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El búnker de la II Guerra Mundial donde se anillan milanos

El refugio bélico, edificado para repeler un ataque aliado que nunca se produjo, se reconvierte en un improvisado laboratorio científico

Una voluntaria procede a liberar uno de los milanos recién anillados.
Una voluntaria procede a liberar uno de los milanos recién anillados.PACO PUENTES
Esther Sánchez

El búnker, construido durante la II Guerra Mundial, se asoma solitario en una explotación agrícola en desuso cercana a Tarifa. A unos metros, 34 milanos negros revolotean sin poder escapar de una jaula-trampa de grandes dimensiones colocada por la fundación Migres para poder retenerlos y anillarlos. En una media hora, Alejandro Onrubia, coordinador de la organización, y voluntarios de universidades europeas y americanas, embuten a cada uno en una bolsa de tela blanca. De ahí se trasladan inmediatamente ―cuanto menos sufran, mejor― al fortín de hormigón que se va a convertir durante un par de horas en un improvisado laboratorio científico. Esta campaña, que se ha desarrollado de julio a septiembre, han pasado 540 milanos negros por el antaño refugio bélico.

Quien le iba a decir al servicio de inteligencia del dictador Franco que esta infraestructura bélica, construida entre 1939 y 1945 como parte de la muralla defensiva contra una supuesta ocupación de los aliados, se podría reutilizar, décadas después, como un elemento de conservación de la biodiversidad. Acababa de terminar la Guerra Civil española y el esfuerzo fue “brutal, se aplicaron unos recursos ingentes para la situación en la que se encontraba el país, destrozado y hambriento”, explica Ángel Sáez, historiador y director de la revista Almoraima. Nunca se produjo la temida agresión, pero la sospecha de que iba a ocurrir dejó como recuerdo unas 600 edificaciones de hormigón armado, de las que todavía se mantienen en pie algo más de 300, salpicando 120 kilómetros de costa y sin ningún uso. “Tampoco hay un plan de conservación, por lo que muchos están desapareciendo, advierte Sáez.

El refugio que utiliza Migres se “encuentra en un estado excepcional de conservación”, asegura Sáez. Hay que trepar un poco para traspasar la entrada, pero una vez dentro, el pasillo que lleva a las cámaras de combate se encuentra en perfectas condiciones. En el menor tiempo posible, las rapaces están colocadas en el suelo de la nave central en un semicírculo, siguiendo la línea arquitectónica. Permanecen quietas dentro del envoltorio que les impide moverse y ver, como si quisieran desaparecer. “Es una forma de defensa, hacerse el muerto”, explica Onrubia. En este escenario de paredes desconchadas, pero todavía firmes, el investigador y sus ayudantes han desplegado el improvisado y sencillo laboratorio: dos mesas portátiles, varias sillas de playa, agujas hipodérmicas, tubos de ensayo, balanza para pesar, el material para anillar, reglas y calibres de medición... El escenario parece de ficción.

Hay prisa por acabar y dejar que los milanos vuelen libres. Primero se los pesa y anilla, se determina su edad y se miden y de ahí pasan a la segunda zona en la que se toman muestras de sangre y cloacales. En un último paso, una de las estudiantes fotografía las alas de los ejemplares para una investigación, mientras otra los sujeta en la pared, ya sin tapar por ninguna tela. A pesar de ello, se portan bien dada la situación de estrés que están viviendo, aunque hay que tener cuidado con los picos.

De esta forma documentan la muda, porque dependiendo de en qué momento se encuentre el proceso de cambio de plumaje se puede determinar la edad del individuo, si ha criado o no, incluso de qué lugar procede. “Y, por supuesto, la condición física, porque las plumas crecen mejor si se alimentan bien”, añade Onrubia. Los investigadores tratan de entender los patrones migratorios, cuál es su origen y adónde se dirigen, cuántos años viven y qué problemas encuentran en el viaje, porque pueden aparecer electrocutados, que alguien les dispare o que choquen con un aerogenerador.

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Una vez acabado el estudio, se van soltando, uno a uno y con el viento de cara, para que remonten el vuelo sin problemas. Ya libres, se alejan, camino del Estrecho, donde esperarán el momento adecuado para cruzarlo porque el viento se lo puede impedir.

Una de las voluntarias sujeta a un milano para comprobar el estado de sus alas.
Una de las voluntarias sujeta a un milano para comprobar el estado de sus alas. PACO PUENTES

Desde que Migres inició estos estudios, en 2008, han marcado con la arandela identificativa a unos 3.000 milanos. Con toda la información, elaboran una base de datos. Los emisores ofrecen más datos, pero “son muy caros”. Este año han cruzado por el Estrecho de Gibraltar 270.000 milanos. “Las últimas temporadas han sido de récord, porque es una especie a la que le va bien debido a una serie de circunstancias como son su protección y la expansión de las masas forestales, además de que animal oportunista que se alimenta de cualquier cosa; puede ir a un basurero, cazar un ratón o pescar un pez”, señala Onrubia.

De junio a octubre dan el salto a África camino del Sahel, y de febrero a abril deshacen el camino para regresar a distintos países de donde proceden y en los que crían. La mayoría son ibéricos y centroeuropeos, de Alemania o Francia, aunque también llega algún milano escandinavo. Con los análisis genéticos están intentando averiguar si alguno procede de Rusia. Pueden vivir entre 20 y 30 años, pero su mortalidad es tan alta que la mitad no supera el primer año y cruzando el Sáhara muere el 30% de los jóvenes, bien a la ida o ala vuelta. La experiencia es un plus, y “cuánto más expertos sean, mejor afrontan la migración, lo demuestra que el porcentaje de adultos que no lo supera baja al 5%”, explica Onrubia.

Lo que ocurre en África es más complicado de determinar. Onrubia cuenta como uno de los ejemplares anillados acabó en un mercado de Benín en el que se ofrecía para practicar vudú. “Un hombre lo compró y consiguió localizarnos por WhatsApp, quería devolvérnoslo, y no nos pidió dinero, algo que sí nos ha ocurrido en otras ocasiones”, relata. Esta persona les explicó que se cree que a través de esos ritos la fuerza y la vista de las aves se traspasa a los humanos. Nunca han pagado a nadie, porque fomentarían que atraparan a las aves anilladas para solicitar un rescate. “Les explicamos el proyecto y les intentamos convencer para que los liberen”, comenta.

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Sobre la firma

Esther Sánchez
Forma parte del equipo de Clima y Medio Ambiente y con anterioridad del suplemento Tierra. Está especializada en biodiversidad con especial preocupación por los conflictos que afectan a la naturaleza y al desarrollo sostenible. Es licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense y ha ejercido gran parte de su carrera profesional en EL PAÍS.

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