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CRÍTICA | CALL ME BY YOUR NAME
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El verano del deseo

Relato de iniciación y deslumbramiento focalizado en la sublevación o revelación del ardor sensual de su protagonista

Armie Hammer y Timothée Chalamet, en 'Call me By Your Name'.
Armie Hammer y Timothée Chalamet, en 'Call me By Your Name'.

CALL ME BY YOUR NAME

Dirección: Luca Guadagnino.

Intérpretes: Armie Hammer, Timothée Chalamet, Michael Stuhlbarg, Amira Casar.

Género: drama. Italia, 2017

Duración: 132 minutos.

La cámara se eleva y desciende, recorriendo el monumento en memoria de la batalla de Piave, mientras se formula una declaración de amor sostenida sobre la fuerza de un deseo más poderoso que el miedo al rechazo. Más adelante, Radio Varsavia de Franco Battiato envuelve un ritual autoerótico, melocotón mediante. En Call Me By Your Name todo parece estar ahí para ser deseado, como esos torsos esculpidos por Praxíteles que el padre del protagonista estudia con la generosidad del académico que sabe que verdad y belleza no tienen que ser preservadas, sino transmitidas.

El último trabajo de Guadagnino se parece al personaje que interpreta Armie Hammer: un estudiante de posdoctorado que visita a su viejo profesor en Lombardia, durante un verano que le convertirá en centro de obsesiones románticas y carnales. Call Me By Your Name es como una persona tan guapa –y encantadora- que nunca encontraría un no por respuesta. Y eso la ha convertido en un objeto de seducción imbatible, regido por una sensualidad explícitamente bertolucciana, que se ha ganado incluso a quienes veían en el director a un formalista demasiado cerebral.

Adaptación de la novela homónima de André Aciman, Call Me By Your Name iba a ser, en principio, una película de James Ivory. Su guion, razonablemente fiel a su fuente literaria, sobrevive en el resultado final. Relato de iniciación y deslumbramiento focalizado en la sublevación o revelación del deseo de su protagonista –hijo adolescente del académico anfitrión-, la película prescinde del marco de evocación proustiana del original para hacer vívido el momento en que se forja un recuerdo imborrable: a Guadagnino no le interesa la reminiscencia de la magdalena, sino la primera magdalena (o el melocotón). Confiando en la entrega orgánica de sus actores a sus personajes, el cineasta logra una película vitalista y llena de momentos de calculada intensidad (la comprensiva conversación con el padre, el largo plano final), pero no siempre controla al director publicitario que lleva dentro: ¿ocurre todo esto en el mundo real o en el mágico mundo de colores donde el deseo homosexual se transubstancia en mercancía no problemática para consumo masivo? Si en Yo soy el amor y Cegados por el sol, Guadagnino exploraba el reverso turbio de su labor publicitaria para grandes marcas, aquí cabría sospechar que la dirección se ha invertido: ¿habrá servido este contundente trabajo de inspiración para el spot gayfriendly de Coca-Cola de este pasado verano?

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