaveras’

El segundo largometraje de Ernesto Contreras se estrena en la plataforma digital FilminLatino

FOTO: Yazpik y Cecilia Suárez, en una escena de la película. / VÍDEO: Tráiler del film.

Una de las preguntas más interesantes que suelen hacerse en el entendimiento del discurso amoroso es cómo opera el amor a diferencia del deseo en distintas etapas de la vida. Casi por definición, el deseo no es afín a la posibilidad; en gran medida al deseo le gusta conducirse entre lo que el sujeto reprime para sí y una particular atracción por lo oscuro. Para algunos este acercarse a los bordes de lo prohibido representa una aproximación a la muerte, un pivote para generar, en su carácter de imposible, más deseo.

Esta ecuación fue tomada por el realizador mexicano Ernesto Contreras en Las oscuras primaveras (México, 2014) para ilustrar el fin de la vida conyugal entre Igor (José María Yázpik) y Flora (Cecilia Suárez), acaso para representar la crisis del amor romántico en las sociedades actuales —segunda década del siglo XXI, plena Ciudad de México—, y la infidelidad cometida bajo el argumento de una vana liberación que más bien connota la incapacidad del hombre occidental contemporáneo de ser honesto consigo mismo.

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La película comenzó su recorrido en el Festival Internacional de Cine de Morelia tres años atrás y desde entonces ha sido expuesta como una de las obras de mayor sazón en el cine mexicano de los últimos años. A juicio de la crítica, un largometraje veraz sobre los cruces del deseo y la frustración en la que viven sumergidos sus personajes, citado ya con un lugar propio en la historia del cine nacional en La madurez del cine mexicano (Ayala Blanco, 2017) frente a otros largometrajes como Carmín tropical (Rigoberto Pérezcano, 2014) y Filosofía natural del amor (Sebastián Hiriart, 2013).

Madurez con la que el director aborda su segundo largometraje de ficción haciendo uso de tomas cerradas en locaciones sombrías por momentos claustrofóbicas, con el estilo sobrio casi sin movimiento de cámara que conocimos en su anterior trabajo, Párpados azules (México, 2007). Tal como fue visto en su ópera prima, Ernesto Contreras mantiene en Las oscuras primaveras el tema de la soledad y la imposibilidad de sus personajes para comunicarse.

La imaginación con la que Contreras plantea a sus personajes femeninos, Irene Azuela y Cecilia Suárez, posee una fuerte carga de realismo por muchos tomada como provocación. Sin embargo los problemas de las mujeres en la actualidad tales como la insatisfacción sexual, la maternidad incómoda, el trastorno de quien ocupa el lugar de una esposa haciendo eco con aquella que juega el papel de amante, son viñetas claras sobre lo que el director ha querido apuntar sobre la precarización de la vida para las mujeres en las ciudades.

Como telón de fondo, las vistas que se alcanzan a ver desde Calzada de Tlalpan con algunos hoteles de paso y la música de Emmanuel del Real Meme y Sonido Gallo Negro, se ubican como escenario de la clase trabajadora donde los erráticos personajes de Contreras han de encontrarse tan desnudos como vacíos, quizá esperando a un Godot inexistente, encerrados en sus decisiones detrás del sauce que parece estar muerto, a menos que no sea la estación.

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